26 de diciembre de 2017
«Julfest»: la fiesta pagana con la que las sectas ocultistas nazis «mataron» el cristianismo
«En Nochebuena hubo una celebración que no fue una celebración cristiana, sino la pagana “Julfest” alemana. Estábamos todos juntos y tuvimos que cantar algunas tonterías sobre la noche estrellada y otros penosos sustitutivos del auténtico mensaje navideño». Así recordaba Gereon Karl Goldmann (reclutado por las bravas en el ejército alemán) en su obra «Un seminarista en las SS: Un relato autobiográfico» cómo era la Navidad en pleno Tercer Reich.
Aunque aquellas cancioncillas eran solo la punta de un iceberg que contaba con varios kilómetros de hielo bajo la superficie. Y es que, detrás de la sustitución de los villancicos religiosos por otros paganos y más allá del papel de regalo estampado con esvásticas, Adolf Hitler y sus temibles SS (la llamada «Orden Negra») ocultaban un objetivo mucho más oscuro: acabar con el cristianismo y su influencia en la sociedad.
«Una de las consignas subterráneas del régimen nazi era eliminar progresivamente la influencia que para el pueblo alemán tenían los ritos de la Iglesia Católica», afirmaba el popular divulgador histórico José Lesta («El enigma nazi»; Edaf, 2003) en declaraciones a ABC hace dos años. A cambio, Hitler y sus colaboradores más cercanos (entre ellos Heinrich Himmler, líder de las SS) ofrecieron a la sociedad unas creencias paganas basadas en antiguos ritos germanos olvidados. «Instauraron los dogmas de fe del nazismo como creencia religiosa», completa el autor.
El autor Michael Coren es partidario también de esta teoría. En su principal obra, «Herejía, diez errores sobre el cristianismo», pone varios ejemplos de grupos que fueron fundados en pleno nazismo para acabar con la influencia de la religión. Algunos tan destacados como el «Movimiento Alemán de la Fe» o la no menos famosa «Ahnenerbe».
El paganismo germano pudo verse ya en la Alemania de los años 20, cuando Hitler combatía a brazo partido por hacerse un hueco en el panorama político al frente del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP). Así lo confirmó en 1926 el político francés Raoul Patry en su obra «La religión en la Alemania actual» (citado por José Antonio Solís en «Los enigmas de Hitler»).
El diplomático galo recogió en su obra que el futuro «Führer» recurría habitualmente a los rituales de adoración al fuego y señaló que uno de los seguidores más cercanos del líder había cargado en 1923 contra la religión de la siguiente forma: «Para destruir el cristianismo que ha envenenado al espíritu alemán y sustituirlo por los dioses germánicos harán falta terribles combates. De los setenta millones de alemanes, sólo quedarán siete, pero ellos serán los amos del mundo».
En su obra, Solís va más allá y sentencia que «lo que se estaba construyendo era una seudorreligión empeñada en falsificar la historia e imponer creencias delirantes».
Con todo, y a pesar de que su objetivo oculto era acabar con el cristianismo, Hitler aseguró en un discurso realizado el 23 de marzo de 1933 que respetaría siempre los derechos de la Iglesia católica: «La preocupación del gobierno es la sincera colaboración entre la Iglesia y el Estado; la lucha contra una ideología materialista en pro de una verdadera comunidad popular sirve a los intereses de la nación alemana lo mismo que el bien de nuestra fe cristiana [...]. Los derechos de las Iglesias no sufrirán menoscabo ni variará su posición respecto al Estado». Muy probablemente lo hizo para ganarse los votos del Partido de Centro en las elecciones.
Lo cierto es que Hitler necesitaba tener el apoyo de este sector de la sociedad ya que, como bien explica Álvaro Lozano en «La Alemania nazi», en los años treinta dos tercios de los alemanes eran protestantes y un tercio católicos. «En su carrera hacia el poder, Hitler había evitado los ataques directos a las Iglesias y el vigésimo cuarto punto de los 25 del partido hablaba de un “cristianismo positivo” ligado a su visión racional y nacional», añade el experto.
El 24 de octubre de 1933, en un discurso pronunciado en el Palacio de los Deportes de Berlín, el futuro «Führer» insistió en su falsa buena relación con la Iglesia por enésima vez: «Igualmente hemos iniciado la lucha contra el apartamiento de la Iglesia. Sin que por ello nos atemos a ninguna confesión determinada». Pero la realidad era totalmente diferente. «El cristianismo era considerado el producto de una raza inferior debido a que Jesucristo era judío», completa Lozano.
Poco a poco, a Hitler fue mostrando sus orejas de lobo. Ya en un discurso llevado a cabo el 30 de enero de 1934 en el parlamento declaró su odio hacia la Iglesia cuando esta institución se posicionó en contra de la esterilización de los enfermos hereditarios. A su vez, y según Hitler, la Iglesia era culpable de «ignorar el problema racial».
