19 de agosto de 2009

Las entrañas de los encierros













Un mozo en apuros ante las reses de un encierro en Falces (Navarra). | Efe




Un encierro en Pamplona. | AFP

elmundo.es| España
Líder mundial en español

Miércoles 19/08/2009. Actualizado 13:36h.


TOROS | Tras producirse la quinta muerte del verano


Las entrañas de los encierros


Aitor Hernández-Morales | Madrid
Actualizado miércoles 19/08/2009 10:00 horas

Tras la muerte del joven Álex Malo Arbiol, de 16 años, la polémica sobre la participación de los menores en festejos taurinos, se ha avivado. Pero, ¿cómo se vive un encierro? ¿se respetan las medidas de seguridad? ¿se controla la participación de menores? Ahí va un recorrido por algunos de los encierros más conocidos:
Los más famosos del mundo

Los encierros de Pamplona, los más conocidos del mundo, tienen su protocolo establecido. El tramo histórico sigue sirviendo su función fundamental de conducir a los toros por los 849 metros de calles adoquinadas que separan los corralillos de la plaza de toros. Los toros corren a una velocidad media de 25 kilómetros por hora y, salvo cuando alguno se separa, generalmente son encierros rápidos y directos.


En Pamplona rige un cierto formalismo, y los corredores se lo toman muy en serio. La Policía municipal ejerce un férreo control sobre el acceso al recorrido, y se pasa regularmente para expulsar a cualquiera que lleve objetos prohibidos -mochilas, sandalias, cámaras-.

Los corredores veteranos tienen sus tradiciones desarrolladas: eligen sus puestos favoritos en el recorrido, llevan sus ejemplares del 'Diario de Navarra' (con los pronósticos de las ganaderías relevantes), rezan ante el Santo, y por lo general demuestran un comportamiento reservado ante lo que viene. La cobertura local de los encierros refleja el toque refinado de las fiestas -se valora a los mejores corredores mediante el análisis de sus movimientos como si éstos fueran bailarines-, y no mozos que se juegan la vida.

Ante ellos se distinguen claramente los extranjeros: son ruidosos, llevan la ropa manchada con los rosados del 'kalimotxo' de la noche anterior y componen esa multitud que hace que las pequeñísimas callejuelas del Casco Antiguo estén a rebosar.

No obstante, son los extranjeros quienes dan vida a las fiestas -y dinero- a la ciudad. Y también quizás son la razón por la cual Pamplona se toma el asunto del encierro tan en serio. La atención global que les aportó el famoso libro de Hemingway hace que se esfuercen por no quedar mal ante el mundo. Los heridos de San Fermín son portada en los periódicos nacionales y se siguen hasta en la prensa de Nueva York. Para evitar las críticas internacionales, cada verano Pamplona toma todo tipo de precauciones para controlar el el festejo taurino en el mayor grado posible.

A pesar de eso, siguen ocurriendo tragedias como la que se cobró la vida de Daniel Jimeno Romero, un trágico suceso que deja claro que, a pesar de toda precaución, cualquiera que corra en un encierro pone su vida en peligro. Pero de la misma manera, el hecho de que desde 1924 sólo hayan muerto 15 personas en todos los encierros de Pamplona dice mucho de cuánto vela la ciudad por la seguridad de los corredores.
'La Cubierta' de Leganés. | El Mundo

'La Cubierta' de Leganés. | El Mundo
Correr entre colegas del barrio

A diferencia del formalismo de la capital navarra, los encierros del municipio madrileño de Leganés son más comodos. Hay una gran libertad de movimiento, al tratarse de un tramo amplio, y los vallados sirven de apoyo en situaciones difíciles.

En Leganés el énfasis recae en lo que pasa dentro de la Plaza de La Cubierta; tras unos minutos de pausa después de la corrida, los toros se sueltan de nuevo, individualmente, y los mozos más bravos se lucen saltando ante ellos e intentando lograr escapar sin heridas (algunos con más éxito que otros).
Encierro en Rueda (Valladolid). | Efe

Encierro en Rueda (Valladolid). | Efe

El ambiente en las corridas de Leganés tiende a ser joven -incluso se ven muchos menores de edad- y participan las pandillas del barrio. Por este motivo, la Policía hace una labor de vigilancia para controlar quién corre, patrullando las calles y expulsando a cualquiera que no cumpla con los requisitos de indumentaria, presente síntomas de embriaguez o tenga menos de 18 años.

El martes pasado llegaron a expulsar a 125 corredores. Dada la juventud general de los corredores, la Policía exige el DNI de manera regular, a veces de manera casi excesiva. Tras la corrida del martes un joven se salvó, por poco, de ser cogido ya dentro de la plaza.

La sorpresa del chaval fue mayor cuando, al escapar del peligro, le pilló un Policía Municipal detrás del vallado y le exigió el documento de identidad, amenazando con llevarlo a la comisaría si era menor de edad. El susto quedó en nada, porque, aunque no los aparentaba, el joven ya tenía 18 años.
Desorganización en la intimidad

Todo lo contrario son los encierros de pueblo, que pueden resultar algo chocantes para quienes están acostumbrados a municipios mayores. En los pueblos queda todo mucho más entre familia, las fiestas son más informales y los encierros pueden llegar a ser mucho más desorganizados.

En primer lugar, el estilo es totalmente contrario a otros sitios, y en realidad depende de cada ayuntamiento. En muchos pueblos se tienden a cerrar varias calles, dejando no un recorrido directo, sino una serie de manzanas entrelazadas por las que andan los toros libremente, no durante unos minutos, sino a lo largo de una o dos horas.

Estas fiestas se diferencian de las de Pamplona, o incluso las de grandes municipios como Leganés o San Sebastián de los Reyes, en que se siente mucho más el valor monetario del toro; en una corrida reciente los espectadores se quejaban del comportamiento de algunos corredores porque estos amenazaban con "cargarse el toro, ¡que nos ha costado un pastón!"

En estas situaciones, el control de los corredores tiende a ser mínimo. En un encierro reciente en un pueblo de la provincia de Guadalajara, chavales que definitivamente no cumplían los 16 años participaban abiertamente, tanto en la plaza como en las calles, y la única autoridad policial presente eran dos guardias civiles medio dormidos en la sombra de la plaza, más algún que otro miembro de protección civil igualmente distraído.
¿Por qué correr el riesgo?

Pero, ¿por qué arriesgan su vida para ponerse delante del toro? La respuesta es simple: la emoción compensa.

En el encierro, ante la audiencia -sean las multitudes que ven los sanfermines en la televisión, o el vecino que te ve en el pueblo- eres el protagonista de aquello que todos han venido a ver. Pero no se trata sólo de acaparar atención. Tampoco se corre para derrotar al toro. Todo lo contrario, para gran parte de los corredores el toro es, en sí, un elemento secundario, ya que el encierro se trata más bien de un enfrentamiento interno, entre el lado más cobarde del corredor y su sentido de la valentía.

Por eso, al igual que la mayoría de deportes de riesgo, corren -y correrán- los mozos que participan en los encierros. El vivir el momento, gozar de la adrenalina y sentir el triunfo de uno sobre sí mismo termina por hacer que cualquier riesgo sea, ante todo eso, cosa más bien insignificante.