17 de enero de 2014
“No es cierto que mi familia sea culpable de esa guerra mundial”
Pregunta. ¿Es frecuente que todavía se dirijan a usted llamándole "Alteza Imperial"?
Respuesta. Ocurre a menudo, pero no corrijo a nadie porque casi siempre lo hacen por respeto hacia mi familia, no hacía mí personalmente. No soy un pedante.
P. ¿Qué tienen que ver los Habsburgo de hoy día con la Primera Guerra Mundial?
R. La mayoría de los miembros de mi familia consideran esa guerra no solo parte de la historia de un país, sino también parte de la historia de nuestra familia.
P. ¿Cómo definiría usted ese concepto de familia? Porque estamos hablando de una integrada por más de 500 personas. ¿Los elementos determinantes serían, fundamentalmente, la relevancia política y la historia de un gran clan?
R. Mi familia ha sido siempre una familia muy política y lo ha seguido siendo hasta ahora. Mi hermana fue durante mucho tiempo embajadora de Georgia en Berlín, otra hermana mía es diputada en Suecia. Entre los 500 miembros de mi familia hay de todo, hay secretarios de obispo y directores de museo. Pero no tiene ningún sentido centrarse en el pasado.
P. ¿Los Habsburgo siguen casándose preferentemente con otros aristócratas?
R. Es algo que ocurre muy a menudo porque las familias de la aristocracia europea nos conocemos y nos reunimos con motivo de actos sociales. Al fin y al cabo, la monarquía es una forma de Estado, como también lo es la república.
P. ¿Por qué otros monarcas los invitan e integran en su entorno? En Austria se ha abolido la nobleza.
R. Porque existen relaciones de parentesco.
P. ¿Entonces lo que cuenta es el árbol genealógico?
R. Sí, por supuesto.
P. El lema de su padre era: “valor para asumir el deber”. Suena casi prusiano.
R. Siempre sintió que tenía una obligación que cumplir para con los espacios históricos en los que éramos políticamente activos. Y eso es algo que nos inculcó a nosotros desde niños.
P. ¿Hay en su familia revanchistas que, por ejemplo, pretendan recuperar el territorio lombardo-véneto o Dalmacia?
R. No, eso sería ridículo.
P. Su primo Ulrich ha intentado conseguir el derecho de voto pasivo para las elecciones presidenciales. Ha exigido que se retire la prohibición que establece que ni él ni sus parientes pueden presentarse como candidatos a presidente. Y lo ha conseguido. ¿Le parece correcto?
R. Por supuesto. La Ley Habsburgo es absurda, no se puede decir otra cosa. Después de la Primera Guerra Mundial en el país existían ciertos miedos y la preocupación de que la familia pudiera volver y plantear reclamaciones. Cuando mi abuelo, el emperador Carlos I, renunció, una de las condiciones fue que se debía votar qué posición ocuparía en el futuro. El canciller Karl Renner le prometió que así se haría; pero luego se canceló esa votación. Nos privaron de todos los derechos, nos expropiaron y nos mandaron al exilio. En aquel entonces nuestro patrimonio había ido a parar a un fondo; una vez disuelto este se nos debía devolver la propiedad, pero eso no ocurrió nunca. Yo, por ejemplo, he crecido con el absurdo de tener durante mi infancia un pasaporte austriaco expedido en Munich en el que ponía que podía viajar a cualquier país del mundo salvo a Austria. Esta regla no se anuló hasta finales de los años sesenta.
P. La abdicación, la expropiación y el exilio fueron precedidos por una guerra que también causó un sufrimiento indecible, millones de muertos y hambrunas a los 50 millones de habitantes del imperio. ¿Tiene la sensación de que su abuelo también fue castigado por todo ese sufrimiento?
R. Pero no se trata aquí de la culpa y la expiación. Y tampoco es cierto que la familia sea culpable de esa guerra mundial. Simplificando, se puede decir que los disparos de Sarajevo desencadenaron la Primera Guerra Mundial. Pero si no hubiesen sido los disparos de Sarajevo, tres semanas después habría comenzado en algún otro lugar. Es un error señalar con el dedo a los Estados. Y si se hace, habría que decir también que existían tensiones decisivas, sobre todo entre Alemania y Rusia, donde ya se había producido una movilización parcial junto a las fronteras. Eran muchos los que estaban preparados en la línea de salida, esperando el gran conflicto. Si vamos a explayarnos haciendo acusaciones, probablemente la culpa mayor fue del nacionalismo en sí mismo.
P. ¿Qué papel activo desempeñó su abuelo, el último emperador?
R. Un papel pequeño, porque había heredado la guerra. No tenía nada que ver con ello. Además, hizo muchos esfuerzos por mantener la paz, que también suscitaron reproches, y aprovechó sus contactos familiares para entablar negociaciones de paz. Tampoco creo que al comienzo de la Primera Guerra Mundial nadie pudiera imaginarse hasta qué extremos de crueldad y locura iba a degenerar el conflicto. Es cierto que existían algunas experiencias previas, sobre todo las dos guerras de los Balcanes, que podrían haber enseñado en qué clase de drama podía derivar aquello. Pero los austriacos pensaron, un tanto ofuscados, que sería una guerra pequeña, en la que tendríamos que poner algo de orden en Serbia. Así que todo el mundo se imaginó que estaríamos pronto de vuelta en casa.
