El príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salmán, en una ceremonia en Riad en diciembre de 2017. En vídeo declaraciones del primer ministro israelí y del ministro saudí de Exteriores. REUTERS / VÍDEO: REUTERS-QUALITY
5 de marzo de 2018
Israel y Arabia Saudí, acercamiento en la misma trinchera diplomática frente a Irán
El príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salmán, en una ceremonia en Riad en diciembre de 2017. En vídeo declaraciones del primer ministro israelí y del ministro saudí de Exteriores. REUTERS / VÍDEO: REUTERS-QUALITY
Israel y Arabia Saudí han vuelto a coincidir en la
trinchera diplomática. Durante la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich,
tanto el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, como el ministro saudí de
Exteriores, Adel al Jubeir, acusaron a Irán de expansionismo militar en
Oriente Próximo y denunciaron el acuerdo nuclear. Es el último ejemplo de una
creciente convergencia de intereses políticos que ha
desatado todo tipo de especulaciones sobre si esa alianza de facto frente al
enemigo común puede llegar a cuajar. Una calculada política de gestos ha hecho
aflorar en los últimos meses señales de acercamiento más allá de las relaciones
encubiertas que han mantenido hasta ahora
Suscita revuelo porque se trata una pareja diplomática atípica; no sólo
no mantienen relaciones, sino que Arabia Saudí ni siquiera reconoce la
existencia de Israel. Aunque el Reino del Desierto no participó directamente en
ninguna de las guerras contra el Estado judío del siglo pasado, siempre ha
defendido el derecho a la soberanía de los palestinos. Riad apadrinó en 2002 la
llamada Iniciativa Árabe de Paz, que en esencia implica el
reconocimiento de Israel a cambio de la retirada de los territorios que ocupó
en 1967. Tras décadas de antagonismo emergen signos de cooperación entre ambos
países, que ven en el auge de Irán una amenaza a sus intereses regionales.
Si lo que es malo para Teherán es bueno para Israel, la mano tendida del
general Gadi Eisenkot, jefe del Estado Mayor israelí, se plasmó negro sobre
blanco en la entrevista sin precedentes concedida en noviembre
al diario
digital saudí Elaph, editado en Londres. Eisenkot ofrecía compartir
información de inteligencia con los saudíes frente a Irán, al que acusó de representar
“la gran amenaza real para la región”.
Fue el pistoletazo para una carrera de mensajes de acercamiento, como el
del ministro de Energía, Yuval Steinitz, al reconocer a una cadena de radio
estatal que Israel ha establecido contactos encubiertos con Arabia Saudí sobre
preocupaciones compartidas ante el expansionismo iraní. “Las relaciones se
están desarrollando, con los saudíes y con otros países árabes y musulmanes”,
precisó Steinitz, “pero preferimos mantenerlas en secreto, ya que así lo desea
la otra parte”.
Medios como el diario Haaretz ha informado también de reuniones regulares entre militares israelíes y saudíes en
el centro de operaciones conjunto en el que se coordinan Jordania, Arabia Saudí
y EE UU. El ministro de Inteligencia, Yisrael Katz, aseguró a la prensa israelí
que había invitado al príncipe Mohamed a visitar Israel al
príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salmán, conocido por las siglas MBS, a
visitar el Estado judío como “líder del mundo árabe”, en el curso de una
entrevista con Elaph, aunque finalmente el portal digital omitió esa parte de
sus declaraciones.
Por esas mismas fechas, la embajadora israelí en Viena visitó el Centro
Internacional para el Diálogo Interreligioso e Intercultural Rey Abdalá Bin
Abdulaziz, y difundió su foto ante la bandera saudí. La diplomacia
de las fotos había empezado en enero de 2017 en Davos, cuando la exministra de
Exteriores Tzipi Livni se fotografió con el exjefe de los servicios secretos saudíes Turki
Bin Faisal, y también publicó la imagen en Twitter.
Acuerdo nuclear con
Irán
Los observadores sitúan el principio del acercamiento durante la
negociación del acuerdo nuclear de 2015 entre Irán y las grandes potencias, al
que tanto Arabia Saudí como Israel se opusieron desde el
principio y al que ahora responsabilizan de la consolidación regional de la
República Islámica. Hasta entonces, el afán saudí por armarse para hacer frente
a su rival de la otra orilla del golfo Pérsico también suscitaba inquietud en el Estado
hebreo.
