18 de abril de 2016

Universidades disruptivas, así se enseña fuera de lo convencional

Universidades disruptivas, así se enseña fuera de lo convencional
Contenidos que se renuevan diariamente y proyectos con empresas reales en lugar de exámenes, entre las claves
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Estudiantes durante las pruebas de selección de la escuela danesa Kaospilot.
Estudiantes durante las pruebas de selección de la escuela danesa Kaospilot.

Hay universidades que admiten no tener la clave para que sus alumnos encuentren un trabajo en el futuro. Según su planteamiento, ningún experto es capaz de predecir cuáles son los conocimientos necesarios para afrontar profesiones que aún no existen. Estos centros reconocen que por primera vez profesores y alumnos están igualados en un aspecto: nadie sabe cuáles serán las reglas del mercado laboral en una década.
Kaospilot (Dinamarca), Hyper Island (Suecia) o Minerva (Estados Unidos) son algunas de las universidades que están transformando el método de enseñanza tradicional y enterrando las clases magistrales. Su método consiste en el aprendizaje basado en la prueba-error y en la propia experiencia de los alumnos. El precio de matrícula ronda los 10.000 euros al año.

“Cada vez más familias aceptan programas no oficiales para sus hijos”, asegura Antonio Rodríguez de las Heras, profesor de la Universidad Carlos III. El modelo actual de enseñanza superior en España es, en su opinión, difícilmente sostenible porque no responde a los “profundos” cambios sociales. Considera que el mundo digital ha roto la forma de empaquetar el conocimiento en grados de cuatro años con un número determinado de horas y de créditos. “En cuatro años cambian las demandas del mercado y surgen las frustraciones de los graduados, que no encajan en los nuevos perfiles”.

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Diseñar programas universitarios más modulares, como piezas de Lego, es la solución que propone Rodríguez de las Heras. “El alumno tiene que poder construir su perfil en función de los contenidos que más le interesan; el currículum de boletín oficial ya no sirve”. La Carlos III ya está buscando fórmulas y colaboradores externos para poner en marcha posgrados de ese tipo.
Estas son algunas de las universidades más innovadoras:
Kaospilot (Aarhus, Dinamarca)
En 2007, la revista Businessweek consideró a Kaospilot como una de las mejores escuelas de diseño a escala global. En 2011 le llegó el reconocimiento de Fast Company, que la incluyó entre las 10 mejores escuelas del mundo dentro del ecosistema de las startups, empresas emergentes de base tecnológica. Inaugurada en 1991 en Aarhus, Dinamarca, Kaospilot se define como un híbrido entre una escuela de diseño y negocios, con una metodología orientada a explotar el liderazgo y el emprendimiento.

“En los años 90 hubo una crisis en los países nórdicos que incrementó el paro juvenil y dejó a muchos chicos sin un hueco. Esta escuela se creó para ayudarles a crear sus propios empleos”, cuenta Ricard Ruiz, antiguo profesor del centro. Kaospilot ofrece un único programa en inglés de tres años de duración por un coste total de 20.000 euros. Cada año, 35 estudiantes de todo el mundo son seleccionados para acceder a un centro de estudios en el que en lugar de exámenes hay fechas de entrega de proyectos y en el que no existe la teoría, sino el contacto con empresas para solucionar problemas en tiempo real.
Instalciones de Kaospilot, en Aarhus, Dinamarca.
Instalaciones de Kaospilot, en Aarhus, Dinamarca.

La edad mínima para solicitar plaza son 21 años. “Aquí la educación es muy exigente. Buscamos a gente que tenga algo que enseñar a los demás. No miramos las notas, sino los valores y las expectativas del estudiante”, explica Christer Windelov, máximo responsable de Kaospilot. “Lo que nos diferencia de las universidades convencionales es nuestra pedagogía; para nosotros primero va la praxis, luego la reflexión y por último la teoría”.
Guillermo Vázquez, de 25 años, es el único estudiante español de Kaospilot. Alumno del sistema público en Madrid, se graduó en diseño gráfico por la ECAL de laUniversidad de Lausana, Suiza, donde el Gobierno cubre gran parte de las matrículas universitarias. Consiguió trabajo en Reikiavik como director creativo de una empresa de software, pero notó que fallaba en algo. “No tenía herramientas para ser creativo, me sentía estancado”, cuenta. Se inscribió en Kaospilot y fue seleccionado. “No existe la jerarquía profesor alumno, tú eliges tu itinerario y aprendes a buscarte la vida”.

Durante las pruebas de selección para el próximo curso, los 72 aspirantes de más de 14 países, entre ellos Japón, Australia o Sudáfrica, han tenido que trabajar en equipo para resolver el requerimiento de una empresa: presentar los mejores argumentos para conseguir que Aarhus se convierta en la capital europea de la cultura en 2017.
Hyper Island (isla de Stumholmen, Suecia)

Hace 20 años, dos profesionales de la publicidad y un experto en educación se dieron cuenta de cómo todo cambiaba en un par de años. Analizaron el gran hueco entre las demandas del mercado y la preparación de los jóvenes. Se asociaron con psicólogos y pidieron la colaboración de algunas industrias digitales para diseñar un nuevo concepto de universidad. Como escenario escogieron una antigua prisión en la isla sueca de Stumholmen. La edad de los alumnos oscila entre los 19 y los 60 años. “Les preparamos para innovar, hacer frente a la incertidumbre y pilotar situaciones desconocidas emocional y profesionalmente”, explica Inés López, la única coordinadora española de contenidos de Hyper Island.

