8 de julio de 2010

Las bodas huyen del altar

Una boda civil, celebrada al modo tradicional en el Ayuntamiento de Leganés (Madrid).- GEMA GARCÍA

EL PAIS

REPORTAJE: VIDA & ARTES

Las bodas huyen del altar

La Iglesia pierde el monopolio ceremonial: hay más enlaces civiles que religiosos - Pese a las parejas de hecho, el matrimonio persiste por su simbolismo

CARMEN MORÁN 08/07/2010



Era cuestión de tiempo y ese tiempo ha llegado: los matrimonios civiles en España ya son más que los religiosos. 94.993 bodas celebradas en 2009 no necesitaron cura ni altar, mientras que en nombre de Dios se unieron para siempre 80.174 parejas, según el Instituto Nacional de Estadística. Este fenómeno es parejo a la secularización de la sociedad y está en el contexto de los cambios sociales de la familia. "Los que ahora se están casando son los hijos de aquellos que ya mostraron cierto desinterés por la religión en los años sesenta y setenta; dos tercios de los jóvenes entre 15 y 24 años se declaran ateos, indiferentes o agnósticos", comienza el catedrático de Sociología de la Universidad Complutense Alfonso Pérez-Agote.
• ¡Vivan los novios!

Rodearse de testigos para celebrar un acontecimiento aporta credibilidad
"Lo que ahora toca es el sacramento de la hipoteca", dice un sociólogo
La representación que tienen los jóvenes del enlace no es religiosa
La familia sabe que ya no puede imponer su modelo de convivencia
"Décadas atrás, el matrimonio era la legitimación de las relaciones sexuales; ya en los sesenta, uno se casaba cuando decidía tener hijos, por tanto, se legitimaba la procreación; lo que ahora toca es el sacramento de la hipoteca: si hay que emanciparse y contraer una relación duradera con un banco, más vale hacerlo en pareja y con los papeles en regla", dice Pérez-Agote.
Cuando no se está casado y se tiene una hipoteca conjunta, deshacer eso es caro y complejo. Y no pueden hacerse declaraciones de la renta conjuntas, que podrían ser más ventajosas. Y casarse son ¡15 días de vacaciones!
Hay, pues, circunstancias que llevan al matrimonio, pero, pese a ello, las bodas han caído y no solo por el bache profundo que ha abierto la crisis, sino que esa es la tendencia desde 1975. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) preguntó, en 2006, en uno de sus barómetros por la convivencia y un 12% de los que vivían en pareja no estaban casados. En 2010 ya son el 17%. No es una encuesta de nupcialidad y no tiene valor estadístico, simplemente es una pregunta necesaria para elaborar otras estadísticas pero, a falta de datos precisos, sirve de referencia sobre cómo van las cosas.
Quizá los católicos, aunque hayan vivido en pecado, acaban consagrando su unión. Pero también decenas de miles de no creyentes, que comparten piso, se casan cada año. ¿Por qué? Muy pocos saben contestar esa pregunta. "Suelen decir: porque nos queremos o porque queremos tener hijos, pero poco más", dice Gerardo Meil, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, experto en Sociología de la Familia. "En realidad, el matrimonio lo asocian a la seguridad, a la estabilidad en la pareja. La unión de hecho la relacionan con un 'mientras dure', y el matrimonio lo ven como una unión sin límite en el tiempo salvo que algo vaya mal. Pero no lo hacen de forma materialista como el que compra un seguro de vida, sino como un elemento simbólico que substancia esa seguridad", explica Meil.
Teresa Vázquez Abades se casó con su novio de siempre, con el que ya compartía vivienda, en una ceremonia civil. "Lo hicimos un poco por la fiesta, pero también influyen los derechos. Aunque ya menos, para estar registrada como pareja de hecho prefería estar casada por lo civil..." Y ahora viene la explicación más solvente, aunque parezca tan vaporosa como el vestido que ella lució: "Después de muchos años juntos sientes que casándote te constituyes en una nueva familia, que empieza una etapa nueva, aun sin hijos, aunque luego, con el bebé, esa sensación sea aún más completa". Y todo ello va unido a cosas más prosaicas, como "aprobar la oposición". De nuevo la idea de seguridad: se acabaron los tiempos de estudiante, de trabajos precarios, y esa idea de seguridad económica, laboral, se traslada a la pareja, que ahora es la familia, con una boda.
