23 de marzo de 2018
PRISMA / EMBAJADA RUSA EN MÉXICO, CLAVE PARA QUE STALIN OBTUVIERA LA BOMBA ATÓMICA
Enlace Judío México.- En el mes de mayo de 1942 la Secretaría de Relaciones Exteriores recibió una insólita petición: La Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) solicitaba permiso para abrir una embajada en México.
JUAN ALBERTO CEDILLO EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
La solicitud de José Stalin sorprendió al gobierno mexicano debido a que ambos países no mantenían ninguna relación comercial y eran escasos los contactos diplomáticos con la URSS. Además, porque los soviéticos precisaron que tenían prisa por abrir su sede diplomática.
La inusitada petición se realizó en medio de la Segunda Guerra Mundial mientras la URSS sufría los embates de los ejércitos del Tercer Reich que estaban por tomar Moscú y en otro frente combatían ferozmente por la defensa de Stalingrado.
¿Qué motivos tenía el dictador José Stalin para abrir una embajada en la República Mexicana?
La respuesta se conoció muchos años después cuando Pavel Sudoplatov, el jefe del Departamento del Extranjero de la KGB, publicó sus memorias en su libro titulado “Special Task” (Operaciones Especiales).
La principal razón para contar con una sede diplomática en México fue: proporcionar “cobertura diplomática” a un pequeño y sofisticado grupo de espías que estaban consiguiendo los secretos del “Proyecto Manhattan”, el programa para desarrollar y fabricar la primera bomba atómica.
La SRE aceptó la solicitud de Stalin y dos meses después, en junio de 1942, se abrió la embajada soviética en una ex hacienda ubicada en el poblado de Tacubaya la cual fue remodelada y transformada en un palacete.
Para esa época, Robert Oppenheimer, un joven y brillante científico judío de la Universidad de California, trabajaba en un proyecto ultrasecreto con una pléyade de investigadores nucleares de la talla de Enrico Fermi, Leo Szilard y Niels Bohr. Además participaba el Premio Nobel de Física, Albert Einstein.
Los científicos que encabezaron el Proyecto Manhattan, Oppenheimer, Fermi y Szilard acordaron compartir sus investigaciones subrepticiamente con la URSS ante el temor de que la Alemania de Adolfo Hitler desarrollara primero la bomba atómica.
También porque previeron que si una sola nación poseía superioridad nuclear impondría su voluntad al resto del mundo, así que decidieron crear un “equilibrio del terror”.
Los avances para desarrollar la bomba atómica fueron proporcionados a los espías de José Stalin por un físico alemán nacionalizado británico llamado Klaus Fuch, quien sería el responsable de sacar los máximos secretos del laboratorio de Los Álamos para entregarlos a los soviéticos.
El jefe de los “espías atómicos” se llamó Leonidas Eitingon, también de origen judío, quien durante su juventud se sumó a la policía Secreta Soviética para escapar de los Pogromos (linchamientos) que se protagonizaron contra los hebreos en Bielorrusia.
Eitingon era muy amigo Sudoplatov y le propuso echar mano de los desconocidos “agentes de influencia” que había reclutado en Estados Unidos, España y en la capital mexicana para que se convirtieran en los “correos” que recolectaran los secretos y se mandaran a Moscú.
Entre los “agentes de influencia”, o “moles” como se les designa en el argot del espionaje, que había reclutado Eitingon en los diversos países se encontraban, entre otros, los españoles Antonio Meiji, Margarita Neken y el suizo Hans Meyer. Además los mexicanos Luis Arenal y la escritora Anita Bremer quien en esa época radicaban en Nueva York y el General Brigadier del Ejército Mexicano Roberto Calvo Ramírez, jefe de la comandancia en Baja California Norte.
Para los traslados de los secretos a la capital mexicana jugaron un papel fundamental el líder sindical Lombardo Toledano y Adolfo Uribe Alba, funcionario en la administración del presidente Lázaro Cárdenas.
Alguno de ellos colaboraron en el mecanismo para cruzar ilegalmente a agentes a través de la frontera y otros se desempeñaron como “correos”.
En España Eitingon se había hecho contacto con otros judíos: Morris Cohen quien combatió en las brigadas Internacionales junto con su esposa Nola Cohen. Ambos se sumaron al selecto círculo de espías atómicos.
También realizaban continuos viajes desde México a los Estados Unidos Nicolás y María Ficher, así como una agente soviética de origen británica llamada Katty Harry.
El selecto grupo de agentes que se dedicaban al espionaje atómico pronto identificó a siete grandes centros de investigación y 27 científicos de muy alto nivel que trabajaban en el Proyecto Manhattan.
Los “agentes de influencia” reclutados por Eitingon comenzaron a rendir frutos. Además de Fuche, el científico de origen ruso Bruno Pontencorvo, quien se desempeñaba como el principal asistente de Fermi en la Universidad de Chicago., entregó a los agentes información muy precisa sobre los trabajos en el reactor para procesar uranio.
La Rezidentura, la jefatura de la KGB en la capital mexicana, organizó los pagos para “los correos”. Se destinaban entre 75 y 200 dólares por mes para que cada uno pagara la renta por una casa segura, combustible, comidas y todo lo requerido para su misión.
Pavel Panteleevich Klarin, el jefe de la Rezidentura de México comenzó a viajar constantemente a Washington debido a que la embajada estaba recibiendo informes muy precisos sobre los avances del reactor de la Universidad de Chicago que provenían directamente de Fermi.
Debido a problemas para mandar los secretos desde Washington, Lev Vasilevsky decidió enviar los informes sensibles a través de la embajada de Tacubaya en México.
Gracias a los secretos que estaban recibiendo del Proyecto Manhattan desde el Distrito Federal, José Stalin pudo replicar la bomba atómica y con ello comenzó la “Guerra Fría”.
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