La realidad quedó cristalina el 24 de febrero de 1937, día en que el ya «Führer» cargó frontalmente contra la religión: «Pueden todos los sacerdotes ponerse contra nosotros, pero hay una cosa que no podrán rebatir: ¡El Señor ha estado con nosotros, él nos ha guiado! Se ha puesto de parte de la única iglesia realmente confesional que existe, o sea el movimiento nacionalsocialista».
Ese mismo año, el alcalde de Hamburgo dejó claro que el nazismo estaba en contra de la religión con una frase que causó gran controversia: «Nos comunicamos directamente con Dios a través de Hitler. No necesitamos ni clérigos no sacerdotes».
Poco a poco, el «Führer» fue menoscabando indirectamente la preponderancia de este culto. Ejemplo de ello es que, en los siguientes meses, envió a más de un millar de sacerdotes a los primeros campos de concentración.
Con el objetivo de socavar poco a poco al cristianismo hasta sustituirlo por sus propias creencias nacionalsocialistas, tanto Hitler como su séquito fomentaron la fundación de varios grupos que promovieran el «paganismo teutónico». Algunos, como «Movimiento alemán de la Fe».
Los miembros de este grupo, formado por Alfred Rosenberg (llamado el «Arquitecto del Holocausto» por ser uno de los ideólogos de la Solución Final) rendían culto al disco solar, entonaban el «Canto de los Godos» y tenían varios objetivos sacrílegos entre los que destacaban destrozar la religión enemiga. Así lo señala Lozano, quien explica que entre sus diferentes finalidades se hallaba la «sustitución de las ceremonias cristianas, bautismo y matrimonio, por equivalentes paganos».
No era lo único que pretendían los seguidores del «Movimiento Alemán de la Fe». También buscaban sustituir al dios cristiano por la figura de Adolf Hitler y cargar frontalmente contra la ética de esta religión. Con todo, el autor explica que «nunca desarrollaron una clara ideología religiosa». Coren es de la misma opinión. De hecho, explica que su ideología no llegó a ser mayoritaria, aunque sí contó con «el apoyo de los principales nazis, complacidos por esta propuesta para sustituir el “cristianismo indeseablemente judío” por una “teología puramente teutónica”».
Más conocidas en este ámbito fueron las Juventudes Hitlerianas (JH), grupo al que debían adscribirse de forma obligatoria los más pequeños desde que los nazis llegaron al poder. Según Coren, esta asociación «adoctrinaba a los jóvenes en el pensamiento y rituales paganos, a la vez que proclamaba con énfasis que el cristianismo era anti-alemán y anti-hitleriano».
De hecho, una de sus principales marchas de sus miembros se llevaba a cabo al son de la siguiente canción: «No seguimos a Cristo, sino a Hort Wessel. Acabemos con el incienso y el agua bendita. Lograremos que la Iglesia cuelgue en la horca. La esvástica traerá la salvación a la Tierra».
A pesar de ello, existen imágenes en las que es posible apreciar a miembros de este grupo entrando a una iglesia luterana. Según desvela el historiador Michael H. Kater en su obra «Las Juventudes Hitlerianas», porque «aunque los nazis abjuraron del cristianismo, muchos jóvenes venían de ambientes religiosos que había que respetar». Con todo, también señala que esta característica se mantuvo, principalmente, cuando los nazis acababan de acceder al poder.
Pero de entre todas estas asociaciones hubo una que luchó especialmente contra el cristianismo: la «Ahnenerbe». Un grupo ideado en principio para dar valor a las tradiciones alemanas, pero que acabó estudiando las ciencias ocultas para instaurar una nueva religión basada en la sangre y en el valor de los soldados teutones en el país.
La «Ahnenerbe» fue creada por Heinrich Himmler (líder de las temibles SS) y, con ella, se propuso entre otras cosas que los católicos dieran de lado a sus creencias y abrazaran las nuevas creencias del Reich.
«Himmler y su Estado Mayor personal, constituido por hombres de su más absoluta confianza concibieron un calendario festivo para la Orden Negra de las SS que establecía unas fechas sagradas a lo largo del año. En ellas, las SS renovaban sus compromisos de honor y lealtad para con el "Führer" y la orden. Estas festividades servían para sustituir a las fiestas cristianas por otras que estuvieran más próximas a la tradición germano-pagana», afirma José Lesta en su obra.
Entre las fiestas que sustituyeron, destaca la de la Pascua. «Muchos períodos del año habían sido reciclados en forma de fiestas neopaganas. La Pascua se transformó en la fiesta de “Ostara”, por ejemplo», determina el autor en su obra.
De entre todas las fiestas que estas asociaciones fomentaron para destruir el cristianismo, hubo una que destacó sobremanera: la «Julfest» (una celebración ideada por los nazis en sustitución de la Navidad).
