Los conflictos provocados por las independencias dentro de las independencias han sido una constante en Europa, desde Irlanda hasta los Balcanes
29 de diciembre de 2017
Por qué la historia nos recomienda tomarnos Tabarnia en serio
Por qué la historia nos
recomienda tomarnos Tabarnia en serio
Los conflictos provocados por las independencias dentro de las independencias han sido una constante en Europa, desde Irlanda hasta los Balcanes
Los conflictos provocados por las independencias dentro de las independencias han sido una constante en Europa, desde Irlanda hasta los Balcanes
La llamada Ley de Claridad del Tribunal Supremo de Canadá estableció
en 2000 las condiciones que deberían darse para cualquier futuro referéndum
independentista —la provincia de mayoría francófona de Quebec había
celebrado dos—. Una posible consulta debe ser autorizada por el Parlamento de
todo el país, no sólo de la provincia que vota; la pregunta tiene que ser clara
y responderse con un sí o un no y tiene que alcanzarse una participación
significativa y una mayoría suficiente (no vale con un 50,1% pelado, ni una decisión
de ese calado puede tomarse si la mayoría de los posibles votantes se queda en
su casa). Lo más importante es que en todo ese proceso tiene la última palabra
Ottawa, es decir, todos los canadienses, no sólo la provincia que vota, y que
el referéndum significaría el punto de partida para una negociación, no el
final de un proceso.
Sin embargo, en el momento más encendido del desafío independentista
catalán, pese a que este texto legal es corto y muy fácilmente accesible,
circuló por Internet un bulo que señalaba que la Ley de Claridad también
establecía que todas aquellas regiones dentro de la provincia que se
independiza que no se estuviesen de acuerdo con esa decisión podrían celebrar,
a su vez, sus propios referendos. Esta norma no se mete en absoluto en ese
jardín, aunque sí es cierto que en su último párrafo habla de que las
negociaciones deben incluir "cualquier modificación de fronteras de la
provincia, los derechos, los intereses y las reivindicaciones territoriales de
los pueblos autóctonos de Canadá y la protección de los derechos de las
minorías". Pero no ofrece ningún detalle sobre el posible resultado, sólo
abre la puerta a la posibilidad de un cambio de fronteras.
Ese juego de muñecas rusas de independencias dentro de
independencias tiene sentido porque, de hecho, ha ocurrido. Por ese motivo ha
tenido un impacto tan fuerte la idea de Tabarnia,
una unión ficticia de las zonas de Cataluña donde la independencia es una
opción minoritaria. Bastantes políticos, y hasta la Real Academia Española, han decidido tomarse en serio
lo que había comenzado como una broma. La historia reciente de Europa nos
demuestra que Tabarnia existe, que es un problema que se encuentra en el
corazón de los conflictos más graves que ha vivido el continente en las últimas
décadas.
La disolución de la URSS nos ofrece numerosos ejemplos de tabarnias: antiguas repúblicas soviéticas con minorías
que decidieron crear sus propios países cuando se produjo la independencia.
Ocurrió en Nagorno Karabaj (república armenia en Azerbaiyán)
o en Transnistria (república de mayoría rusa en
Moldavia). Un cuarto de siglo después de la disolución de la Unión Soviética,
se trata de conflictos que todavía no están cerrados. En Ucrania, la línea del
frente actual también separa las regiones de mayoría rusa del resto del país.
Es cierto que todas las comparaciones esconden trampas, que el desafío
independentista catalán es una situación insólita dentro de la UE y que en
España no existen líneas étnicas o religiosas como las que recorren el antiguo
espacio soviético, aunque es indudable que el desafío independentista ha creado
una profunda fractura en la sociedad catalana. Pero también es verdad que todas
las independencias que no cuentan con la unanimidad, o que dejan fuera a una
parte importante de la población, plantean este problema. ¿Qué ocurre cuando
existe un territorio claramente homogéneo que no quiere estar en el nuevo
país? Los Balcanes ofrecen dos ejemplos claros.
La guerra de Bosnia se frenó gracias a los acuerdos de Dayton,
firmados en noviembre de 1995, que dividían un mismo país en dos entidades, la
República Srpska (Serbia) y la Federación Croata Musulmana. Los territorios
habían sido trazados por la limpieza étnica, pero la condición de la comunidad
internacional fue que de ninguna manera esas entidades podían unirse a otro
país (una cláusula dirigida fundamentalmente a Serbia). Sin embargo, las
tensiones son crecientes. La República Srpska planea celebrar, en contra de las
autoridades de Sarajevo, su Día Nacional el 9 de enero, y ha amenazado con
convocar un referéndum de independencia para unirse a Serbia, una iniciativa
condenada por la comunidad internacional.
En Kosovo, la situación es incluso peor. Cuando está antigua provincia
serbia con un 90% de población albanesa comenzó su camino hacia la
independencia, el 10% de serbios simplemente se negaron a admitirlo. Y crearon su propia Tabarnia: todo el territorio al norte
del río Íbar está fuera del control de las autoridades kosovares. En la
frontera, no política, ni reconocida, pero real, los ciudadanos se paran y
cambian las matrículas: nadie quiere circular con una placa serbia por el resto
de Kosovo, ni con una matrícula kosovar por aquel territorio que, ahora mismo,
está unido de facto a Serbia. La declaración de independencia en 2008 no arregló
las cosas, más bien las empeoró, por muchas garantías que las autoridades de
Prístina hayan dado a los serbios.
Si nos remontamos un poco más en el tiempo, nos encontramos con el caso
de Irlanda. El Reino Unido decretó en 1921 el Acta de Gobierno de Irlanda. Creó
así el norte, que reunía a los seis condados de mayoría de protestante del
Ulster, y el sur, con los 26 condados de mayoría católica del resto del país.
Fue lo que se llamó la partición. Cuando Irlanda se independiza totalmente en
1949, Irlanda del Norte se queda como una de las naciones que constituyen el
Reino Unido. Pero, a su vez, en esta región existe una minoría católica, cuyo
deseo es integrarse en Irlanda (de hecho, el Ulster tiene nueve condados en
total, tres de ellos católicos). El conflicto armado se prolongó hasta los
Acuerdos de Viernes Santo, de 1998, el problema, eso sí, sigue abierto y mucho más con el Brexit.
España no es los Balcanes, ni la antigua URSS, ni Irlanda del Norte ni
nada parecido... pero las independencias dentro de las independencias son una
constante en la historia de Europa. Tabarnia es una ironía muy certera: la
creación de una nueva frontera suele traer problemas... y más fronteras.
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