27 de abril de 2016
EL PAIS - EDITORIAL Fracaso parlamentario No hay garantías de que el próximo Congreso acabe con la incertidumbre
Fracaso parlamentario
No hay garantías de que el próximo Congreso acabe con la incertidumbre
Mariano Rajoy en
conferencia de prensa, tras comunicarle al Rey que no cuenta con apoyos para la
investidura. Zipi EFE
Como
estaba previsto, las consultas del Rey con los partidos políticos solo han
podido constatar el fracaso de cualquier solución posible de gobierno a partir
de la actual composición del Congreso. Los partidos, que se acusan mutuamente
de la responsabilidad de este final, van a correr el riesgo de medirse de nuevo
en las urnas, sin garantía alguna de que el próximo Parlamento sea capaz de acabar
con la incertidumbre que ha pesado sobre el actual. Más allá del desprestigio
de las formaciones políticas, la principal conclusión de lo sucedido es
desoladora para la institución que representa a los electores.
Salvo los
grupos del PSOE y de Ciudadanos, los principales sectores parlamentarios no han
tenido suficientemente en cuenta que la primera de las obligaciones asignadas
por la Constitución al Congreso es la de elegir a un presidente del Gobierno. Y
ese trabajo es tan relevante que su incumplimiento hace imposible la
continuidad de la legislatura. El Parlamento sustenta la legitimidad de todo el
sistema político emanado de las urnas, y por eso es grave constatar su
impotencia, reflejo de la que sufren los grupos que lo componen.
En la
legislatura precedente se acusó al Gobierno de Rajoy, con razón, de
desentenderse de las Cámaras y restar importancia a la potestad legislativa
—una imputación similar a la que se lanzó contra anteriores Parlamentos de
mayoría absoluta socialista—. Por eso era importante verificar el
funcionamiento de una institución integrada por minorías. La experiencia no ha
sido satisfactoria: aquellas han sido incapaces de acordar una geometría capaz
de alumbrar y sostener a un Gobierno, al modo en que se resuelven estos asuntos
en otros países europeos que no tienen mayorías absolutas. Por eso la
legislatura se encamina hacia un final abrupto.
A falta de centrarse en lo esencial, se ha mantenido la apariencia de un
régimen parlamentario. Todo empezó con pequeños espectáculos: fórmulas imaginativas de
acatamiento de la Constitución, peleas por la ubicación física en el hemiciclo
y hasta un beso entre Pablo Iglesias y Xavier Domènech en sesión plenaria.
Tomarse el Parlamento como un escenario de animaciones televisivas denota lo
poco que algunos creen en la institución como centro del trabajo político. Es
cierto que el edificio sirvió de sede a las negociaciones para la investidura y
a la ratificación del pacto entre PSOE y Ciudadanos. Pero se han tramitado una
veintena de iniciativas sobre temas tan serios como la derogación de la reforma
laboral y de la LOMCE, o la implantación de la “ley 25” de emergencia social,
sabiendo que todas ellas iban a decaer con la legislatura si los grupos
parlamentarios no acertaban a investir a un jefe de Gobierno.
España
tendrá que votar de nuevo, seis meses después de haberlo hecho. Ningún problema
se ha resuelto en el periodo transcurrido y el aplazamiento de las soluciones
tampoco arregla los existentes. A pesar de todo, hay que impedir que la crisis
y el desánimo se adueñen de este país: eso obliga a todos los partidos a actuar
de manera más responsable antes y después del próximo 26 de junio.
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