5 de abril de 2016
EDITORIAL Un mal día en Europa
El envío de un primer contingente de migrantes a Turquía marca el comienzo de las expulsiones del territorio de la Unión Europea de toda persona que haya llegado irregularmente a Grecia después del 20 de marzo, incluidos los refugiados sirios. La mínima contrapartida es que, por cada sirio devuelto a Turquía, la UE aceptará a otro ya instalado en ese país, pero solo hasta el límite de 72.000 personas. Aunque no hubo incidentes durante el primer día de deportaciones, subsisten las dudas sobre la operación, que exige el examen individualizado de las demandas de asilo.
Que la situación pone a todos contra las cuerdas lo demuestra la propia actitud del Gobierno de Alexis Tsipras. Enfrentado a una dura negociación con sus acreedores sobre la reestructuración de la deuda griega, y tras sufrir tres huelgas generales desde noviembre, Tsipras no puede soportar la presión de atender a los que llegan al territorio de su país, sin medios para hacerlo y sin posibilidad de darles salida hacia otros Estados que han cerrado las fronteras. Los centros de registro creados en Grecia, que funcionaban a trancas y barrancas, habrán de atender a los que vayan llegando y a los que ya estaban allí, convertidos en la práctica en centros de detención.
Más allá de los principios humanitarios cuestionados por el acuerdo turco-europeo, su aplicación habría necesitado una preparación cuidadosa. La UE ha decidido crear una nueva línea Maginot, esta vez destinada a contener a los migrantes que se agolpan a sus puertas; pero la Comisión Europea no ha podido enviar a Grecia los expertos suficientes —policías, traductores y otros funcionarios— necesarios para llevar a cabo expulsiones en gran escala con ciertas garantías.
Europa prefiere cerrar los ojos tanto a los defectos de preparación como a la situación interna de Turquía. Ha confiado a un Gobierno de tendencia autoritaria la tarea de parar el flujo de migrantes; le paga por ello, le ha prometido exceptuar a los turcos de la obligación de visado para dirigirse a los países europeos y se ha comprometido a reactivar las negociaciones para la adhesión de Turquía a la UE. Todo antes que organizar y sufragar los mecanismos adecuados para gestionar humanitariamente el flujo de refugiados e implicarse a fondo en una solución a la guerra de Siria, que es de temer siga enviando más contingentes.
Los Gobiernos de los 28 países de la UE, corresponsables de la decisión de cerrar las puertas, ya han arriesgado los principios humanitarios que fundamentan los valores de la Unión. Ahora no pueden permitirse la imprudencia de dejar que las sucesivas deportaciones se hagan indiscriminadamente o cerrar también los ojos al seguimiento de la situación de los retornados forzosos. Veremos si la xenofobia y el populismo disminuyen por el hecho de deportar a los que pretenden refugiarse en los países de la Unión Europea.
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