Dos cambios políticos han impulsado la aproximación. Por un lado, a
principios de 2015 accedió al trono saudí el rey Salmán, quien, junto a su
hijo y heredero el príncipe Mohamed Bin Salmán, ha mostrado una
sorprendente disposición a asumir riesgos de política exterior. Por otro, la
llegada a la Casa Blanca, dos años después, de Donald Trump, quien intenta
convencer a los países árabes de que reconozcan el papel clave del Estado judío en Oriente
Próximo.
En Riad no se han desmentido las señales de aproximación emitidas por
Israel y, aunque de forma necesariamente más discreta dada la naturaleza de su
sistema político, también ha hecho algunos gestos. El pasado noviembre, Mohamed Bin Abdulkarim Isa, un exministro de Justicia
saudí muy próximo al príncipe heredero, declaraba que “ningún acto de violencia
o terrorismo que trate de justificarse invocando el islam está justificado en
ninguna parte, incluido Israel”, según lo publicado por el diario hebreo Maariv. Se trata de una crítica a los ataques
contra israelíes inusual en el mundo árabe.
La ausencia de relaciones diplomáticas ha prevalecido finalmente, como
se comprobó a finales de diciembre cuando el Gobierno saudí negó el visado de
entrada al equipo israelí convocado por la Federación Internacional de Ajedrez
para participar en un campeonato organizado en la capital del reino.
El presidente de Estados Unidos ha buscado, a través de su yerno y
enviado especial para la región, Jared Kushner, la colaboración saudí para presionar a
los palestinos a aceptar un acuerdo con Israel. Se muestra convencido, no sólo
de que puede poner fin a ese conflicto y lograr la “solución definitiva”, sino
de que ese acercamiento mejoraría las relaciones del Estado hebreo con sus
vecinos, lo que haría más vulnerable a Irán. No parece haber conseguido su
propósito. MBS convocó al veterano presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, en la capital saudí para presentarle un
plan de paz que, según fuentes palestinas, resultaba inaceptable.
"Un gran error de Mohamed Bin Salmán"
“Es un gran error de MBS, que va a dañar la imagen de Arabia Saudí y dar
un triunfo a Israel”, interpreta el analista saudí Jamal Khashoggi. “Terminará por
descubrir que no puede conseguir mucho de Israel. Por un lado, presionar a los
palestinos (…) no va a ninguna parte porque, incluso bajo ocupación, son mucho
más libres que la mayoría de los árabes para expresar sus opiniones y
manifestarse”, explica en conversación telefónica. Además, añade, “los
israelíes no van a luchar contra Irán por nosotros”.
Khashoggi, cuyo estilo directo le ha obligado a autoexiliarse, opina que
por el actual camino “Israel logrará el premio de la normalización con otro
Estado árabe, y no uno cualquiera, sino Arabia Saudí”, mientras que éste no va
a conseguir lo que quiere de aquél. “Israel no va a enviar a sus soldados a
Alepo a luchar contra los iraníes, sólo interviene [como en los recientes bombardeos en Siria] cuando sus
intereses están amenazados”, concluye.
No todo el mundo está de acuerdo en la evaluación de beneficios. “La
clave aquí son las relaciones abiertas. En gran medida, Arabia Saudí ya está
consiguiendo mucho de lo que necesita de Israel, sin una relación pública
debido a sus posiciones compartidas sobre Irán.
Pero aún tienen diferencias en
otros asuntos”, precisa Gregory Gause, profesor de Relaciones Internacionales
de la Universidad A&M de Texas y especialista en Arabia Saudí. Entre las
discrepancias cita la reciente crisis libanesa, en la que Riad buscaba un
enfrentamiento, pero Israel dio un paso atrás, pero el mayor obstáculo sería, y
esta es una opinión compartida entre los analistas, “el coste de opinión
pública que el Gobierno saudí tendría que pagar”.
