24 de agosto de 2010
Rouco reconquista el País Vasco con el 'ascenso' de Blázquez a Valladolid
EL PAIS
Rouco reconquista el País Vasco con el 'ascenso' de Blázquez a Valladolid
Era una anomalía que el presidente de una Conferencia Episcopal fuese sólo obispo
JUAN G. BEDOYA - Madrid - 14/03/2010
¡Por fin! Esta fue ayer la exclamación en el catolicismo español, nada más conocerse que Roma daba luz verde al anuncio del nombramiento de Ricardo Blázquez como arzobispo de Valladolid. Lo hizo al mediodía, mediante un comunicado de la Nunciatura del Vaticano. El Gobierno y la Conferencia Episcopal Española conocían la noticia oficialmente desde hace dos semanas, pero se cuidaron de filtrarla (o de aparecer como fuente de la filtración).
• El "loro viejo" que aprendió euskera
• Mario Iceta, nombrado nuevo obispo de Bilbao
Iceta se perfila como el obispo titular de Bilbao y Asurmendi seguirá en Vitoria
La pastoral contra la Ley de Partidos disgustó a Roma y perjudicó a Blázquez
Blázquez, de 68 años, era obispo de Bilbao desde 1995 y fue presidente de la Conferencia Episcopal durante el trienio 2005 a 2008, tras imponerse al cardenal de Madrid, Antonio María Rouco, en una apretada votación en la asamblea de obispos. En todo ese tiempo, hasta ayer, se esperó el ascenso de Blázquez en el escalafón eclesiástico. Rouco lo bloqueó. Nunca hasta entonces, tampoco en el resto de Europa, el líder de un episcopado nacional había permanecido en el cargo sin ser ascendido a arzobispo e, incluso, a cardenal. Esa ha sido una sonora anomalía, hasta ayer.
Además de su fuerte liderazgo en la Iglesia española y en la Conferencia Episcopal -cuya presidencia arrebató hace un año al propio Blázquez en otra apretada elección -, el cardenal Rouco es un miembro destacado de la Pontificia Congregación para los Obispos en la Curia Romana, responsable de seleccionar a los nuevos prelados antes del nombramiento por el Papa.
El ascenso de Blázquez a una sede metropolitana no debe considerarse, sin embargo, como un signo de debilidad de Rouco. Todo lo contrario. Supone un paso más, el penúltimo, en la reconquista del País Vasco por el sector españolista de la jerarquía. Si el sucesor de Blázquez es su actual prelado auxiliar y miembro del Opus Dei, Mario Iceta Gavicagogeascoa (Guernica, Vizcaya. 1965), Rouco estaría concluyendo esa renovación en el territorio más complicado del catolicismo europeo.
El primer paso se dio la Navidad pasada con el relevo de Juan María Uriarte Goiricelaya (Fruniz, Vizcaya, 1944) por José Ignacio Munilla Aguirre (San Sebastián, 1961), en la diócesis de Guipúzcoa. Sólo restaría la renovación en Vitoria, aunque su titular, Miguel Asurmendi Aramendia (Pamplona, 1940), se ha destacado menos que Blázquez, Uriarte o el predecesor de éste, José María Setién, y podría permanecer allí los cinco años que le restan hasta su jubilación, a los 75 años.
El paso de no retorno en este enconado conflicto eclesiástico se produjo en 2002, cuando los prelados vascos firmaron una pastoral conjunta, titulada Preparar la paz, en la que, con un rotundo "no todo vale contra el terrorismo" -pero también con una condena radical del ETA-, expresaban su desacuerdo con la Ley de Partidos que precedió a la ilegalización de Batasuna, entre otras organizaciones.
Decían los prelados vascos: "No nos incumbe valorar los aspectos técnicos de un proyecto legal que despierta adhesiones y críticas entre los expertos. Tampoco podemos prever todos los efectos de signo contrapuesto que podrían derivarse de su aplicación. Pero nos preocupan como pastores algunas consecuencias sombrías que prevemos como sólidamente probables y que, sean cuales fueren las relaciones existentes entre Batasuna y ETA, deberían ser evitadas. Tales consecuencias afectan a nuestra convivencia y a la causa de la paz. Nuestras preocupaciones no son sólo nuestras. Son compartidas por un porcentaje mayoritario de ciudadanos de diversas tendencias políticas, encomendados a nuestro servicio pastoral".