P. ¿Qué papel desempeñó el sucesor al trono Francisco Fernando?
R. Francisco Fernando tenía muy claro que en aquel entonces la situación de los pueblos eslavos en el marco del imperio de los Habsburgo era un problema fundamental. También se daba cuenta de las tensiones que existían con Serbia. Y quizá también era consciente de que los serbios lo consideraban su principal enemigo porque quería equilibrar, en realidad minimizar, la preponderancia de los serbios dentro de la constelación de fuerzas de los pueblos eslavos. Por eso llevaban muchos años haciendo preparativos para atentar contra él, con veneno y armas que se introdujeron de contrabando en Sarajevo.
P. En el ínterin se ha reavivado y reorientado el debate sobre los factores desencadenantes de la guerra como refleja el libro Los sonámbulos de Christopher Clark. Ahora se impone la tesis de que existía una especie de predisposición generalizada a entrar en guerra. ¿Le parece razonable este planteamiento?
R. No debemos olvidar que antes habían tenido lugar esas dos guerras de los Balcanes. En ambas se produjo una movilización de Austria. En aquel entonces eso significaba también la movilización de todos los recursos financieros del país. Todos tenían claro que no se podían permitir una tercera movilización sin hacer una guerra. Simpatizo con la tesis de Clark de que todos los implicados caminaron sonámbulos hacia esa guerra y tenían sus respectivos intereses específicos en llevarla a cabo.
P. ¿Dónde habría que situar entonces – según el debate interno de su familia – la corresponsabilidad de la casa de los Habsburgo?
R. En Austria existía una falta de preparación militar, teníamos unos soldados apenas aptos para ir al frente y unos uniformes muy bonitos pero poco más; nos faltaban muchas cosas.
P. ¿Tras la guerra se desató la cólera popular contra los Habsburgo?
R. No hubo nada semejante, todo lo contrario: seguía existiendo una gran simpatía hacia el emperador, también porque la gente reconoció lo mucho que se había esforzado en lograr la paz, en abastecer a las víctimas de la hambruna.
P. ¿No es ese básicamente un punto de vista “vienocéntrico”? En el imperio en desintegración también hubo otras reacciones.
R. Por supuesto, el ambiente en el Tirol era diferente al que había en Bucovina.
P. Lo que hizo después su padre, Otto de Habsburgo, ¿tiene algo que ver con una especie de reparación?
R. No, porque eso significaría que creíamos que éramos culpables y que teníamos que ofrecer una compensación por ello. Más bien tenía que ver con el deber.
P. Durante mucho tiempo su padre fue considerado un forastero, un paneuropeo algo pomposo. ¿Le produce una cierta satisfacción el hecho de que a la postre la historia haya ratificado su entusiasmo por una gran Europa?
R. Satisfacción, no. Me alegra que Europa haya evolucionado en la dirección que él pensaba. Porque la UE era, con otros medios, la prosecución de la antigua idea imperial supranacional. Y justamente eso mismo vio y deseó Otto de Habsburgo en Europa. Las circunstancias han cambiado, qué duda cabe, pero seguimos trabajando en la idea de un ordenamiento jurídico supranacional y en el principio de subsidiariedad. Franz-Josef Strauss dijo en una ocasión que quien se casa con el espíritu de la época, enviuda pronto.
P. Pero esa idea imperial supranacional también podría haberse convertido en una senda peligrosa. Las últimas décadas de la monarquía imperial y real estuvieron dominadas por fuerzas centrífugas, por una disgregación, por una desintegración. Pero se forzó la unidad de esa construcción mediante una idea supranacional. Y precisamente la monarquía de los Habsburgo fue castigada por eso.
R. Es cierto pero, a pesar de todo, en el siglo XX era la senda correcta. En cierto modo aquella entidad “imperial y real” era increíblemente moderna. Cuando uno piensa que el himno nacional se cantaba oficialmente en 12 idiomas y extraoficialmente en más de 20… Si se reivindicara ahora algo semejante en Francia, si se dijese que una parte de la población del Estado quiere cantar la Marsellesa solo en bretón... Sería inimaginable.
P. ¿Cuál es su concepto de Europa?
R. Me siento muy enraizado en una pan-Europa. Debido a la actividad que llevo a cabo para Blue Shield, que es una asociación que se dedica a la protección del patrimonio cultural en zonas en guerra, he pasado mucho tiempo en África y veo cómo miran allí hacia Europa. Cómo los africanos ven a Europa orientada hacia el futuro y la admiración que despierta, por ejemplo, la idea de un tribunal de justicia europeo. La idea de Estado nacional es una idea del siglo pasado.
Carlos de Habsburgo-Lorena (nacido en 1961) es asesor de medios de comunicación y presidente de la Asociación de Comités Nacionales de Blue Shield, dedicada a la protección del patrimonio cultural en conflictos armados, y presidente del Movimiento Paneuropeo de Austria.
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