4 de diciembre de 2017
Guerras híbridas
Guerras
híbridas
La Estrategia de Seguridad Nacional señala los
riesgos de la
Miembros de
varios países de la OTAN participan en un ejercicio de defensa cibernética. VALDA KALNINAEFE
Una responsabilidad primordial de los
Gobiernos es proteger a sus ciudadanos de las amenazas que pongan en riesgo su
seguridad, libertades, bienestar o la estabilidad de sus instituciones de
gobierno.
Históricamente, dichas amenazas se han
centrado en la conquista o anexión del territorio y materializado, sobre todo,
en la búsqueda de capacidades e instrumentos militares que permitieran
garantizar la soberanía nacional y disuadir a potenciales agresores.
Hoy en día, sin embargo, muchos vivimos en
sociedades democráticas, plurales, abiertas, económicamente integradas, y, por
tanto, porosas al exterior. Ese entorno garantiza nuestra prosperidad, pero
también abre el paso a nuevas formas de inseguridad. El terrorismo, el cambio
climático, los flujos migratorios o el ciberespacio pueden, si no son
eficazmente gestionados, proyectar riesgos tan existenciales sobre la sociedad
como los de viejo cuño. Dado que las nuevas amenazas a la seguridad tienen un
carácter multidimensional que desborda lo estrictamente militar, es lógico que
requieran instrumentos de acción y estrategias adaptadas al carácter de esos
nuevos desafíos.
La nueva estrategia de seguridad nacional,
aprobada por el Gobierno el pasado viernes, y que actualiza la anterior,
fechada en 2014, cumple eficazmente con esa vocación de dibujar los riesgos y
amenazas a los que nuestro país debe hacer frente y establecer los planes de
acción que ayudarán a enfrentarlos.
Entre esos nuevos retos que afectan a
España de manera muy destacada, la estrategia señala los peligros de
fragmentación y debilidad del proyecto europeo, especialmente a raíz del Brexit;
las amenazas al orden liberal internacional, con especial énfasis en los
riesgos del proteccionismo comercial —aunque no cite a Trump, su principal
responsable— y la polarización política en las sociedades democráticas —una
manera elegante de citar el populismo sin hacerlo expresamente.
Pero sobre todo, la principal novedad de la
estrategia es que por primera vez eleva la desinformación al primer nivel de
riesgo para la seguridad de nuestra democracia. Y lo hace enmarcándola en su
correcto lugar: no en un comportamiento anecdótico a cargo de ciberactivistas
que actúan por su cuenta, sino como parte de una doctrina militar que recibe el
nombre de “guerra híbrida”. Esa doctrina —elaborada en Rusia— busca debilitar a
las democracias interfiriendo en sus procesos electorales y alimentando sus
conflictos internos, sean ideológicos o territoriales, valiéndose para ello de
instrumentos como las noticias falsas o la manipulación de las redes sociales.
Un elemento esencial de esa doctrina de
guerra híbrida es el enmascaramiento, lo que dificulta la atribución de este
nuevo tipo de ataques. De ahí que las autoridades españolas, como las europeas
y también nuestros aliados en la OTAN, estén invirtiendo cada vez más recursos
humanos y materiales en contrarrestar ese tipo de amenazas. Esta estrategia de
seguridad nacional es un primer paso, imprescindible, para tomar conciencia
sobre la importancia de esta amenaza y la necesidad de responder
coordinadamente.
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