4 de abril de 2013

La España republicana ya tiene su María Antonieta

PERIODISTA DIGITAL

Román Cendoya: Es lógico que se impute a la Infanta si hay catorce indicios contra ella

ESPAÑA GRAFFITI / Javier González Méndez

La España republicana ya tiene su María Antonieta

Son agotadoras las dos Españitas echando un pulso entre derechas e izquierdas

Javier González Méndez, 04 de abril de 2013 a las 15:22
 Si Cristina fuese una princesa sueca, por ejemplo, no podría ser imputada
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La infanta Cristina.

  • La infanta Cristina.
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Qué cosa, ¿la imputación de la infanta? Es lo más cerca que ha estado una parte de este pueblo de su sueño de hacer, con dos siglos y pico de retraso, una cutre revolución francesa a la española. Aquí, como el personal antimonárquico y tal no ha podido asaltar Las Tullerías de la Zarzuela, practica el onanismo mental tomando el palacete de Pedralves.
Como no puede llevar al Rey a la guillotina, celebra la imputación de Cristina, la séptima en la línea sucesoria, como si fuera talmente la colocación de la primera piedra de la III República. Claro, como los reyes se nos han ido siempre por Hendaya, por Cartagena, por la tangente, padecemos un síndrome de abstinencia regicida, a ver si me entiendes, transmitido genéticamente a través de una historia frustrada y frustrante.
Es traumático ser español, oye. Pertenecer a esta vieja España cañí que lo convierte todo en folclore, en copla desgarrada, en pinturas negras y caprichos de Goya, en guerras civiles cruentas e incruentas, con medio país siempre en guardia para no acabar muriendo del otro medio, como rezaba el profético epitafio que nos dejó Mariano José de Larra antes de pegarse un tiro.
Antirepublicanos versus antimonárquicos
Hombre, si por lo menos fuese verdad que este país está dividido en republicanos y monárquicos, tendríamos un pase. Habríamos vuelto a acudir a nuestra cita con la historia con siglos retraso, de acuerdo. Porque los españoles, no nos engañemos, hemos sido impuntuales, inoportunos, contradictorios, ciclotímicos, anticíclicos, etc, de toda la vida. El problema es que estamos divididos en antirepublicanos y antimonárquicos, que puede parecer lo mismo, pero no es igual.
O sea, aquí, la tricolor y el himno de Riego no se iza ni se interpreta en honor de una República de todos, ni la roja y gualda y el himno nacional en honor de una monarquía parlamentaria de todos, sino para [fastidiar] al prójimo que no piensa como nosotros. Quiero decir que la historia, la democracia, nos ha dado una oportunidad de dirimir en las urnas, pacíficamente, por ese criterio menos malo de la mayoría, un dilema sobre la fórmula de Estado que hizo correr ríos de sangre en otros países en tiempos remotos.
Hooligan reformistas y Hooligan inmovilistas: ¡qué [lata]!
Cierto es, señores del jurado, que hay millones de españoles que no pudieron votar la Constitución de 1978. Mujeres y hombres que están en su derecho de elegir entre un Rey o un Presidente de la Republica como Jefe títere del Estado. Que la sociedad española no puede permanecer mucho más tiempo entre la espada y la pared de los hooligan reformistas y los hooligan inmovilistas constitucionales.
¿Acaso Dios le ha dado democracia, el pan de la libertad, a un pueblo que no tiene dientes? No, de verdad. Llega un momento que cansan esos compatriotas empeñados en decírnoslo todo en la calle, en los foros on line, en los editoriales de prensa, y esos otros que se suben a los púlpitos oficiales a proclamar el dogma de fe de la infalibilidad de la Constitución. ¡Son ustedes un(a) [lata], hombre! ¡Esos que tienen mono de cortarle la cabeza a un Borbón y esos otros que van de sabios de la tribu, de ortodoxos de nuevo cuño, de guardianes del santo grial de una Constitución que quizá se ha pasado de moda, que tal vez no se lleva ya en pleno siglo XXI.
¿Por qué no resolvemos esto en las urnas?
Servidor ni quita ni pone Rey, ni ídem con un posible Presidente de la República. Lo que si te digo es que, habiendo urnas, teniendo derecho al voto universal, libre y secreto, va siendo hora de que sepamos de una vez lo que piensa la mayoría para librarnos de las moscas cojoneras de las minorías.
Son agotadoras las dos Españitas echando un pulso entre derechas e izquierdas, trasnochados azules y rojos, a costa de dos fórmulas de organización del Estado que, en países nada sospechosos de nuestro entorno, han permitido la alternancia democrática de gobiernos de distintas ideologías. ¿Es que los españoles somos tontos de baba democráticos? ¿No estamos capacitados para aceptar la decisión libre de la mayoría? ¿Padecemos un profundo trauma colectivo freudiano?
La noticia de la imputación de la Infanta Cristina es agridulce. Agria, como la imputación de cualquier ser humano, de sangre roja o azul, que presuntamente se haya dejado llevar por la codicia. Dulce, como todas las ocasiones en las que la Justicia, esa vieja dama con los ojos vendados, cumple la máxima de que todos seamos iguales ante la Ley.
Si Cristina, por ejemplo, fuese una princesa sueca, no podría ser imputada. Que conste en acta. Luego está la parte más oscura de la condición humana: crueldad on line, linchamiento social, pulso entre ejércitos mediáticos de mercenarios, el morbo de contemplar las caídas de los que están más alto, delirios de un pueblo en cuyo ADN está grabado a sangre y fuego el instinto ancestral de darle "jaque al rey".
Un juez sólo ante el peligro
Al final, hay sólo una mujer, un juez, una Ley y esa hermosa utopía de que se haga justicia. Lo que pasa es que el juez Castro, con su ejemplar resolución, sabe lo fácil que resulta en España pasar de héroe a villano. Que la opinión pública y la opinión publicada le dejen sólo ante el peligro. Porque, no nos engañemos, cumplir con su deber se va a convertir en un arma de doble filo.
Si la Infanta acaba siendo justamente acusada, habrá que oír a la España tradicional. Pero, chico, si resulta que sale en justicia libre de cargos, si deja a los antimonárquicos sin su maría Antonieta, ¡oh, Dios!, que se prepare su Señoría para la rabiosa tormenta mediática de los unos, el incienso hipócrita de los otros, el escrache a la puerta de su juzgado y de su casa y el indiscreto desencanto de un pueblo que se habrá quedado con la miel en los labios, con Espejos Públicos, Mañanas de Ana Rosa, El Gran Debate y Sálvames Diarios sin Cristina de Borbón que llevarse a sus bocas.
En España, señor Castro, ya sabe usted que todos somos médicos, abogados, periodistas, presidentes del gobierno, entrenadores de fútbol y, últimamente, sobre todo jueces. Mientras su Señoría citaba a la hija de un Rey para declarar como simple imputada, los españoles estábamos ya dictando sentencias firmes absolutorias o condenatorias. El interrogatorio es un puro trámite. Su decisión un marrón para donde quiera que caiga la moneda. La suerte está echada. La España que mañana quiere ser republicana no va a soltar la preciada presa de la Infanta.

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