11 de abril de 2016
Podemos pone en jaque al nacionalismo
EL EFECTO PODEMOS EN LA EUSKADI POST ETA / 1
Podemos pone en
jaque al nacionalismo
La irrupción del partido de Pablo
Iglesias en el País Vasco ha hecho tambalearse a PNV y Bildu
EL PAIS - JOSÉ LUIS BARBERÍA
Otegi, recibido por
simpatizantes en Elgoibar tras salir de la cárcel el 1 de marzo. Á. Barrientos (AP)
Resulta que en el país del credo patriótico inmutable, el del territorio
marcado con el sello hegemónico nacionalista, ha ganado las elecciones un
partido inexistente, sin estructura ni liderazgo, pero que ofrece una ventana
virtual a la ilusión política, un respiradero por el que desaguar los humores y
ventilar atmósferas estancas. Resulta que, de la noche a la mañana, en la
sociedad del buen vivir y mejor renta, una sigla contestataria no nacionalista
y de matriz antisistema se ha encaramado a la cúspide electoral batiendo en votos al partido guía de los vascos. ¿Acaso empieza a flaquear el sentimiento de pertenencia nacionalista,
ese cordón umbilical ideológico, emocional, político, que ha venido asegurando,
generación tras generación, la fidelidad del voto?
“Euskadi
está cambiando. Hay movimientos de fondo que anuncian esa transformación de la
mano del cambio generacional, la desaparición de la amenaza terrorista y la
incertidumbre sobre el futuro laboral y el sostenimiento del Estado de
bienestar. Aunque aquí no se han visto las penurias económicas de otras partes,
la crisis ha afectado también a buena parte de la población y actúa de
catalizador de otros problemas. No sabemos todavía si Podemos ha venido a
quedarse, dado que tiene un voto de aluvión y una fragilidad organizativa
extrema, pero las encuestas invitan a pensar que todo puede pasar”, destaca el
catedrático de Ciencia Política y director del Euskobarómetro, Francisco Llera.
La irrupción de Podemos en Euskadi ha hecho tambalearse a las dos
grandes columnas del nacionalismo: la institucional, situada actualmente en el
extremo moderado del péndulo patriótico, y la del radicalismo abertzale, que busca hacerse con una nueva imagen para saltar al terreno templado
de la gobernabilidad, pero sin descomponerse ni descolgar a los grupos anclados
en la narrativa del pasado que asisten desconcertados al proceso adaptativo.
El eje nacionalistas/constitucionalistas sobre el que ha discurrido la
política vasca en las últimas décadas ha quedado desencajado tras las pasadas
elecciones generales, aunque Podemos reclame el “derecho a decidir” y hasta celebre el Aberri Eguna (Día de la Patria). La cuestión identitaria pierde buena parte del
sentido trágico trascendental que tuvo; ahora, decae en favor de la economía y
de las políticas sociales, del futuro laboral de los jóvenes, de la garantía de
las pensiones... Para el nacionalismo institucional, es la etapa del
pragmatismo, la negociación y el cálculo. La gran batalla, que con mayor nitidez se perfila
amenazadora en el horizonte, es el mantenimiento en sus actuales bases del
Concierto Económico. El PNV vela armas, decidido a impedir que las finanzas
vascas terminen pagando el pato de la aventura catalana y de la crisis
económica-territorial-institucional española. Empieza a tocar a rebato en
defensa de su singularidad fiscal y, llegado el caso, no dudará en llamar a las
barricadas.
EH Bildu ha salido tan trastabillado de su encontronazo electoral con
Podemos que ha abierto un período de reflexión y estudia renovar completamente
su estrategia independentista. Mientras trata de descontaminarse trabajosamente
de ETA, la izquierda abertzale descubre
que “hay muchas maneras de ser vasco”, apenas cinco años después de que su
antiguo brazo armado simbiótico dejara de matar a los vascos que no comulgaban
con sus postulados.
Tras haber perdido un tercio de sus votos a favor de Podemos, muchos de
ellos votos prestados, EH Bildu fía su despegue al tirón personal del excarcelado
Arnaldo Otegi, aunque la ambiciosa campaña de marketing desplegada en torno a
su figura no alcance para lograr revestirle, como se pretende, con el traje del
“Mandela vasco”, o del “hombre que trajo la paz”. Puede ocurrir, incluso, que
el líder pretendidamente carismático de la izquierda abertzale represente más al pasado que al futuro. Otegi no deja de ser un viejo
dirigente de muchos lustros y no escapa a la percepción de que pertenece a la
política revenida, a un mundo antiguo, anacrónico.
Su multitudinaria intervención del 5 de marzo en el estadio de Anoeta de
San Sebastián defraudó a quienes esperaban una perspectiva menos lastrada por
el pasado. Puede que las contradicciones internas expliquen por qué el discurso
de Otegi discurrió sobre los ejes de la ortodoxia.
“No hemos
llegado adonde pensábamos”, admiten los encapuchados de ETA en la última de sus
fantasmales reapariciones. La decisión de poner fin a los atentados fue
adoptada de común acuerdo por las cúpulas de ETA y de la antigua Batasuna
conforme a una estrategia de salida y un guión que en última instancia contemplaba
la negociación con el Gobierno central por la vía interpuesta de los expertos
internacionales contratados para este fin. La extrema debilidad de la
organización terrorista obligaba a descartar, por inviable, la vieja ecuación
“paz por autodeterminación” e invitaba a plantear una estrategia de salida más
pragmática articulada en torno a la propuesta de “paz, armas, por presos”.
Beneficios
penitenciarios
La negativa rotunda del Gobierno del PP a entrar en el juego truncó de
raíz esa estrategia que quedó arrumbada antes, incluso, de haber alcanzado el
estadio de tanteo o simulacro de negociación. De ahí, la frustración de los
colectivos más vinculados a los presos de ETA cuando escuchan de boca de los
propios dirigentes de EH Bildu que hay que apurar las posibilidades legales que
brinda la legislación penitenciaria. ¿Por qué ahora y no hace 20 o 30 años? ¿Qué ha cambiado para que acogerse a la
progresión de grado y a las medidas individuales no sea ya delito de lesa
patria, propio de arrepentidos y traidores, sino prueba de sensatez y realismo?
Lo que ha cambiado es que ETA ha sido derrotada por el Estado de derecho y la cooperación judicial y policial con
Francia y, paradojas de la política vasca, sin haber aplicado las fórmulas,
intermediaciones, planes, recetas y guiones de tantos pretendidos expertos
extranjeros como han sido invitados a desfilar por Euskadi. Los beneficios penitenciarios
van a aliviar la situación de gran parte de los reclusos de ETA hasta situarles
en el régimen abierto, pero no resuelven las largas condenas de un centenar y
medio de ellos. Las contradicciones en la política penitenciaria y otras
materias han hecho aflorar un foco disidente interno que, enquistado en los
viejos esquemas maximalistas y animado particularmente por algunos expresos,
convoca movilizaciones por su cuenta, reclama la amnistía y tacha de
revisionista el giro discursivo de EH Bildu.
Aunque
constituyen una minoría, sus denuncias tocan el nervio sensible del mundo de
los presos y de sus familiares y ponen un regusto de malestar y mala conciencia
en el Bildu oficial. Mucho más tras el fracaso electoral de las generales y la
pérdida de los gobiernos de Guipúzcoa y San Sebastián, la izquierda abertzale
no puede desengancharse completamente de esos vagones de cola pese a que le
supongan un lastre y le aten a un pasado que tratan de reedificar por medio de
un relato justificatorio de ETA.
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