30 de agosto de 2010

Unidad de Acción rural: la forja de una élite

ABC

Unidad de Acción rural: la forja de una élite

En los últimos años sus hombres se han enfrentado con ETA y con la muerte casi en paralelo. A este grupo pertenecían el capitán y el alférez fallecidos en Afganistán
cruz morcillo / madrid

Día 30/08/2010 - 09.42h


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Son los más rápidos, los que cuentan con tiradores excepcionales, los que igual se enfrentan a unos terroristas en el monte, que saltan de un helicóptero o se lanzan paracaídas, los que controlan las carreteras vascas y se patean los caseríos; los más odiados por los cachorros borrokas. Son los hombres del GAR, el Grupo de Acción Rural de la Guardia Civil, élite forjada en el riesgo y la especialización. No es la primera vez que pierden a uno de los suyos, pero esta por inesperada ha sido especialmente dura. En sus 30 años de vida han participado en la detención de más de 300 etarras.

Lo que hoy se denomina Unidad de Acción Rural (UAR) engloba a las cuatro compañías del GAR, una en cada provincia vasca y otra en Navarra, así como al prestigioso Centro de Adiestramientos Especiales, donde estaban destinados el capitán José María Galera y el alférez Abraham Leoncio Bravo. Cuenta con casi 600 agentes, de los que más de medio centenar pertenecen al Grupo de Acción Rural, los tipos de la calle y la “muga”, los que vigilan cada “nido” sospechoso. La UAR hunde sus raíces en el Grupo Antiterrorista Rural, creado en 1982, en los años duros de ETA cuando la banda campaba a sus anchas y se nutría de apoyos y fraternidad en cada esquina del País Vasco. Desde siempre ha tenido su base en Logroño; allí descansan los agentes, allí viven y allí se forman con las mejores técnicas y los medios necesarios, como una gran familia.
Su cometido estrella es la lucha antiterrorista, pero no el único; son también quienes se encargan de operaciones que exigen respuesta rápida o que llevan aparejado un riesgo alto. Una característica poco conocida pese a que resulta evidente es la juventud de sus miembros. Los cabos y guardias deben causar baja en la unidad al cumplir los 40 años y los suboficiales a los 45, y solo con carácter excepcional podrán superar estas edades.
Su historia reciente la adorna un madrinazgo muy especial: el de la Princesa de Asturias, quien en junio de 2005 con motivo del XXV aniversario de la Unidad les entregó la bandera española para poder usarla en sus actos oficiales. Tocada con mantilla negra, ante los GAR pronunció Doña Letizia su primer discurso oficial.
A lo largo de estos años, sus hombres, vestidos con el mismo uniforme de campaña en invierno y en verano, se han enfrentado con ETA y con la muerte casi en paralelo. El primer agente que perdió la vida en el GAR también era un oficial, un teniente. Hasta el miércoles, cuando la muerte viajó hasta Qala-i-Naw, le habían seguido otros cuatro compañeros y una treintena larga de heridos, como el guardia que quedó paralítico al entrarle una bala terrorista por el cuello y partirle la columna. Casi todas las víctimas pertenecían a la misma sección, una de la compañía de Guipúzcoa, que fue bautizada como la “sección maldita” por los hombres bravos del grupo de acción rural. Pero ahí siguieron y se llevaron por delante a diez terroristas en esas escaramuzas. Una de sus grandes hazañas, orgullo de la Unidad, fue la desarticulación del comando de secuestros con que contaba ETA y la posterior liberación del funcionario de Prisiones, José Antonio Ortega Lara en 1997.
El Centro de Adiestramientos Especiales, que trasladó su sede a Logroño desde El Escorial, es una auténtica universidad en determinadas disciplinas: allí se forman los hombres del GAR, los que protegen a personalidades, los que se encargan de la seguridad del presidente del Gobierno, los instructores de tiro y aquellos que van a participar en misiones internacionales. Miles y miles de agentes, no solo de la Guardia Civil, sino también del Ejército, de la Armada y de otros cuerpos policiales españoles y extranjeros. Todo en esa base de Logroño es élite, una élite que hoy está diezmada por la pena pero que mañana seguirá forjando héroes anónimos.