14 de noviembre de 2014
Hacia el Estado palestino
Paulatinamente, diversos parlamentos europeos —y un Gobierno, el de Suecia— están aprobando el reconocimiento de Palestina como Estado independiente. El Congreso español se dispone a tratar la cuestión la próxima semana. Se trata, en última instancia, de dar cumplimiento a la legalidad internacional y a la decisión adoptada por Naciones Unidas el 27 de noviembre de 1947, cuando decidió la división del hasta entonces protectorado británico de Palestina en dos Estados independientes: uno judío y otro árabe. Desde entonces ha habido de todo excepto paz: del rechazo inicial árabe al plan internacional hasta la ocupación israelí, en 1967, de la zona asignada a los árabes; tres grandes guerras, varios conflictos regionales, dos levantamientos civiles contra la ocupación y miles de muertos, heridos y desplazados en el enfrentamiento entre ambas comunidades.
La historia, sin embargo, no puede ser un obstáculo para dar cumplimiento a la voluntad expresada hace casi 67 años por el conjunto de las naciones democráticas. Máxime cuando es evidente que la actual situación —con Israel ocupando Cisjordania y con la Franja de Gaza convertida en escenario periódico de bombardeos, con sus fronteras israelí y egipcia cerradas al tráfico de personas y convertida en semillero de Hamás— no puede prolongarse ad eternum y se vuelve cada vez más insostenible, para la población palestina y para la propia sociedad israelí, sobre cuyo funcionamiento democrático y su seguridad planea permanentemente el conflicto.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, argumenta que el reconocimiento de Palestina debe ser el final de las —interminables y a menudo inexistentes— negociaciones de paz. Es todo lo contrario. Se trata del primer paso, tal y como se acordó en Naciones Unidas desde el comienzo: crear dos Estados en esa zona del Mediterráneo. Y es la única alternativa a la guerra de mayor o menor intensidad que amenaza a ambos pueblos. Netanyahu tiene que entender que no se trata sólo de Palestina, sino de la supervivencia de Israel.
Este justo reconocimiento no puede ser un cheque en blanco para el Gobierno palestino. Mahmud Abbas mantiene una alianza más o menos frágil con Hamás, una organización terrorista para la UE y EE UU. Las democracias deben ayudar a Palestina, también, a que cumpla con todas las obligaciones de un Estado democrático. Con ese reconocimiento también viene una gran responsabilidad.
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