4 de diciembre de 2017
El ‘procés’ en el diván
El
‘procés’ en el diván
Tres profesores de Psicología Política analizan el
papel de los líderes durante la crisis catalana y cómo se enfrentan ahora a la
construcción de un nuevo mensaje
Una persona sujeta una foto de los ‘Jordis’
este noviembre, en una protesta independentista en la plaza de Sant Jaume de
Barcelona. LUIS SEVILLANO
"Ni El proceso de
Kafka era tan kafkiano como el proceso de Puigdemont", sentenció Inés
Arrimadas un día antes de que el Parlament declarase la independencia. Con esas
palabras, la líder de la oposición relacionaba la novela inacabada del escritor
checo con la obra, también inacabada, de un grupo de dirigentes políticos que
se enfrenta ahora, en plena carrera hacia las urnas, con el desafío de explicar
a millones de personas y a ellos mismos cómo encabezaron un movimiento unilateral
con promesas que resultaron falsas. ¿Cómo se identificaron con este movimiento?
¿Asumieron realmente que debían defenderlo pese a que les condujera a la
cárcel? ¿Cómo reconstruyen ahora sus tesis? Tres profesores de Psicología
Política abordan estas y otras preguntas.
Por ejemplo, ¿cómo afrontan fracasos como
el de la DUI? "Para el sector más duro, la respuesta es la negación y
racionalizar que el enemigo está intentando dividirles. Otros sí pueden asumir
la autocrítica", dice Xavier Serrano, de la Universidad de Barcelona (UB).
"A muchos, que pueden haberse dado cuenta de que no es viable la
independencia, les costará cambiar sus actitudes. Por eso crean otro
discurso", subraya Verónica Benet-Martínez, investigadora de la Pompeu
Fabra (UPF): "Los estudios en disonancia cognitiva han mostrado que
cambiar el comportamiento para hacerlo acorde a la información es difícil para
muchas personas, de forma que lo resuelven de otra forma: la gente se cuenta
mentiras para no cambiar su comportamiento".
"Aquí ha habido personas dentro de
cada partido —no solo PDeCat y ERC, también del otro bando, como el PP— que han
tenido muy claro, por razones identitarias y por convicción, qué es lo que
querían. Y estaban dispuestos a asumir el precio que hubiera que pagar",
prosigue Benet-Martínez, que continúa: "Pero muchas otras, también
líderes, han seguido un proceso más progresivo".
"Después de un liderazgo
tan fuerte como el de Jordi Pujol, tengo la impresión de que Artur Mas y Carles
Puigdemont no eran ese tipo de líder tan carismático, sino que se sumaron al
movimiento. Pero, una vez en este, interiorizaron un cierto rol
mesiánico", apostilla Serrano: "Ser ellos quienes contribuyen a
liberar al pueblo y a esa travesía por el desierto que conduce a la tierra
prometida".
En la Diada de 2015, cientos de miles de
personas llenaron cinco kilómetros de la avenida Meridiana de Barcelona y
abrieron un pasillo en mitad de la calle por donde un grupo de voluntarios
portó una flecha gigante que marcaba "el camino a la independencia".
"No sé si hay un guionista del procés. Pero, si lo hay, es un crack en la construcción simbólica: de las
escenografías, del ritualismo, de la innovación permanente... Todo ello
consigue que la gente participe en algo que cala en sus vivencias. Configuran
una identidad muy potente", subraya Serrano, sobre una de los principales
apuestas del independentismo. Desde un principio, sus líderes supieron que
parte de su estrategia debía pasar por la configuración de unos símbolos que
aglutinaran. No solo banderas —como las miles que se colgaron en las fachadas
de Cataluña—, sino también lemas, carteles o pancartas, como las que ANC ofrece
en su web para que el usuario se las descargue e imprima en casa. Y en este
contexto, según indican los expertos en Psicología Política, la lengua y la
cultura catalana jugaron otro papel básico como símbolos. "Tendemos a
pensar en los símbolos como algo que sirve para que los demás vean quiénes
somos y en qué creemos. Pero los símbolos también se usan para activar ciertos
sentimientos dentro de uno mismo y autoreafirmar nuestras creencias. Se usan
para sentirte de una forma específica. Para recordarte a ti mismo quién eres y
en quién crees", continúa Benet-Martínez, que insiste en que "mucha
gente" renuncia a este tipo de instrumentos porque esta
"autoformación no les es necesario". Una herramienta usada en ambos
bandos, como añade la profesora: "El catalán lo utilizan como símbolo
algunos no secesionistas para decir ‘yo también hablo catalán y no soy
independentista".
Hasta tal punto jugaron estos personajes un
papel clave, según José Manuel Sabucedo, catedrático de la Universidad de
Santiago de Compostela, que fueron quienes plantearon "una oferta para
satisfacer la demanda de movilización provocada por la crisis
[económica]". Porque este proceso no se explica sin ampliar el foco y
echar una mirada al contexto. "En 2015, con el 15-M, el Govern y la élite
estaban atemorizados. Aquello acabó por canalizarse [en otra dirección]",
apostilla Serrano, que destaca la "peculiaridad" del procés.
"La mayoría de movimientos de carácter emancipador o crítico se desarrolla
en ambientes hostiles, donde quienes ostentan el poder tienden a reprimir.
Aquí, en cambio, hay una simbiosis entre el movimiento y las élites",
remacha el profesor de la UB, que insiste en que ese fenómeno se observa en las
listas para el 21-D: "Con los Jordis, por ejemplo. Hay un
trasvase entre movimiento y partidos".
"La psicología política del procés no
se puede entender sin la psicología política del contexto político y cultural
del Estado español. Es un proceso que se retroalimenta desde el Gobierno del PP
y desde el Govern", insiste también Benet-Martínez, que cree que este
conflicto responde a que el Ejecutivo central ha gestionado la existencia en
Cataluña de "identidades duales" —personas que, en mayor o menor
grado, se sienten catalanes y españoles— como un problema
"minoritario" y "periférico": "El independentismo se
ha alimentado en alto grado de las reacciones en el resto de España de personas
que solo tienen una identidad". "Hay una parte de personas y de
líderes que se han ido involucrando en manifestaciones, en las discusiones
políticas... Algunos, incluso, que no creían en el independentismo, sino en
otro encaje de Cataluña. Y llega un momento en que dijeron, después de tantas
cosas hechas, si he llegado hasta aquí, tengo que apoyar este proceso".
Un sentimiento de mártir
"La identificación con el propio grupo
y la percepción de que está siendo tratado injustamente pueden activar un
sentimiento de obligación moral que lleve [a los líderes], incluso, a
sacrificarse por el grupo", relata Sabucedo, que destaca: “Pero no todos
los autosacrificios deben merecer la misma valoración social. No es lo mismo
quién lucha por lograr la igualdad entre todas las personas, como fue el caso
del movimiento de derechos civiles en EE UU, que el que lo hace justamente por
lo contrario". "El sacrificio se explica también por la
interiorización de la trascendencia —asumir que está en juego la supervivencia
de un pueblo—, pero, en la práctica, todo es muy prosaico. De ahí la aceptación
del 155 y cierta autocrítica", concluye Serrano.
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