19 de abril de 2013

La Iglesia y el derecho de Autodeterminación de Cataluña


Cataluña, independentismo catalán, estelada, CiU y ERC.
EP

Ante la propuesta de Forcades y Oliveres

La Iglesia y el derecho de Autodeterminación de Cataluña

Lo reconoce plenamente la Doctrina Social de la Iglesia

José Ignacio Calleja, Periodista digital.es - 7 de abril de 2013 a las 08:24
 Me parece muy importante captar la naturalidad con que se ha planteado en Cataluña el derecho de autodeterminación de los pueblos, o "derecho a decidir"
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Catalunya über alles

  • Forcades y Oliveres
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  • La mordida de la corrupción en Cataluña, en la portada de 'La Razón'.
  • Cataluña, escuela, economia, boicot y campañas.
  • Forcades y Oliveres
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(José Ignacio Calleja).- El empuje del movimiento político por laautodeterminación de Cataluña que la última Diada (11 de Septiembre de 2012) puso de manifiesto, representó para muchos de nosotros una gran sorpresa.
Embebidos en comprender la crisis económica, cuando apenas nos hacíamos a la idea de su dimensión social y cultural, hemos tenido que advertir su dimensión política. Y en la política, - zarandeados por las corrupciones de muchos y el desgobierno de casi todos -, instituciones fundamentales del Estado como la Monarquía están siendo cuestionadas y ya veremos cómo subsisten en unos años.
Yo creo que sí, porque el Estado y la clase política dirigente se lo juegan todo en esas cartas y no veo bajo ningún prisma que las vaya a repartir para perder. Defiendo que la política y los políticos son necesarios, pero no me confundo si veo en muchos una vocación de supervivencia con la apariencia de servicio. Es difícil hacer un modo de vida del poder, constreñir su acceso en listas electorales cerradas y bloqueadas, y seguir creyéndolo socialmente como un servicio. Es difícil, aunque todo tenga sus excepciones y su mezcla en las personas concretas.
El caso es que en ese revolcón de la crisis económica sobre la política y sus instituciones, buena parte de la sociedad catalana, primero en la Diada, y luego por medio del presidente Artur Mas, planteó su derecho y voluntad de decidir, o en sencillo, de autodeterminarse. Mucha gente ha opinado alrededor de esas ya lejanas elecciones y sobre las consecuencias políticas en cada supuesto. Por mi parte apunto a algo mucho más elemental y que me corresponde directamente como estudioso de la filosofía y ética políticas. Me parece muy importante captar la naturalidad con que se ha planteado en Cataluña el derecho de autodeterminación de los pueblos, o "derecho a decidir", en su analogado para sociedades democráticas como la nuestra.
En filosofía política, nos educaron en una presentación de este derecho de los pueblos, exigente por el lado del motivo, - "los pueblos claramente sometidos a otros" -, y por el lado de su fundamentación, - "los pueblos con conciencia de comunidad política originaria" -. Así vinimos hasta 1989, cuando Alemania y la Europa del Este, caído el muro de Berlín, lo reclamaron directamente como patrimonio propio de sus pueblos y como nuevo enfoque del derecho internacional. A nadie se le oculta la dificultad política que surge de esta nueva conciencia, cuando se habla de cientos de casos que podrían cumplir los requisitos de un "pueblo que se autodetermina en Estado", pero el hecho es éste. Y los viejos Estados europeos, - aleguen quinientos o cuatrocientos años de historia en común entre sus pueblos -, no escapan a la idea de base que he mencionado.
La cuestión que a la ética política formula esta nueva concepción social del derecho de autodeterminación, - derecho a decidir -, no es ya la de su legitimidad democrática, sino la de su equilibrio ético en cuanto a las obligaciones de justicia y solidaridad adquiridas entre pueblos que conviven juntos desde siglos, y si éstas hacen imposible o muy difícil el autogobierno que algunos de ellos necesita para desarrollar su identidad.
Éticamente hablando, esto es lo fundamental. Autodeterminarse como pueblo es legítimo, tanto más, si se concitan mayorías muy extensas en todos los sectores y territorios de un país. Pero no basta con decir, éticamente hablando, somos más y tenemos el derecho, lo queremos y punto; menos aún, decir que seremos más ricos y nos irá mejor disponiendo de lo nuestro; éticamente se requiere elevar la legitimidad del derecho político de autodeterminación hasta considerar que es una necesidad de un pueblo para superar una injusticia política manifiesta o para preservar su identidad cultural y social únicas. En el encaje honesto de libertad, justicia, solidaridad e identidad de un pueblo, está la calidad del derecho a decidir de pueblos como el catalán (o el vasco) y su legitimidad ética.

En este sentido, y viniendo yo del mundo eclesial católico, sí me sorprendió la facilidad ética con que la Iglesia de Cataluña anunció que ella aceptaría lo que diga el pueblo catalán al respecto, "porque el derecho de autodeterminación lo reconoce plenamente la doctrina social de la Iglesia". Lo cual es cierto, pero no de cualquier modo con que se justifique su necesidad por un pueblo que convive de lejos con otros. Habrá que valorar, - y la Iglesia es maestra en estos distingos de moral aplicada -, cómo se conjugan los valores, - libertad, justicia, solidaridad e identidad -, que están implicados en propuestas como la catalana, y qué discernimiento de fondo merecen en términos de equidad para todos, al margen de mi conciencia nacional particular. Yo creo que el Evangelio de Jesús, a través de la moral, es más exigente en el tema que un simple, "lo que el pueblo vote". Políticamente, sin duda, esto es la democracia. Pero, éticamente, es una pobre respuesta eclesial en moral social cristiana. Legítima, pero pobre. Yo no la veo inapelable.
(Lo anterior lo escribía yo hace unos cuarenta días, y lo guardaba hasta mejor ocasión. Hace cinco días, dos destacados militantes cristianos catalanes, Arcadi Oliveres, - Presidente de Justicia y Paz de Catalunya -, y Teresa Forcades, - teóloga y religiosa benedictina -, han hecho publico un Manifiesto para la convocatoria de un Proceso Constituyente en Catalunya, y sin duda, por la regeneración social y política de ese pueblo. Por una alternativa social e integral. Me siento muy cercano a este planteamiento, - aunque yo como sacerdote o religioso, no lo hubiese protagonizado -, pero no entiendo que toda "la justicia y solidaridad" en que se inscribe el Manifiesto tenga como marco previo al pueblo de Catalunya, y éste como si no tuviera obligaciones con nadie, ni razón alguna para plantearse algo en tal sentido. Me cuesta esta idea "moral" tan benigna para con la conciencia nacional de "mi" pueblo y para su derecho a salir de la crisis general por su cuenta. Me cuesta. Entiendo el cansancio de caminar con otros que le niegan a uno el pan y la sal, a menudo; pero me cuesta).

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