¿Puede la arquitectura humanizar un hospital?
Por: Anatxu Zabalbeascoa | EL PAIS - 12 de abril de 2013
FOTO: Fernando Alda
Un niño que se enfrenta a un trasplante de médula ósea llega al quirófano con inocencia. Pero los ratos que debe permanecer solo le dan más miedo que las batas verdes de los cirujanos. Esa soledad duele a algunos chavales tanto como la enfermedad que desconocen. Por eso en el centro Maktub, del área de trasplantes de médula ósea del Hospital Niño Jesús de Madrid, la arquitecta Elisa Valero trató de construir una arquitectura amable, capaz de paliar el aislamiento ofreciendo distracción, sorpresa y juego a los niños y a sus familiares. El trabajo de Valero es colorista y contenido. Se adapta a la seriedad y a las normas higiénicas de un centro pediátrico, pero, desde los estampados coloristas y desde los espacios sobrios anuncia que un hospital puede ser algo más que cuatro paredes blancas.
Los hospitales tensan, preocupan, y un arquitecto puede rebajar esa tensión. Elisa Valero buscó hacerlo alejando la presencia de todo lo que remitiese al propio centro médico. Empleó para ello recursos -como duplicar el centro de atención decorando con cenefas coloreadas-, que actúan como distensores ambientales para que los niños indagasen en ellos y perdiesen sus miradas (y sus miedos) entre los dibujos. Con el uso de nuevos materiales, como el Himacs, los zócalos y los protectores de golpes desaparecieron también en esta zona hospitalaria. Se trataba de alejar todo lo que revelase la enfermedad. La idea era poner la medicina en un segundo plano y el objetivo, ocultar los aparatos minimizando su presencia por medio del color y las formas geométricas que los camuflan.
Así, las seis estancias (boxes) de esta unidad, se abren a una zona acristalada donde esperan los familiares para acercarse a los pequeños. Frente al cristal, Valero pensó en darles a los niños más espacio, en, además de esconder los aparatos, eliminar los obstáculos visuales. Lo primero era dar aire; lo segundo, acercar a los familiares. Por eso el vidrio que forma la cristalera que separa niños de padres no tiene carpintería, es solo un plano transparente.
El pasillo parece ahora un paseo. El antiguo corredor por el que circulaban los familiares transitaba por el centro. No tenía vistas ni luz natural. Ahora sí las tiene, sobre un jardín interior, y son la lavandería, el cuarto de limpieza y el almacén los que ocupan la parte central sin luz natural.
La luz natural es importante en la vida diaria de los niños y en el ánimo de los familiares. Pero la artificial también sirve. De hecho, “la iluminación juega un papel protagonista en el campo de los estímulos ambientales”, explica Valero. La natural llega a los boxes desde la galería, filtrada por los arboles del parque del Retiro y controlada por estores motorizados de filtro u oscurecimiento total. La luz artificial está especialmente pensada para el confort visual del niño. También para facilitar el trabajo de las enfermeras. Así, acompaña pero no deslumbra. Los leds blancos “de triple chip son de última generación smd 5050”, cuenta la arquitecta. Y un sistema empleado en cromoterapia, llamado RGB, permite obtener 856 colores para la iluminación interior.
El aire, curiosamente, no conecta sino que aísla a los diversos pacientes y sus estancias. Los circuitos, no cruzados, tienen esclusas de control de aire en cada box. Eso separa las habitaciones y permite que cada niño lleve a la suya su color. O sus cambios de color.
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