22 de enero de 2014

Fernández-Armesto denuncia el maltrato del pasado hispano en EE.UU.

Fernández-Armesto denuncia el maltrato del pasado hispano en EE.UU.

Día 21/01/2014 - 13.38h

Su libro «Nuestra América» reivindica una historia hispánica de Norteamérica

Felipe Fernández-Armesto, hijo del periodista del mismo nombre, aunque firmaba bajo el pseudónimo de Augusto Assía, que se cuenta entre los más notables del periodismo español del siglo XX, no siguió las huellas de su padre, sino que prefirió dedicarse a algo más consistente como es la historia. Formado en Inglaterra, se hizo un hueco entre el profesorado de aquellas universidades y, actualmente, imparte cursos en la norteamericana de Notre Dame, que se cuenta entre las más prestigiosas del país.
Fruto de esta estancia es el libro que acaba de publicar, «Our America», «Nuestra América», cuyo subtítulo nos adelanta el contenido: «Una Historia hispánica de los Estados Unidos». Lo más interesante del mismo es que no se limita a contarnos las correrías de los primeros españoles por estas tierras, desde Florida a California, algunas tan espectaculares que se tomarían por leyenda, sino que el eje del mismo es el forcejeo que a lo largo de estos siglos han mantenido hispanos y anglos, con la pérdida continuada de los primeros, que de dominar prácticamente todo el territorio norteamericano excepto en ángulo noreste, fueron retrocediendo hasta quedar reducidos a enclaves, con ciudadanía de segunda clase y a menudo ni eso. Es una historia cruel, despiadada, violenta, que no arroja una luz agradable sobre la nación que terminó proclamándose faro de la democracia y refugio de los desheredados de todo el mundo. Lo que hubo en sus comienzos era ambición, codicia, imperialismo puro y duro. Me fijo sobre todo en un detalle poco conocido: los norteamericanos que se sublevaban en Texas contra México –el famoso Álamo- lo hacen en buena parte porque México había abolido la esclavitud y ellos querían mantenerla. Algo parecido ocurrió en California, donde se expropian fincas de hispanos y se les niega el derecho a explotar los yacimientos de oro, pese a llevar allí mucho más tiempo que los recién llegados. Lo que no quiere decir que no hubiera brutalidad también por su parte. Se trató de una guerra de exterminio o, en el mejor de los casos, de subyugación, en la que los anglos ganaron por goleada, dejando a los hispanos sólo un poco por encima de los habitantes originales del país, los indios, recluidos en las reservas.

Una misión, un mensaje, un destino

Hago un alto en el libro de Fernández-Armesto para algunas reflexiones personales. Mi mayor sorpresa al llegar a Estados Unidos, creyendo que iba a encontrarme con una Alemania mucho mayor, fue encontrarme con que no tenía nada que ver con aquélla. Ni con ningún otro país europeo o, puede, del mundo. La singularidad es la principal característica norteamericana. El único con el que podría comparársele –y esta fue la segunda sorpresa– es España. Las similitudes geográficas son evidentes. Por lo pronto, ambos se hallan en los confines de occidente, entendiendo por tal a Europa, algo que marca. Luego, mientras los Estados Unidos son todo un continente, España es un continente en miniatura, con todo tipo de climas, paisajes, gentes, lenguas, incluso en un determinado momento de su historia, religiones, y no digamos ya costumbres y tradiciones. La diferencia, la gran diferencia, es que Estados Unidos ha logrado amalgamar todo ello, el melting-pot, y España, no.
Aunque la mayor similitud es –prepárense para lo que van a oír– la del espíritu o, si lo prefieren, la del ánimo. Ambos son países con una «misión», con un mensaje, con un destino. O creen tenerlo, vamos, pues lo del destino es discutible. El destino de España era «extender la fe católica por el mundo», según advertía Felipe II en sus cartas a los descubridores. El de Estados Unidos, expandir la democracia y el progreso, según el «Manifiesto del Destino», que el periodista John Sullivan expuso como argumento para la anexión de Texas: «Es nuestro destino manifiesto expandirnos por el continente que nos ha dado la Providencia». Fue el mismo que invocó el primer Roosevelt para declarar la guerra a España y quedarse, de hecho, con Cuba y las Filipinas.

El mayor déficit de la historia

Hasta qué punto tan nobles destinos escondían ansias imperialistas es algo que dejo a los historiadores de verdad, yo me limito a señalar que ese afán de defender la democracia llevaría a los Estados Unidos a librar más tarde dos grandes guerras mundiales y, ya en nuestros días, otras más pequeñas, como la de Irak y Afganistán. Mientras España, desangrada y empobrecida, hace tiempo que ha dejado de ser la espada y la propagadora de la fe católica mundo adelante. Y me he preguntado más de una vez si esa «misión» que se han autoimpuesto los norteamericanos no les llevará al mismo punto que a los españoles la suya. Por lo pronto, les ha traído el mayor déficit de la historia.
Vuelvo al libro de Fernández-Armesto, que coincide en que el imperio norteamericano parte, al menos geográficamente, del español, aunqueel racismo de los anglosajones impide la mezcla, dándose casos tan poco cristianos como el rapto de huérfanos hispanos en Nueva York, con aprobación judicial, para que fueran adoptados por familias mexicanas en Arizona.
Pero la historia está llena de ironías o justicias poéticas, como quieran llamarle. Toda la crueldad, deportaciones, saqueos de los anglos hacia los hispanos en Estados Unidos no han impedido que sigan en este país e incluso regresen a él, en número cada vez mayor, hasta el punto de constituir ya la segunda minoría, tras la blanca. No sólo eso, sino que su peso político empieza a decidir elecciones, como ocurrió con la del presidente Obama. Mientras su comida, su música, su lengua se propagan hasta el punto de que los Estados Unidos van camino de convertirse en un país binacional. El día que elija un hispano como presidente –antes tendrá que serlo una mujer–, se habrá completado la «venganza del vencido».
La importancia del libro de Fernández-Armesto es que enfrenta a los norteamericanos, entendiendo por ellos los blancos de origen europeo –un sector cada vez menor de la población general– con una parte de su historia que hasta ahora habían olvidado, a propósito, excepto en algunas obras literarias, y aquí quiero recordar la aportación deSteinbeck, Dos Passos y Elmore Leornard, recién fallecido, cuyo cariño para los personajes hispanos en su novelas del Oeste es digno de agradecimiento.
Para resumir: partiendo de unas pequeñas colonias británicas y del Imperio Español, los Estados Unidos son una nación mestiza, como son la mayoría, lo que no es desdoro, sino una prueba de fortaleza.

El autor

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