16 de marzo de 2018

Gente que volaba

Gente que volaba

Inglaterra cerraba los ojos para atraer el capital ruso

Luis Ventoso
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Recuerda a los «Diez Negritos» de Agatha Christie, aunque esta vez eran seis amigos. Todos están muertos. Fueron cayendo uno tras otro en el plazo de once años en una inexplicable concatenación de desgracias. Los unían dos nexos: sus almuerzos semanales en el restaurante Cipriani de Mayfair, en el centro más opulento de Londres, y sus negocios con multimillonarios y firmas rusas. En el clan del Cipriani compartían mantel dos águilas del ladrillo, un exjugador de polo conocido del Príncipe Carlos, un abogado especializado en negocios en Rusia, un exbatería de rock reconvertido en contable de élite y una figura bien conocida, el magnate Berezovsky, que se exilió en Inglaterra tras una sonada disputa con el putinismo. A todos les dio por morirse. El primero que cayó fue el abogado Stephen Curtis. Acababa de enfrentarse a Roman Abramovich y comentó a sus allegados: «Si algo me pasa no será un accidente». ¿Premonitorio? Murió en un accidente de helicóptero, en día claro y a bordo de una nave nueva. Dos de los amigos, ejecutivos que nadaban en dinero, «se suicidaron» arrojándose al metro en pleno centro de Londres. Otro se arrojó desde el techo de un centro comercial en North Kensington. Berezovksy apareció en la bañera de su mansión: un cadáver de 67 años con una ligadura en el cuello. La Policía británica consideró que había sido una muerte no violenta y aparcó el caso. El último superviviente del clan fue el emprendedor inmobiliario Scot Young. Escocés de 52 años, había construido un imperio desde la nada: seis mansiones, yate, jet privado. Su suerte cambió tras el fracaso del Proyecto Moscú, una enorme operación urbanística en la capital rusa que emprendió con el apestado Berezovsky. En diciembre de 2014, Scot Young voló desde la ventana de su apartamento de Marylebone y acabó empalado en una verja de la calle. La justicia británica no consiguió dilucidar si fue un suicido o hubo algo más. Otro caso abierto (y enterrado).
En mis felices días en Chelsea un gran amigo inglés me invitaba a veces a los partidos de Stamford Bridge. Allí descubrí el mote con que parte de la hinchada designa al dueño del club: «El Monedero». «¿Por qué le llamáis así?», pregunté como un pipiolo. «Pues porque todo el mundo sabe que es el monedero de Putin». El Gobierno británico hace grandes aspavientos tras un nuevo asesinato de un exiliado ruso en Inglaterra. Bien está, pero es un tanto hipócrita. Durante años, y muy acusadamente en la era de Blair, Londres hizo un esfuerzo intencionado por atraer el capital de magnates rusos, muchos de antecedentes más que turbios. El poder británico los aduló y los mimó fiscal y socialmente. Se trata de una realidad tan notoria que este mismo año la BBC ha emitido una exitosa serie sobre las andanzas de la mafia rusa en Londres, titulada «McMafia». La queja inglesa contra las intrigas rusas es justa y necesaria, y debería alertar a otros países europeos, pero le echan un poco de jeta después de haberle tendido la alfombra roja al enemigo. La gente volaba… y Scotland Yard silbaba.

Luis VentosoLuis VentosoDirector AdjuntoLuis Ventoso

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