18 de febrero de 2013

Confesiones de un cardenal


ANÁLISIS

Confesiones de un cardenal

Ningún cardenal va a pronunciar el nombre de otro como posible papable, porque cada uno de ellos piensa que es el mejor candidato

EL PAIS -  Río de Janeiro 13 FEB 2013 - 09:57 CET33

Los brasileños Odilo Pedro Scherer y João Braz de Aviz, y el argentino Leonardo Sandri, son algunos de los papables no europeos. / EFE
En el cónclave en el que sería elegido Papa el polaco Karol Wojtyla, en octubre de 1978, este diario llevaba poco más de dos años en la calle. Yo era su corresponsal en Italia y en el Vaticano. La dirección del periódico me pidió que preparara un reportaje, hablando con algunos cardenales residentes en Roma, para tener una idea acerca del nombre del candidato más barajado para sustituir al Papa relámpago, Juan Pablo I, que solo vivió 30 días de oscuro pontificado.
Empecé con un cardenal de la Curia ya anciano. Me recibió en su palacio a dos pasos del Vaticano. Una monjita tímida me sirvió un café. El cardenal se arrellanó en su sillón de terciopelo rojo dispuesto a responder a mis preguntas. Al explicarle el motivo de mi reportaje, me dijo, con esa elegancia que reviste a los cardenales italianos que conservan todos un halo del renacimiento, que desistiera de mi propósito.
“Tiene que entender una cosa, hijo mío”, me explicó paternalmente, “y es que ningún cardenal le va a pronunciar el nombre de otro como posible papable, por la sencilla razón de que cada uno de nosotros piensa en su fuero íntimo que es el mejor candidato. Se llega a cardenal soñando con el papado”. Y siguió en su confesión al joven periodista: “Si acaso, nos podemos reunir algunos cardenales más afines, para evitar que alguno que no nos gusta, pueda convertirse en papable, nada más”.
Al final me fue desgranando la lógica que han seguido los cardenales en los tiempos modernos. “Como ninguno de nosotros, aunque lo digamos en público, nos sentimos incapaces y poco preparados para ser papa, lo que hacemos, sobre todo en los días en que nos reunimos aquí en Roma antes del cónclave, es analizar en qué situación se encuentra la Iglesia y el mundo en lasede vacante [periodo entre un Papa y otro], y quién sería el mejor candidato para afrontar los desafíos actuales de dentro y fuera de la Iglesia”.

“A veces, los cardenales entramos en el cónclave muy divididos (...), y es difícil que el Papa se elija al primer escrutinio”
Claro que ahí empiezan las dificultades, dijo, ya que dentro del colegio cardenalicio lo que para uno puede ser un problema eclesiástico o de política mundial, para otros puede no serlo. Cada cual insiste en los aspectos que considera más importantes y acuciantes. Es ahí donde nos dividimos los “prudentes y los más osados”, explicó sin usar la terminología de conservadores y progresistas.
“A veces, los cardenales entramos en el cónclave totalmente divididos en grupos con ideas y exigencias diferentes, lo que hace que el Papa difícilmente sea elegido al primer escrutinio”, recordó. Así ocurrió en aquel cónclave en el que salió elegido por sorpresa el papa polaco Wojtyla, precisamente porque el grupo de cardenales italianos se dividió a la hora de dar los votos al entonces arzobispo de Florencia, Giovanni Benelli, que había sido la mano derecha de Pablo VI.
Viendo que no cedían ni los unos ni los otros, los cardenales austriacos y alemanes defendieron la idea de hacer Papa a un cardenal del Este que estuviera preparado por experiencia propia a la hora en que se desplomara el comunismo. Y la Iglesia sabía que el comunismo estaba agonizando.
Pensaron en el anciano cardenal Wyszynski, primado de Polonia, el cual aconsejó escoger al joven arzobispo de Cracovia, polémico fustigador del comunismo. Y así fue. Es probable que el nombre del que fuera el obispo más joven del Concilio, ni se les hubiera pasado antes por la mente a la gran mayoría de los cardenales que no podían ni imaginar elegir a un no italiano, después de 500 años de pontífices de esa nacionalidad.
¿Ocurrirá lo mismo esta vez? Es muy posible. Los cardenales van a discutir qué tipo de Papa necesita la Iglesia y el mundo tras la renuncia de Benedicto XVI, antes de pensar un nombre. Y es probable que lleguen al cónclave sin un acuerdo, aunque seguramente con algunos nombres en la cabeza.
Algo parecido ocurrió en el nombramiento del sucesor del papa Pio XII, con un pontificado larguísimo vivido entre las zozobras de la Segunda Guerra Mundial. Los cardenales entonces prefirieron elegir a un papa de transición, que viviera poco y les diera el tiempo de encontrar a un sustituto a la altura de Pio XII. Eligieron al piadoso arzobispo de Venecia, Giuseppe Roncalli, hijo de campesinos, ya anciano, que acabaría, sin embargo, sorprendiéndoles con la convocación del Concilio Vaticano II, que revolucionaría a la Iglesia.
Los cónclaves suelen reservar esas sorpresas de última hora, por eso en los tiempos modernos ni siquiera los vaticanistas más expertos han acertado en sus profecías.

