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29 de marzo de 2018
El verdadero origen de la Madrugá de Sevilla
El verdadero origen de la Madrugá de Sevilla
Las cofradías,
obligadas a no procesionar de noche, interpretaron a su manera el término
“alba” descubriendo un amanecer distinto para Sevilla
Nazarenos
del Cristo de las Tres Caídas de la Hermandad de la Esperanza de Triana, en La
Madrugá de 2017. C.
QUICLER (AFP/GETTY) | ATLAS-EPV
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EL PAIS - Sevilla 29 MAR 2018 - 14:41 CEST
Alegre, piadosa, pagana, desmedida, exuberante... La Semana Santa de
Sevilla parece un espectáculo medido y perfecto, un prodigio de sensorialidad
teatral y mística, pero en realidad es un artefacto organizado estratégicamente
siglo a siglo; un fenómeno que sobrevivió a incendios, epidemias,
iconoclastias, crisis económicas y revoluciones laicas. ¿Dónde remontar sus
orígenes? ¿A las devociones medievales? ¿A las lecturas simbólicas de la
Contrarreforma? ¿A los excesos ornamentales del barroco? Hasta hace poco, se
argumentaba que la Contrarreforma era el periodo en el que surge. Y el siglo
XIX, con los aires románticos de la llamada Corte Chica del duque de
Montpensier y la infanta María Luisa de Borbón, el momento en el que se fija su
estética definitiva.
Sin embargo, un riguroso estudio plantea ahora una revisión de estos orígenes
remontando al siglo más inesperado los inicios de la Semana Santa sevillana:
el XVIII. La investigadora Rocío Plaza Orellana plantea en su Los orígenes modernos de la Semana Santa de Sevilla. El poder de
las cofradías (1777-1808), publicado por El Paseo, esta
relectura de una celebración que en muchas ocasiones ha datado sus inicios
basándose solo en la tradición, algo mucho más remoto.
Para Sevilla, el XVIII no fue un momento glorioso. Después de los siglos
XVI y XVII, con el monopolio comercial con las Indias que la convierten en la
capital económica de España, el XVIII será un tiempo de oscuridades. La
decadencia cristalizó en 1717, cuando el monopolio con América pasa a Cádiz.
Sin embargo, Sevilla, como señalaron en su día los historiadores Antonio
Domínguez Ortiz y Francisco Aguilar Piñal, se convertirá esa centuria en un
laboratorio para las reformas ilustradas de Carlos III. Las transformaciones
anunciarán el cambio del antiguo al nuevo régimen y afectarán al urbanismo, la
Universidad, el teatro... y la Semana Santa.
Estos ensayos de modernidad despertarán fuertes tensiones entre el poder
civil y el eclesiástico. Y se plasmarán en episodios como el ascenso y caída
del asistente ilustrado Pablo de Olavide, quien intentó cambiar la vieja
Sevilla —y con ella su Pasión—,
pero que sufrirá un proceso inquisitorial por “impío y miembro podrido de la
religión”, precisamente por su rechazo a las devociones populares.
Carlos III obligó a que las cofradías estuvieran
“recogidas y finalizadas antes de ponerse el sol”. ¿Y qué se hizo en Sevilla?
Ni más ni menos que quebrantar las leyes del reino poniendo sus imágenes en la
calle de noche
“El proceso de Olavide tuvo numerosos vértices. Destacan, por la
trascendencia que tendrían después para las cofradías, dos acusaciones:
permitir los bailes de máscaras y las comedias y su falta de piedad religiosa”,
explica Plaza, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla.La
Semana Santa que ahora se vive es hija de ese tiempo, ya que sobrevive a la
dura batalla de las reformas ilustradas. Su deslumbrante Madrugá surge en su
concepción actual en esa época. ¿Cómo se inventó? Paradójicamente, estos
cortejos nocturnos de la madrugada del Viernes Santo se inician en el Siglo de
las Luces. La Madrugá es un resultado de ciertas trampas legales que los
cofrades usaron para evitar las reformas ilustradas. Por ejemplo, la
interpretación —no sin picaresca— del concepto temporal del alba, el momento en
que debían salir las procesiones para evitar la noche.
El Consejo de Castilla implanta en 1777 una serie de leyes para
controlar las costumbres de las cofradías. En realidad, estas medidas las había
iniciado Olavide una década antes como parte de sus reformas ilustradas: una
vez caída la noche, las cofradías no podían encontrarse por las calles, ante
los posibles desórdenes públicos y delitos amparados en las sombras. Tampoco se
permitían los rostros cubiertos de los penitentes y disciplinantes. Las medidas
iban en sintonía con las del marqués de Esquilache prohibiendo las capas y
sombreros, que terminaron en el motín que hizo caer al ministro de Carlos III.
El rey obligó a que las cofradías estuvieran “recogidas y finalizadas
antes de ponerse el sol”. ¿Y qué se hizo en Sevilla? Ni más ni menos que
quebrantar las leyes del reino poniendo sus imágenes en la calle de noche
amparadas en una curiosa interpretación. Fue la Hermandad del Silencio, fundada
en el siglo XIV, la que en 1774, obligada al cambio, dictó que acompañarían a
Jesús Nazareno y la Virgen de la Concepción en un “alba” o amanecer, lo que se
tradujo por las dos de la madrugada. “Esta decisión vino a formar parte de la
compleja estrategia de engaños, resistencias y desacatos que las cofradías
ofrecieron a los nuevos ordenamientos provenientes de Madrid, como si Sevilla
tuviera otro amanecer”, detalla Plaza.
La Hermandad del Silencio dictó en
1774 que acompañarían a Jesús Nazareno y a la Virgen de la
Concepción en un “alba” o amanecer, que se tradujo por las dos de la madrugada
Igual ocurrió con El Gran Poder, y después lo harían la Macarena —ambas
siguen haciendo su estación de penitencia en La Madrugá— y la Carretería —que
en la actualidad procesiona la tarde del Viernes Santo—, que procesionaba el
Jueves Santo por la tarde y a la que también le sorprendía la noche. Así, salió
media hora después del alba, cobijada ya en la madrugada. “Como se contaría
muchos años después, fueron capaces de hacer de la noche día, sólo con su
presencia. Cuando El Gran Poder se hizo definitivamente con su madrugada,
Olavide aún continuaba en manos del Santo Oficio”, añade la investigadora
desvelando la Sevilla que ganó la batalla de la Ilustración.
Una reforma legal de Carlos III tras el motín de Esquilache trajo con
ella la trampa. Para evitar más desórdenes como el que tumbó a su ministro, el
rey creo nuevas figuras políticas, entre ellas los llamados alcaldes de barrio.
Esta medida supuso la entrada en el gobierno de las ciudades de personas de
extracción social más baja, pero más dinámica. En Sevilla, muchos eran cofrades
y supieron utilizar el poder otorgado para evitar las reformas ilustradas que
afectaban a las procesiones.
Tras estos cambios, el XIX impregnaría las cofradías de aires teatrales.
“El teatro fue un espejo de influencias. Compartieron el emplumado de los
ángeles, el escarchado de los tules de las damas en los rostrillos de las
Dolorosas”, afirma la investigadora Rocío Plaza. La Semana Santa se contagió de
tonadillas interpretadas en los oficios. En una crónica de la época se lee: “Ya
no se oyen más que minuets en las
meditaciones, responsos abolerados, coplas o motetes afandangados. (…) O el
teatro es un acto religioso o nuestra religión es una comedia”. Llegaba el
siglo romántico y con él la Sevilla pintoresca.
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