La comunicación y el diseño digital son la columna vertebral del aprendizaje. Director de arte para medios interactivos, creativo de tecnología móvil, o experto en empresa digital son algunos de sus programas, avalados por el Gobierno sueco. Todos son en inglés y el precio ronda los 15.000 euros por año. Los profesores, a los que llaman facilitadores porque ayudan a los estudiantes a resolver sus retos, son profesionales en activo de empresas líderes en tendencias emergentes, como es el caso de Spotify. Los contenidos están en continua transformación, todo avanza al ritmo de la industria. “Ponemos el foco en el trabajo en equipo en lugar de en el esfuerzo personal, así funciona el mundo real”, indica Inés López.

Vista aérea de Hyper Island, en la isla sueca de Stumholmen.
Vista aérea de Hyper Island, en la isla sueca de Stumholmen.

“No se puede partir de la base de que los profesores saben más que los alumnos. La clave de Hyper Island es que el profesional comparte sus experiencias y el alumno las puede cuestionar. Ahí sucede el aprendizaje”, asegura Iñaki Escudero, uno de los facilitadores.
Los mecanismos reguladores de la enseñanza superior en España, como es el caso de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), no permiten enseñar tecnología puntera porque su ritmo de trabajo es demasiado lento, considera Eduardo Jáuregui, otro de los colaboradores de Hyper Island. “Es necesario huir de los programas encorsetados que requieren la supervisión de un organismo externo para actualizarse”, opina.

Minerva (San Francisco)

Detrás de la reinvención pedagógica que propone Minerva, está el antiguo decano de la Universidad de Harvard Stephen M. Kosslyn. Sus investigaciones sobre las herramientas de aprendizaje más eficaces, que inició en el década de los setenta, sitúan las clases magistrales como muy poco efectivas al considerar poco probable que los estudiantes interioricen conceptos solo escuchando a un profesor. En su lugar, el psicólogo M. Kosslyn propone debatir sobre una materia, aplicarla en trabajos prácticos, explicar los puntos de vista a otros compañeros y someterse a cuestionarios que se corrigen automáticamente.

Eso es lo que hacen los estudiantes de Minerva, una universidad que basa su aprendizaje en una plataforma online diseñada para multiplicar la interacción entre profesores y alumnos. Con una peculiaridad: los estudiantes viven juntos en una residencia en San Francisco durante el primer año. El segundo lo pasan en Buenos Aires y Berlín, el tercero en Bangalore y Seúl y el cuarto en Estambul y Londres. El coste de matrícula es de 8.800 euros por curso, que a partir del segundo año, añadiendo los costes de los viajes, asciende a unos 24.000.

Residencia para los estudiantes de Minerva en San Francisco.

Residencia para los estudiantes de Minerva en San Francisco.

Fundada por el emprendedor Ben Nelson, antiguo CEO de Snapfish, una app de fotografía, la tasa de admisión de Minerva es del 2,8%. El pasado verano recibieron más de 11.000 solicitudes de diferentes partes del mundo. A diferencia de otras universidades, no tienen cerrado el número de alumnos por curso, entran todos aquellos “con potencial” para la creatividad.

Alberto Martínez, madrileño de 20 años, es el único español en la residencia de San Francisco. Junto a otros 109 estudiantes, la media de edad es de 25 años, forma parte de la segunda promoción de Minerva. “Es un riesgo, puede que esta universidad desaparezca. No sé dónde estaré dentro de cuatro años y eso es lo que me llevó a matricularme”, cuenta. El proceso de preparación de Selectividad no fue un incentivo para quedarse a estudiar en España. “Pasamos un año memorizando y después de una semana se me había olvidado todo. Me apetecía probar otras experiencias educativas”.

 El proceso de selección, que consiste en una serie de cuestionarios online, mide la creatividad del candidato con preguntas cómo cuántos usos se le podrían dar a una cuchara. En el caso de Alberto, ya contaba con experiencias en el extranjero; primero de Bachillerato en un instituto de Boston y primero de Sociología en la Universidad de Gasglow. “Aprendemos a pensar y a encontrar por nuestra cuenta herramientas creativas para solucionar cualquier problema”. El programa incluye en el primer año las cuatro materias obligatorias para alumnos de primero en Estados Unidos: metodología científica, oratoria y retórica.

 A los estudiantes se les evalúa con proyectos prácticos. El reto que les planteó uno de los profesores la semana pasada consistía en crear una forma de comunicación persuasiva. Alberto se echó a la calle con su bici, instaló una GoPro en el manillar y grabó un recorrido de media horas para denunciar el mal estado de las carreteras para los ciclistas. “En cada uno de los trabajos se mide la utilización de 120 indicadores que aprendemos durante el curso, como programación, estadística, matemáticas… es todo muy práctico”. 


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