Bien, pero eso se puede hacer una mañana en un juzgado o montando las bodas de Camacho. Teresa Vázquez y Aser Álvarez optaron por la gran fiesta. ¿Por qué? Ahora hay que hablar del rito. "Durante décadas, la Iglesia ha tenido el monopolio del rito para cualquier acontecimiento importante de la vida, bodas, bautizos, la propia muerte. Eso se ha acabado. Los ritos son actos sociales que buscan dar relevancia a un hecho mediante un formato creado para ello. Las primeras bodas civiles eran muy feúchas, pero ahora hay algunas ceremonias preciosas", dice Pérez-Agote.
Lo que este sociólogo defiende es que las parejas, sencillamente, han cambiado un rito por otro, le han robado a la Iglesia el monopolio de conceder importancia y credibilidad a los acontecimientos de la vida. Sobre la idea del rito, dice Meil: "La idea de rodearse de otras personas como testigos de un acontecimiento le aporta un sentido diferente. El propio individuo cambia con esa ceremonia colectiva y pública". En sus trabajos de investigación, Meil ha constatado una curiosidad conceptual: "Antes de casarse, ellas se referían a su pareja como 'mi hombre' y después ya decían 'mi marido'. No se trata, por tanto, de una idea de posesión, que hubiera sido una materia de análisis muy atractiva, porque el 'mi' aparece en los dos casos. No. La palabra marido creo que aporta una sensación de mayor seguridad, de atemporalidad, y una percepción más intensa de compromiso", afirma.
Rito. Volvamos a la boda de Teresa y Aser. Se celebró en una de las llamadas casas grandes gallegas, parecidas a los pazos, de la familia de la novia, y se buscó la tradición regional, con las pulperas en el patio, los músicos desgranando tonadas populares desde la balconada, un menú de la tierra, y las invitaciones las diseñó un amigo artista de la pareja. La novia llevaba tres lirios en la mano, la flor emblemática del parque natural del Xurés, en el municipio de Muiños (Ourense). "Fue como una boda antigua de la zona, como una romería", dice Aser. Y el rito lo extendieron más tarde al hijo aún por nacer, Carlos Duarte, al que le dedicaron un bautizo prenatal al estilo precristiano que se estilaba en la frontera portuguesa. "Quisimos hacer tanto de esto como de la boda algo personal, con discursos de los amigos, los hermanos, los primos. Había circunstancias personales que impregnaron de emoción la ceremonia y la fiesta", recuerda Aser.
Los consabidos rituales eclesiásticos, prácticamente idénticos para todas las parejas, están lejos de estas bodas civiles diseñadas por los novios al detalle, rodeadas de guiños personales y de amigos que ofician la ceremonia. "La Iglesia ofrece un ritual repetido sujeto a moldes viejos donde la gente, los contrayentes, no son los protagonistas del matrimonio y donde el sacerdote es un mero testigo que da fe", dice la teóloga de la Asociación Juan XXIII Margarita Pintos. Ella cree que todas esas cosas que la Iglesia no ha sabido valorar alejan a las parejas de los matrimonios religiosos. "Los rituales oficiales de la Iglesia no tienen contenido emocional por parte de las personas que participan, son prefabricados. En muchas de las bodas civiles hasta el concejal conoce a la pareja y les dedica un discurso individualizado. Por la Iglesia hay que pasar engorrosos cursillos prematrimoniales, te tienes que casar en la parroquia que te toca... Muchos de los que somos creyentes hacemos la ceremonia por lo civil y luego una fiesta en nuestra comunidad religiosa, que es como debería ser. Un sacramento no debe tener valor civil, eso es un disparate", dice Pintos.
¿Qué opina la Iglesia de todo esto? No hace declaraciones.
"La representación que los jóvenes tienen del matrimonio ha perdido la connotación religiosa. Quedará la hipoteca, pero la pareja ya veremos... Y muchos curas saben que están casando a gente con poco sentimiento religioso", asegura Pérez-Agote. "Y los que se casan ahora pertenecen a familias que ya muestran mayor desinterés por la Iglesia, por tanto, ya no hay que contentar a padres o abuelos", añade Pau Baizán, profesor de Demografía de la Universidad Pompeu Fabra e investigador del Instituto Catalán de Investigación y Estudios Avanzados (ICREA).