“Aún sigue habiendo bastante sentimiento antiisraelí y simpatías
propalestinas en el mundo árabe, y eso incluye a los saudíes”, explica Gause en
un correo electrónico. “Las ventajas que Arabia Saudí obtiene de la relación
entre bambalinas con Israel no serían mucho mayores si la relación fuera
pública, pero aumentarían considerablemente los costes internos”.
De momento, el propio Trump ha puesto un obstáculo para oficializar esa
relación cada vez menos secreta. Su decisión de reconocer Jerusalén como capital de Israel yde
trasladar la embajada de EE UU desde Tel Aviv ha frenado nuevos gestos de aproximación ante el
carácter altamente simbólico de la Ciudad Santa, que acoge el recinto de la
mezquita de Al Aqsa, tercer lugar sagrado de islam, precisamente tras La Meca y
Medina. En su reciente intervención ante el Consejo de Seguridad de la ONU, el
presidente Abbas ha excluido a EE UU como mediador exclusivo entre israelíes y
palestinos y ha propugnado una conferencia internacional de paz bajo un
mecanismo multilateral, en el que si duda espera poder contar con Arabia Saudí
como patrocinador del diálogo con Israel.
Mientras Israel y Arabia Saudí intercambian señales de entendimiento,
destacados representantes de monarquías del Golfo que se mueven en la órbita de
Riad han visitado en las últimas semanas Jerusalén. Bahréin ha sido de los
primeros en enviar gestos de acercamiento al Estado judío. Una delegación interconfesional del pequeño reino viajó a la Ciudad
Santa en diciembre —poco después de la polémica declaración de
Donald Trump que la reconocía como capital de Israel—, con el objetivo de
promover la tolerancia religiosa.
Los movimientos de Bahréin resultan especialmente indicativos, vistos
los precedentes en que ha actuado como punta de lanza de la diplomacia saudí
(como sucedió con el boicoteo a Qatar). Además, tiene el bagaje perfecto para
romper el hielo: aunque sus dirigentes, como el resto del Golfo, invocan a
menudo la causa palestina y nunca han establecido relaciones oficiales con
Israel, mantienen contactos desde hace dos décadas. No en vano, Bahréin es la
única petromonarquía que cuenta con una comunidad judía autóctona.
Tres de decenas de delegados de Bahréin, entre los que además de judíos
figuraban cristianos, budistas, hinduistas y musulmanes, acudieron a Jerusalén
en medio de la sordina oficial del Gobierno israelí, y del abierto rechazo de los palestinos, cuyos representantes
se negaron a recibirles.
Más discretamente aún para las autoridades del Estado hebreo ha sido el
paso hace apenas un mes del ministro de Asuntos Exteriores de Omán, Yusuf Bin Alawi,por la mezquita de Al Aqsa, en el
sector este de Jerusalén ocupado y anexionado por Israel. Fotografiado en la
primera página del Times of Oman, su imagen frente a la dorada cúpula del
Domo de la Roca parece marcar el inicio de una campaña islámica de respuesta a
la decisión de Trump.
“Se trata de reforzar la presencia musulmana en Jerusalén”, señala el
analista saudí Jamal Khashoggi, quien explica que “hay un llamamiento de
líderes musulmanes en Turquía, Malasia y otros países para que los musulmanes
tengan una mayor presencia en esa ciudad y no la dejen en manos israelíes”.
El ministro de Exteriores de Omán acababa de efectuar una visita oficial a Palestina, donde fue recibido por
el presidente Mahmud Abbas. “Los árabes tienen la obligación de visitar la
mezquita (de Al Aqsa) si pueden hacerlo”, declaró a France Presse Bin Alawi.
Aunque Israel ha guardado silencio sobre su presencia en el recinto de
la Explanada de las Mezquitas, difícilmente pudo acceder el jefe de la
diplomacia omaní sin la autorización, o al menos la anuencia, del Gobierno. No
era su primer viaje a Jerusalén. En 1995, fue recibido por el entonces primer
ministro (en funciones) Simón Peres, y al año siguiente ambos países firmaron
un acuerdo para intercambiar oficinas comerciales. Pero el acercamiento se abortó con el estallido
de la segunda Intifada en el año 2000.
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