24 de noviembre de 2014

Mucha frase, ningún discurso

TRIBUNA

Mucha frase, ningún discurso

El secretario general de Podemos consigue entusiasmar a su público con fuegos de artificio

¡Qué gran ocasión perdida! ¡Cuánto capital dilapidado! Y eso que todo se había preparado minuciosamente para marcar con piedra blanca el momento inaugural de un mandato arrasador. Cierto es que algunas prácticas políticas muy recientes no presagiaban nada bueno: la autoselección de los mejores como núcleo fuerte de poder bajo la apariencia de equipo técnico; la elaboración de las ponencias por una vanguardia sólidamente establecida en la cumbre de la organización al más puro estilo bolchevique; el sistema de votación de las tres ponencias en bloque, sin resquicio para la discusión o la enmienda de sus contenidos ni para dar el voto a una y negarlo a otra; el ostracismo de los perdedores, empujados a los márgenes por el elocuente mandato de echarse a un lado. Incluso la composición de las fotos, con el secretario general rodeado en semicírculo por la elite dirigente, bien ordenada según el rango jerárquico previamente establecido, con indicios ya de algún codazo para no perder la primera posición a derecha e izquierda del líder.
En definitiva, una mezcla de asambleas, consejos y vanguardia que recuerdan por igual el asambleísmo universitario, los sóviets o consejos de soldados, obreros y campesinos, y el centralismo democrático del socialismo real, con las novedades de un uso masivo de la Red, la activa presencia en tertulias de televisión, cuanto más vociferantes, mejor, y la empalagosa cursilería de las llamadas a la ilusión, la alegría y la felicidad.
Se dispuso a tomar la palabra anunciando ese nuevo tiempo en el que ya no vale identificarse como de izquierda ni de derecha

Quedaba la gran asamblea inaugural, con la consagración del líder como secretario general (curioso que en este punto no hayan encontrado algún eufemismo que apague los ecos más bien siniestros de tal denominación, grado supremo de las castas políticas que en el mundo son, han sido y serán), y el discurso anunciando la nueva política, sus contenidos y sus formas. El recién ungido avanzó hacia el estrado en medio del aplauso general, se situó tras el atril inclinando el cuerpo ligeramente adelante y sujetando bien los estribos, y después de un largo y algo tedioso turno de agradecimientos a los ¿camaradas? ¿compañeros? llegados de otras partes del mundo o de otros horizontes políticos, se dispuso a tomar la palabra anunciando ese nuevo tiempo en el que ya no vale identificarse como de izquierda ni de derecha, sino como lo contrario de la casta que se perpetua a derecha e izquierda.
¿Un discurso populista, al modo de Chávez o Maduro? ¿Un discurso bolchevique, en las variedades de Lenin o de Trotski? ¿Un discurso republicano, al estilo de Azaña o de Prieto? Nada de eso. Ni populista, ni bolchevique, ni republicano, por no ser, el discurso no fue siquiera discurso, sino yuxtaposición desordenada de frases, leídas de carrerilla con la entonación y pausas bien medidas tras repetidas aceleraciones, signo inequívoco de que el hablante esperaba recibir al final de cada una de ellas la ovación de los asistentes a una asamblea presuntamente participativa. Y vaya si la obtuvo: en una intervención de apenas 20 minutos, el orador arrancó en más de 30 ocasiones el aplauso de los representantes de esta original democracia de asambleas y consejos, que celebraban con entusiasmo bien una muestra de firmeza frente al enemigo: no tenemos miedo, es JP Morgan quien debe tenerlo; bien una ocurrencia verbal: los emprendedores cargados de deuda serán desde ahora emprendeudores; bien una propuesta inédita de rigor fiscal: que paguen los ricos; o una originalísima aportación teórica para poner fin al debate sobre Cataluña: España como país de países, o mejor país de naciones, extremo sobre el que todavía no lo tiene del todo claro este ocurrente muñidor de frases sonoras, pronunciadas con el ceño fruncido para mejor subrayar su seriedad y trascendencia.
El nuevo secretario general, a la espera de asaltar los cielos para conquistar la tierra, ha subvertido la oratoria política
Es evidente que el nuevo secretario general, a la espera de asaltar los cielos para conquistar la tierra, ha subvertido la oratoria política. Fuera la estructura y las figuras del discurso, fuera el análisis de una situación y los concretos contenidos de una política, fuera la palabra que suscita una adhesión de la voluntad como resultado de una iluminación de la razón, fuera en resumen, el discurso mismo. Frases, solo frases, escritas de antemano y leídas de corrido, una detrás de otra, con el único propósito de cosechar el aplauso, suprema manifestación de una ciudadanía participativa.
Frases cortas, que son las únicas que soportan telespectadores y tuiteros; frases contundentes, que ponen de los nervios a los contrincantes de las tertulias; frases a modo de consignas, muy eficaces para entusiasmar a un público que toma por agudeza de ingenio o por receta infalible lo que no es más que fuego de artificio; frases, en fin, que suministran titulares a mansalva para los diarios digitales de esa misma tarde. Estragos producidos en el discurso político por la televisión y los tuits: si ese es el mañana prometido, no cabe duda de que pertenece a Pablo Iglesias, un secretario general maestro, hasta hoy, en el arte de soltar frases sin pronunciar discurso alguno.
Santos Juliá es historiador. Su último libro publicado es Nosotros los abajo firmantes. Una historia de España a través de manifiestos y protestas (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores).

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