Gerardo Meil opina que, efectivamente, los mandamientos en el nuevo contexto familiar son dos: privatización e individualización. "La forma de familia la decide la pareja en privado, sin que nadie intervenga en ello. Hay un rechazo del control social y cada quien afirma sus opciones vitales en un abanico de alternativas. Ya no sirve el 'para toda la vida', por eso han aumentado los divorcios y también las uniones de hecho, de distinto o del mismo sexo. Son opciones personales", dice. "Por otro lado, el individuo también siente que no puede intervenir en las decisiones de los demás. La madre, o el abuelo, saben que no pueden imponer un modelo de convivencia a sus hijos, que en estos tiempos no es legítima esa coacción", afirma Meil.
Ya no es de extrañar, por tanto, que una cuarta parte de los niños nacidos sean hijos de uniones consensuales. "En los noventa todavía se vinculaba más el matrimonio a la llegada de los hijos, ya no tanto. Es verdad que hay más matrimonios civiles, puede ser una cuestión práctica, a veces para divorciarse es más cómodo estar casado", dice Pau Baizán. Cuestiones administrativas e hipotecarias. Pero recuerda que el verdadero cambio es que los matrimonios van a menos desde 1975. "En otros países europeos el número de matrimonios que se perdieron se compensaron después con uniones de hecho, pero en España no ocurre así. La cohabitación, aunque es abundante, no compensa esa pérdida de matrimonios".
Baizán cree que, además de situaciones coyunturales como una crisis económica (las bodas descendieron en 2009 un 10%) hay otros factores que se extienden en el tiempo: la emancipación en España es muy tardía y, en muchos casos, solo se sale de la casa de los padres para convivir en pareja, casados o no. "La convivencia en pareja en España ha registrado en los noventa los niveles más bajos de toda Europa". Pero esto puede deberse a un efecto óptico en la estadística. Si los españoles se emancipan y se emparejan más tarde, las cohortes de los más jóvenes todavía no aparecen en la fotocomo parejas, mientras que en Europa sí. Porque, al final, "vivir en pareja y tener hijos está en el proyecto vital que declara la mayoría", dice Baizán. La paradoja de los países del sur es extraña. ¿Mucha o poca familia? "Porque una de las razones que se esgrimen para explicar por qué los del sur se van más tarde de casa es que están cómodos en una estructura familiar protectora, pero, por otro lado, eso impide que formen antes su propia familia", cuenta Baizán.
Como quiera que sea, la foto ya es inequívoca: la Iglesia está perdiendo terreno cuando se produce el salto del nido paterno y a las parejas les da por casarse. Entonces, en la intimidad o por todo lo alto, los contrayentes se van alejando del sacramento que, durante décadas, cambiaba señoritas por señoras. Señoras de.
¡Vivan los novios!
- El año pasado se celebraron 94.993 enlaces civiles, bastantes más que los religiosos: 80.174 bodas por el rito católico y un puñado, 785, de otras religiones.
- En 36.715 bodas, uno de los contrayentes era extranjero. Él era español y ella foránea en el 46,8% de esos matrimonios; en otro 32,1% era a la inversa. Y en el 21,1% de los casos ambos eran extranjeros.
- Los matrimonios entre personas del mismo sexo sí han aumentado. Fueron 3.412, 218 más que en 2008. Las uniones de dos novias fueron 1.200 bodas, la mitad de los enlaces entre varones, 2.212. Las bodas de gays y lesbianas se legalizaron en España en 2005.
- En Melilla, con 53 matrimonios por cada 10.000 habitantes, se dobla casi el número de bodas de Canarias, 28 por cada 10.000 personas. Son los extremos de una lista por comunidades en la que destacan, por el número de bodas celebradas Ceuta, Cantabria, Asturias y Extremadura, todas por encima de 43. La media española es de 37,6. Y las que menos registran, tras Canarias, son Madrid, Valencia, Murcia, Aragón y Cataluña.