27 de abril de 2016
RUBÉN AMÓN – EL PAIS. ANÁLISIS La segunda victoria de Rajoy
La segunda victoria de Rajoy
El líder popular ganó las elecciones y ha ganado las post elecciones
gracias al inmovilismo
Mariano Rajoy a su llegada a su
encuentro con el rey Felipe VI dentro de la última ronda de consultas para
formar Gobierno. ÁNGEL
DÍAZ (EFE) / ATLAS
No ha cambiado el resultado del partido en la zona Cesarini,
expresión balompédica que reconocía el instinto goleador de un futbolista
juventino, Renato Cesarini, en la agonía de los últimos minutos.
Quiso asumir Sánchez el argumento providencial. Por cuerpo y por espíritu, emulaba a
esos centrales que suben a rematar las últimas jugadas, rebañando los nervios y
los segundos. Compromís le concedió una inesperada asistencia en el tiempo de
descuento, aunque la ambigüedad y el boato de la propuesta —"El acuerdo
del Prado"—
contradecía el pacto con Ciudadanos, incluso transgredía los límites con que
acordó encadenarlo el Comité Federal: ni con Podemos, ni con los nacionalistas.
Carecía de
sentido recrearse en un ejercicio de especulación, mucho menos invocando el
minuto yugoslavo del parlamento catalán. Puigdemont descendió de los cielos in
extremis porque las discrepancias ideológicas, económicas, institucionales
entre Convergencia y la CUP, quedaron subordinadas a la anestesia o al placebo
de la tierra prometida.
No había
en Madrid un argumento aglutinador tan rotundo ni idealista. El motivo de
cohesión acaso se restringía a la aversión hacia Rajoy, pero las ganas de
evacuarlo expuestas por Rivera e Iglesias se resintieron de la incongruencia
respecto al modelo de Estado y al criterio económico.
Se le podría agradecer el esfuerzo a Sánchez si no fuera porque ha
practicado el ilusionismo como argumento de supervivencia. Y porque su
desengaño de este martes —ha llamado a Iglesias traidor— representa un
ejercicio de ingenuidad: el líder de Podemos no ha hecho otra cosa que
maltratarlo en los vaivenes disciplinarios del castigo y el premio. Iglesias aspira a
la hegemonía de la izquierda. Y espera asegurársela el 26 de junio, amarrando las confluencias,
revistiendo de utilidad el voto desperdigado de IU.
Mariano Rajoy ganó las elecciones y ha ganado también las postelecciones. Hubiera
preferido investirse presidente en la inercia del 20-D con la fórmula
paternalista de la gran coalición, pero el escenario secundario de unas
elecciones anticipadas premia con asombrosa desmesura su inmovilismo enfermizo.
La inhibición le ha permitido asistir al deterioro de sus rivales. Le ha
consentido purgar cualquier atisbo de deslealtad en su propio partido. Y le ha
permitido incluso atribuir a Sánchez, a Rivera y a Iglesias toda le
responsabilidad del fracaso, esperando, por idénticas razones, que los votantes
los castiguen ejemplarmente en la segunda vuelta del 26-J.
El despecho es una de las novedades que comporta la convocatoria. Otra,
no menos interesante, concierne al porvenir del PSOE. No porque haya
alternativas previsibles al liderazgo de Pedro Sánchez, sino porque el
presumible crecimiento de Ciudadanos yde Podemos-IU ahoga a los socialistas por el centro y por la izquierda, hasta el
punto de poderse añorar el hito de los 90 diputados.
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