La mayoría de autores coinciden en que sustituyó el recuerdo del nacimiento de Cristo por el del llamado «Niño solar», un personaje mitológico que resurgía de sus cenizas en pleno solsticio de invierno. «En Diciembre se celebraba la festividad del “Julfest”, el día del Sol Invictus, que entre los romanos se celebraba como el natalicio de Mitra. Más de dos mil años después, la antigua festividad germánica, que había sido erradicada por el cristianismo, regresaba desbancando a la Navidad cristiana», explica Fermín Castro en «Los poderes ocultos de Hitler».
Lesta es de la misma opinión. En su obra explica que el día en que se recuerda el nacimiento de Jesús se cambió nada menos que por una jornada en la que se reverenciaba al sol.
«Efectivamente, en el 25 de diciembre se conmemoraba el “día del nacimiento del sol invencible” –el Sol Invictus, que para los romanos representaba el nacimiento de Mithra-, es decir, el día en que este astro, después de ir acortando su presencia desde el solsticio de verano, parecía recobrar nuevamente sus fuerzas tras el periodo agónico del otoño y la muerte invernal», sentencia el experto. En este caso, los miembros de las SS celebraban el comienzo de la primavera recordando a la diosa de la fertilidad que da nombre a esta celebración.
Judith Breuer (una estudiosa de la «Julfest» que llevó a cabo una exposición en Colonia con múltiples objetos de esta festividad) afirmó al diario «Der Spiegel» que, antes de sustituir la navidad por una más aria, los alemanes trataron de «cambiarle la ideología» en los años 30. Sin embargo, al ver que les era imposible, se limitaron a modificarla. «La Navidad fue una provocación para los nazis; después de todo, Jesús era un niño judío. La celebración más importante del año no encajaba con sus creencias racistas, por lo que tuvieron que reaccionar y tratar de hacerla menos cristiana», explicó en su momento.
A nivel más particular, la Nochebuena fue también sustituída po runa fiesta pagana, la «Mondranich» o «festividad de la maternidad». Según desvela Castro en su obra, los nazis le dieron una gran importancia a la misma: «Al día siguiente se entregaban regalos, pero para que éstos fueran realmente valorados, debían ser regalos en los que se había puesto espíritu, es decir, trabajados, y no comprados».
Otro tanto sucedía con la Pascua, cambiada por la «Ostern» pagana. «Era una festividad en la que el protagonismo absoluto era de los niños. Reunidos en pandillas, recogían ramas de árboles y flores con las que tejer coronas», añade el experto.
Fueron muchas las tradiciones que se instauraron en la «Julfest». Con todo, entre ellas destacaba el curioso adorno que los nazis decidieron poner encima de los arbolitos de Navidad. ¿Qué podía ser? Efectivamente, una esvástica.
De esta forma, Hitler buscaba acabar con la «molesta» estrella de estas fiestas. «El símbolo planteaba un particular problema para los nazis porque la estrella de seis puntas era un símbolo judío y la de cinco, uno soviético. Simplemente tenía que desaparecer», determina Breuer. Otro tanto ocurrió con Santa Claus, quien fue apartado por el antiguo dios germánico Odín.
A su vez, también se eliminó cualquier asociación con Jesús, símbolo judío y cristiano. Los nazis lo reemplazaron por el mismísmo Hitler. O más bien el «Führer salvador». De esta forma, lograron promover su buena imagen. Con todo, la imagen de María y el pequeño Cristo se modificó ligeramente para que ambos parecieran totalmente arios. En este sentido, se señalaba que la Virgen era la madre de toda Alemania y que los Reyes Magos eran obreros alemanes que acudían a visitar a Hitler.
La parafernalia navideña también cambió radicalmente. En el arbolito se empezaron a colgar adornos imitando la forma de la esvástica o de la Cruz de Hierro. Por descontado, los oficiales persuadieron a las amas de casa para que cocinaran galletas con la forma del símbolo nacionalsocialista. En los días previos a la Navidad, también se ordenaba reemplazar las escuelas y los jardines de infancia por actuaciones y teatros en los que se contara a los niños cuentos de hadas paganos.
Todas estas tradiciones quedaron corroboradas en una curiosa guía encontrada hace dos años en Dresde (Alemania). Libro en cuyo interior se narraban las directrices que debían seguir los seguidores de Hitler para celebrar las perfectas navidades nazis. Este folleto contaba con apenas 20 páginas, estaba fechado en noviembre de 1937 y fue editado por una ramificación sajona del partido nazi llamada «Heimatwerk» (la cual se había formado en el 36 como promotora de la cultura germana).
Lo curioso es que este manuscrito señalaba que esta celebración no era cristiana en absoluto. «Esta fiesta ha sido introducida contra la voluntad de la Iglesia. El profundo misterio de la Navidad alemana sólo puede ser entendido por aquellos que sienten su originalidad y autenticidad», determinaba el escrito.
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