La pastoral causó gran revuelo, hasta el punto de que el Gobierno de Aznar llamó a consultas al nuncio (embajador) del Vaticano en Madrid, el arzobispo Manuel Monteiro. Rouco, el cardenal Antonio Cañizares -ascendido ahora a la Curia del Vaticano-, y la mayoría de los prelados se disgustaron también por aquella pastoral, aunque guardaron silencio. Lo mismo hizo Roma. Pero Blázquez pago un alto precio, hasta ayer. El Vaticano lo había mandado a Bilbao, desde la diócesis de Palencia, para neutralizar -o apaciguar, al menos- al nacionalismo de esa iglesia local, y parecía haberse pasado al enemigo, según sus detractores.
El "loro viejo" que aprendió euskera
"Un tal Blázquez", dijo el nacionalista Arzalluz cuando Roma lo envió a pastorear la diócesis de Bilbao, en 1995. "Ese tal Blázquez", reiteró con igual desprecio, en 2002, el conservador Lucas, ex ministro de Presidencia en un Gobierno de Aznar y ex presidente de Castilla y León. Pese a su suavidad de formas, el nuevo arzobispo Ricardo Blázquez Pérez (Villanueva del Campillo, Ávila. 1942), se ha visto mezclado en agrias diatribas. "La vitalidad y complejidad de la diócesis han requerido constante atención, desvelos y dedicación", se disculpaba ayer.
Blázquez, castellano viejo, llegó a Bilbao procedente de la diócesis de Palencia, y los nacionalistas vascos tomaron el nombramiento como una ofensa romana. Pese al tradicional sello democristiano del PNV, arremetieron sin piedad contra el prelado. Lo habían hecho antes los catalanes con su famoso volem bisbes catalans (queremos obispos catalanes) contra el cardenal Marcelo González, en 1967,
"El tal Blázquez no será bienvenido", dijo el PNV, entonces en el Gobierno vasco. Blázquez prometió días más tarde que aprendería euskera. "Loro viejo no aprende a hablar", le replicaron. El obispo cumplió. Tanto se adaptó al paisaje, que acabó siendo más amigo de los nacionalistas vascos que de los nacionalistas españoles del episcopado. Lo ha pagado caro.
Pese a su fama de moderado, tampoco su mandado al frente de la Conferencia Episcopal fue pacífico. Nunca los obispos execraron tanto de un Gobierno como en ese trienio, en manifestaciones en la calle animadas por Rouco, o en pastorales conjuntas. Blázquez no iba a esas manifestaciones, pero callaba. Su ascenso a Valladolid lo vuelve a colocar en primera fila para suceder a Rouco cuando éste cumpla 75 años el próximo 2011.
Rouco reconquista el País Vasco con el 'ascenso' de Blázquez a Valladolid
Era una anomalía que el presidente de una Conferencia Episcopal fuese sólo obispo
JUAN G. BEDOYA - Madrid - 14/03/2010
¡Por fin! Esta fue ayer la exclamación en el catolicismo español, nada más conocerse que Roma daba luz verde al anuncio del nombramiento de Ricardo Blázquez como arzobispo de Valladolid. Lo hizo al mediodía, mediante un comunicado de la Nunciatura del Vaticano. El Gobierno y la Conferencia Episcopal Española conocían la noticia oficialmente desde hace dos semanas, pero se cuidaron de filtrarla (o de aparecer como fuente de la filtración).
• El "loro viejo" que aprendió euskera
• Mario Iceta, nombrado nuevo obispo de Bilbao
Iceta se perfila como el obispo titular de Bilbao y Asurmendi seguirá en Vitoria
La pastoral contra la Ley de Partidos disgustó a Roma y perjudicó a Blázquez
Blázquez, de 68 años, era obispo de Bilbao desde 1995 y fue presidente de la Conferencia Episcopal durante el trienio 2005 a 2008, tras imponerse al cardenal de Madrid, Antonio María Rouco, en una apretada votación en la asamblea de obispos. En todo ese tiempo, hasta ayer, se esperó el ascenso de Blázquez en el escalafón eclesiástico. Rouco lo bloqueó. Nunca hasta entonces, tampoco en el resto de Europa, el líder de un episcopado nacional había permanecido en el cargo sin ser ascendido a arzobispo e, incluso, a cardenal. Esa ha sido una sonora anomalía, hasta ayer.
Además de su fuerte liderazgo en la Iglesia española y en la Conferencia Episcopal -cuya presidencia arrebató hace un año al propio Blázquez en otra apretada elección -, el cardenal Rouco es un miembro destacado de la Pontificia Congregación para los Obispos en la Curia Romana, responsable de seleccionar a los nuevos prelados antes del nombramiento por el Papa.
