17 de noviembre de 2014
Paisajes calcinados
EDITORIAL
Con la elección de Pablo Iglesias como secretario general y su equipo al frente de Podemos se acelera la conversión de un movimiento de perfil asambleario y antijerárquico en una organización ya muy parecida a un partido clásico. La estructura fuerte y centralizada que han adoptado se compadece mal con la transversalidad y modernidad pregonadas. Pero más allá de esa contradicción, lo relevante del primer discurso del líder indiscutido de Podemos ha sido su denuncia del “candado del 78”, en referencia al sistema político creado por la Constitución.
Pablo Iglesias hace del desprecio a los demás una de sus armas políticas, sea hacia “la casta” o los “viejos de corazón”. Parece deseoso de tirar a la papelera el sistema construido tras la dictadura, precisamente el que reconoció y protegió las libertades y el que trasladó la soberanía desde las manos de un caudillo a las del pueblo, que desde entonces la ha ejercido de forma continuada en elecciones libres. Podemos intenta atacar los fundamentos de este sistema sin explicar lo que pretende construir en su lugar o con qué quiere reemplazarlo. Y esto plantea un interrogante bastante serio acerca de los dirigentes de una fuerza que, según los sondeos de opinión, cuenta con expectativas de ocupar un espacio considerable en el futuro tablero político.
Lo que Iglesias llama “régimen” en España no es un sistema totalitario, ni un mundo regresivo, inviable y decrépito. Cuestión distinta es la crisis que sufre esta democracia, y que desde luego necesita caminos de salida. Casi todas las instituciones han perdido la iniciativa y los partidos que las dirigen muestran un alarmante grado de agarrotamiento. Lo que tiene que cambiar es el miedo a abordar las reformas necesarias, que deben plasmarse en la Constitución misma, en la regeneración ética de la vida pública y en corregir el excesivo grado de desigualdad que se está produciendo entre los ciudadanos.
Hay ansias evidentes de cambio en amplias capas de la sociedad, porque la crisis deja la impresión de que muchas personas se han quedado sin capacidad de influencia sobre las decisiones políticas. Lo que era una crisis económica y social se ha trasladado de lleno a la política al verse afectada por una corrupción sistémica: el combustible para el incendio. Pero no hay que confundir los deseos de reformar el sistema con los de destruirlo, ni convocar al electorado a tender una suerte de cordón sanitario sobre todo el sistema político.
Frente a la acometida de Pablo Iglesias contra el consenso del 78 y la de Artur Mas para desbordarlo, los dirigentes del PSOE en fase de renovación, Pedro Sánchez y Susana Díaz, lanzan una propuesta de reforma de la Constitución sin renegar de la existente y señalan al Parlamento como el espacio institucional que debe acoger el debate. Podemos hará bien en precisar sus propuestas, en vez de refugiarse en ensoñaciones de paisajes calcinados sobre los que empezar desde cero.
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