VIDE: http://www.pliniocorreadeoliveira.info/FSP%2078-08-24%20O%20Cunctator.htm




Na primeira reunião preparatória do conclave a que compareceu o cardeal Wyszynski, arcebispo de Varsóvia, informou estar programada uma romaria a pé de 300 mil poloneses – entre os quais 7.500 universitários – ao famoso santuário de Nossa Senhora de Czestochowa, a fim de implorar para os cardeais as luzes do Céu com a finalidade de que a Igreja tenha um novo Papa condizente com as difíceis condições dos dias que correm. Uma expressiva salva de palmas dos demais cardeais coroou as palavras de Mons. Wyszynski.

Para isto não faltavam razões.

Antes de tudo, o caráter marcadamente espiritual da iniciativa, o qual repousa e areja os espíritos saturados com a obsessão sócio-econômica que invadiu a Igreja nos últimos tempos.

Ademais, a constatação de que, sob a espessa camada de gelo do regime comunista, há na Polônia um fervor religioso que desperta em tão grande massa humana o ânimo necessário para a longa caminhada (Varsóvia-Czestochowa: 240 km). O que particularmente impressiona, tomando em conta a subnutrição conatural a toda economia comunista.

Especialmente é simpática a referência aos 7.500 universitários.

Mons. Wyszynski apareceu assim, aos olhos dos eleitores do futuro Papa, como a figura carismática, ou quase tanto, que conseguiu preservar das investidas do ateísmo os seus fiéis. Já era esta a sua legenda. Dizia-se de há muito, e ainda repercute nos meios de comunicação social das mais diversas posições ideológicas no Ocidente, e (o que é infinitamente mais importante) se repete à boca pequena nos mais variados círculos intelectuais e sociais do mundo livre, que o Prelado polonês conseguiu uma fórmula de convivência entre a Igreja e o comunismo.

Já que essa fórmula corresponde a uma fundamental conveniência da humanidade (ou seja, evitar tensões religiosas que favoreçam uma guerra entre o Oriente e o Ocidente), a pergunta que naturalmente se põe é se a legenda que cerca o arcebispo de Varsóvia fará dele um "papabile".

A cardinalícia salva de palmas de que ele foi objeto bem pode ser interpretada como uma cardinalícia aprovação à sua política em relação ao comunismo. E, nesta perspectiva, não parece demais imaginar que diante das naturais dificuldades de se ajustar uma candidatura capaz de obter a totalidade dos sufrágios, ou quase tanto, o Sacro Colégio opte por aclamar Papa ao arcebispo de Varsóvia, festejado tanto pela direita, quanto pelo centro e pela esquerda.

Neste caso, um homem-símbolo, um homem-programa ascenderia ao trono de São Pedro.

Símbolo do quê? Programa do quê?

É o que restaria definir.

Tentarei fazê-lo, apresentando a linha de ação de Mons. Wyszynski em seus aspectos mais aplaudidos:

1 . Além da cortina de ferro, o bloco católico mais compacto e influente é constituído pela Polônia, com seus trinta milhões de católicos. Posto o fato de que, ao fim da última guerra, os ocidentais abandonaram ingloriamente – para dizer só isto – a heróica resistência dos católicos poloneses, ao mesmo tempo antinazistas e anticomunistas, esse grande bloco foi sepultado na noite tenebrosa da dominação comunista.

2 . Para se tornar efetiva, a dominação soviética encontrava dois obstáculos: a secular alergia dos poloneses ao colonialismo russo e, principalmente, a incompatibilidade entre a catolicíssima população polonesa e o regime marxista, o qual é, por definição, ateu, amoral e igualitário. Tais obstáculos impunham para os comunistas de Moscou uma alternativa: colonizar mais uma vez a Polônia, sujeitando-a brutalmente a procônsules russos, e ao mesmo tempo desencadear no país uma perseguição religiosa neroniana; ou então conceder à nação um "minimum" de autonomia, governá-la por meio de comunistas poloneses e não russos, e ao mesmo tempo reconhecer à Igreja um "minimum" de liberdade.

3 . Evidentemente, a segunda fórmula era a única praticável. Sobretudo tendo em vista o princípio de Napoleão segundo o qual tudo se pode fazer com baionetas, exceto firmar na ponta delas um trono estável. Mas, para os soviéticos, a sabedoria política não consistia só em optar pela segunda fórmula, como também, e muito principalmente, em determinar esse "minimum" a ser concedido, na Polônia, ao sentimento nacional e à Fé. O ponto delicado consistia em saber se aquele e esta se contentariam com um "minimum" que lhes permitisse tão somente sobreviver. E em condições tão precárias que, com o curso dos tempos, o comunismo conseguisse extinguir tanto a Fé quanto o sentimento nacional. Do contrário, a concessão desse "minimum" seria, para os soviéticos, uma capitulação.