El ascenso de Blázquez a una sede metropolitana no debe considerarse, sin embargo, como un signo de debilidad de Rouco. Todo lo contrario. Supone un paso más, el penúltimo, en la reconquista del País Vasco por el sector españolista de la jerarquía. Si el sucesor de Blázquez es su actual prelado auxiliar y miembro del Opus Dei, Mario Iceta Gavicagogeascoa (Guernica, Vizcaya. 1965), Rouco estaría concluyendo esa renovación en el territorio más complicado del catolicismo europeo.
El primer paso se dio la Navidad pasada con el relevo de Juan María Uriarte Goiricelaya (Fruniz, Vizcaya, 1944) por José Ignacio Munilla Aguirre (San Sebastián, 1961), en la diócesis de Guipúzcoa. Sólo restaría la renovación en Vitoria, aunque su titular, Miguel Asurmendi Aramendia (Pamplona, 1940), se ha destacado menos que Blázquez, Uriarte o el predecesor de éste, José María Setién, y podría permanecer allí los cinco años que le restan hasta su jubilación, a los 75 años.
El paso de no retorno en este enconado conflicto eclesiástico se produjo en 2002, cuando los prelados vascos firmaron una pastoral conjunta, titulada Preparar la paz, en la que, con un rotundo "no todo vale contra el terrorismo" -pero también con una condena radical del ETA-, expresaban su desacuerdo con la Ley de Partidos que precedió a la ilegalización de Batasuna, entre otras organizaciones.
Decían los prelados vascos: "No nos incumbe valorar los aspectos técnicos de un proyecto legal que despierta adhesiones y críticas entre los expertos. Tampoco podemos prever todos los efectos de signo contrapuesto que podrían derivarse de su aplicación. Pero nos preocupan como pastores algunas consecuencias sombrías que prevemos como sólidamente probables y que, sean cuales fueren las relaciones existentes entre Batasuna y ETA, deberían ser evitadas. Tales consecuencias afectan a nuestra convivencia y a la causa de la paz. Nuestras preocupaciones no son sólo nuestras. Son compartidas por un porcentaje mayoritario de ciudadanos de diversas tendencias políticas, encomendados a nuestro servicio pastoral".
La pastoral causó gran revuelo, hasta el punto de que el Gobierno de Aznar llamó a consultas al nuncio (embajador) del Vaticano en Madrid, el arzobispo Manuel Monteiro. Rouco, el cardenal Antonio Cañizares -ascendido ahora a la Curia del Vaticano-, y la mayoría de los prelados se disgustaron también por aquella pastoral, aunque guardaron silencio. Lo mismo hizo Roma. Pero Blázquez pago un alto precio, hasta ayer. El Vaticano lo había mandado a Bilbao, desde la diócesis de Palencia, para neutralizar -o apaciguar, al menos- al nacionalismo de esa iglesia local, y parecía haberse pasado al enemigo, según sus detractores.
El "loro viejo" que aprendió euskera
"Un tal Blázquez", dijo el nacionalista Arzalluz cuando Roma lo envió a pastorear la diócesis de Bilbao, en 1995. "Ese tal Blázquez", reiteró con igual desprecio, en 2002, el conservador Lucas, ex ministro de Presidencia en un Gobierno de Aznar y ex presidente de Castilla y León. Pese a su suavidad de formas, el nuevo arzobispo Ricardo Blázquez Pérez (Villanueva del Campillo, Ávila. 1942), se ha visto mezclado en agrias diatribas. "La vitalidad y complejidad de la diócesis han requerido constante atención, desvelos y dedicación", se disculpaba ayer.
Blázquez, castellano viejo, llegó a Bilbao procedente de la diócesis de Palencia, y los nacionalistas vascos tomaron el nombramiento como una ofensa romana. Pese al tradicional sello democristiano del PNV, arremetieron sin piedad contra el prelado. Lo habían hecho antes los catalanes con su famoso volem bisbes catalans (queremos obispos catalanes) contra el cardenal Marcelo González, en 1967,
"El tal Blázquez no será bienvenido", dijo el PNV, entonces en el Gobierno vasco. Blázquez prometió días más tarde que aprendería euskera. "Loro viejo no aprende a hablar", le replicaron. El obispo cumplió. Tanto se adaptó al paisaje, que acabó siendo más amigo de los nacionalistas vascos que de los nacionalistas españoles del episcopado. Lo ha pagado caro.
Pese a su fama de moderado, tampoco su mandado al frente de la Conferencia Episcopal fue pacífico. Nunca los obispos execraron tanto de un Gobierno como en ese trienio, en manifestaciones en la calle animadas por Rouco, o en pastorales conjuntas. Blázquez no iba a esas manifestaciones, pero callaba. Su ascenso a Valladolid lo vuelve a colocar en primera fila para suceder a Rouco cuando éste cumpla 75 años el próximo 2011.