4 . Vendo a situação exatamente com os mesmos olhos do que seus opositores comunistas, Mons. Wyszynski teria optado por aceitar esse "minimum". Mas aceitá-lo sagazmente, aproveitando-o ao máximo para manter acesa a Fé. E ao mesmo tempo reagindo corajosamente contra todas as tentativas comunistas de reduzir gradualmente esse exíguo "minimum". Sagacidade e coragem: precisamente as duas virtudes que refulgem na legenda wyszynskiana.
5 . O resultado teria sido que, evitando desse modo para a Polônia os horrores de uma perseguição religiosa, Wyszynski conservou para seu povo o dom inestimável da Fé.

Um resultado brilhante, sem dúvida. Tão brilhante que dele se evola uma legenda. É a de Wyszynski, o "Cunctator", isto é, o contemporizador, do qual se poderia dizer, como de seu célebre congênere romano, Fabius que "cunctando restituit rem". Também Wyszynski, contemporizando, teria salvo a causa pública.

As legendas criam clima ingrato para certo gênero de análises. Se o cardeal polonês conseguiu defender milímetro por milímetro a minúscula área de liberdade que o comunismo deixou à Igreja, é porque dispôs sempre de instrumentos eficazes. No caso concreto, esses instrumentos se reduziam à perspectiva de transformar a Polônia em um braseiro humano, à maneira do que foi a católica Espanha quando da invasão da península pelas tropas revolucionárias e anticlericais de Bonaparte. E se tal perspectiva conteve os soviéticos nos devidos limites, é o caso de perguntar se o Cardeal-Cunctator não teria agido melhor sendo um Cardeal-Cruzado. Em outros termos, se desatasse sobre os procônsules soviéticos o tufão de uma oposição religiosa como a que prostrara por terra o próprio Napoleão.
Essa pergunta se impõe em rigor de lógica. Mas ela contém em seu bojo muitas como que "subperguntas", para as quais o público do Ocidente não tem sequer os elementos de uma resposta. Por exemplo, não estaria exausto, na pobre e gloriosa Polônia de após-guerra, o espírito combativo, tão vivaz nos espanhóis? Poderia um surto de inconformidade épica e sacral do povo polonês contar com o apoio anglo-americano, análogo ao que a Inglaterra do século 19 (movida por britanicíssimos interesses, diga-se) deu aos espanhóis, enviando Wellington à Península? E assim por diante.

Toda legenda é brilhante, atraente, encantadora. Mas também agressiva. Aí de quem procure discutir com ela. Não terei essa temeridade, neste restinho de artigo. Nem me move o desejo de questionar essa legenda, à vista da simples hipótese de o Cardeal-Cunctator ser aclamado Papa.
Ao lados das legendas só vive bem a esperança. Manifesto a minha. É a de que Wyszynski o Cunctator, se se assentar no supremo trono de São Pedro, multiplique a sagacidade pela sagacidade, a coragem pela coragem e a legenda pela legenda, e dê ao mundo o espetáculo deslumbrante de se transformar em um novo Urbano 2º o bem-aventurado conclamador da primeira Cruzada.

Pois o afoito minimalismo, quiçá aconselhável para o arcebispo de Varsóvia, não o é, pelo menos nesta conjuntura, para o sucessor de Pedro.

Com efeito, os seiscentos milhões de católicos que há no mundo livre podem nutrir outríssimas esperanças que a de seus queridos e gloriosos irmãos poloneses. Não se trata, para os primeiros, de obter tão só um lugarzinho ao sol, semiesmagados pela bota soviética. Mas, muito pelo contrário, de evitar que essa bota ouse empreender o esmagamento do que resta de livre no mundo. Um programa de ousadias apostólicas, um programa todo feito do que Camões qualificava como "cristão atrevimentos" ("Os Lusiadas", Canto VII, Estancia 14), eis o que espero – e comigo tantos e tantos milhões de católicos! – do sucessor de Paulo 6º .

O Cardeal-Cunctator nos aparece rutilante com a glória de legendários e "cristãos atrevimentos" na defesa de um "minimum". Quanto desejamos que ele brilhe no trono de São Pedro com a mesma glória dos "cristãos atrevimentos", porém desta feita na defesa do "maximum". "Ad majorem Dei gloriam"- "Para a máxima glória de Deus", tal era o lema de Santo Inácio de Loiola.
Tanto mais quanto, nos dias que correm, o "maximum" ainda pode ser obtido, quiçá sem a efusão do sangue cristão, do sangue que os cruzados tão esplêndida e generosamente verteram.


No hay comentarios: