30 de noviembre de 2014

¿Sería América aún católica sin la victoria de Blas de Lezo sobre la armada británica?



Cartagena de Indias, 1741: la batalla decisiva

¿Sería América aún católica sin la victoria de Blas de Lezo sobre la armada británica?

La hazaña no tiene parangón: una fuerza de 30 a 1 inferior en barcos, y de 10 a 1 inferior en hombres. Pero España salió victoriosa.
Actualizado 8 diciembre 2012
 
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¿Sería América aún católica sin la victoria de Blas de Lezo sobre la armada británica?
Estatua de Blas de Lezo en Cartagena de Indias.
 Lepanto, en un video el espíritu, la nación y las personas que lo hicieron posibles
El almirante Blas de Lezo es en buena medida responsable de que más de cuatrocientos millones de americanos hablen español… y de que continúen siendo católicos en su gran mayoría.

Porque ¿qué hubiera pasado si el almirante vasco hubiera perdido la batalla de Cartagena de Indias en 1741 frente a la gigantesca tropa de desembarco preparada por el almirante Edward Vernon para apoderarse de los virreinatos? ¿Habrían respetado los ingleses de la época,virulentamente anticatólicos, la profunda idiosincrasia cristiana de la América española y la huella dejada por la Iglesia desde 1492?

Todo pendió de un hilo durante tres meses de ese año, cuando tuvo lugar una hazaña injustamente marginada en la Historia de España, y que cobra vida en la novela histórica de J. Pérez-Foncea El héroe del Caribe (LibrosLibres), donde se destaca el profundo catolicismo de Lezo.

Se supone que uno nunca debe hablar de cómo termina una novela... salvo en el caso de las novelas históricas, porque, al ser históricas, los hechos son conocidos.

Así que vamos a contar que en 1741 Inglaterra preparó la mayor flota de desembarco que conoció la Historia hasta el desembarco de Normandía: casi doscientos buques y treinta mil hombres. Que dirigió esa flota contra la ciudad de Cartagena de Indias, en la actual Colombia, con objeto de hacerse con una ruta de paso decisiva para el control del Caribe, y cuya caída implicaba ineluctablemente la caída en dominó de todos los virreinatos en poder de la Corona británica, harta de la supremacía española y ambiciosa de dominio y de dinero.

Que, como Cartagena de Indias estaba defendida por seis navíos y tres mil hombres (por si no queda claro: ¡seis frente a doscientos y tres mil frente a treinta mil!), los ingleses, antes de darse la batalla, acuñaron una moneda conmemorativa de la "victoria" -se conservan ejemplares en varios museos-, con la leyenda El orgullo de España humillado por el almirante Vernon, y representando a Blas de Lezo arrodillado ante el susodicho.

El héroe
Que el citado Blas de Lezo era un marino español de menguada estatura -le llamaban medio hombre-, tuerto, manco y sin una pierna, resultas las tres mutilaciones de sendos combates de entre los muchos que libró en la mar, la mayor parte de ellos con los ingleses, y victoriosos. Que organizó la defensa de la plaza con inteligencia, valor y aprovechamiento óptimo de los recursos. Que fue humillado, sí, pero no por los ingleses, sino por el virreySebastián de Eslava (1684-1759), quien reiteradamente menospreció los criterios de Lezo imponiendo los suyos, para -constatado su fracaso- tener que volver a los de su subordinado.

Un relato trepidante y muy bien documentado.
Que cuando se produjo la milagrosa victoria española (milagrosa por lo improbable, no porque no fuese resultado de las decisiones concretas que Lezo tomó con tanta ciencia como energía), Eslava escribió a la Corte difamando a Lezo, y la Corte de Madrid le hizo caso y degradó al héroe, dejándole en la pobreza a él y a su mujer e hijos.

Que el héroe, gravemente enfermo, murió semanas después de la batalla. Que no fue rehabilitado hasta 1760, pasadas dos décadas de la gesta, cuando Carlos III le repuso en sus cargos y le nombró marqués a título póstumo.

Un silencio de siglos que empieza a desaparecer
Y que los ingleses han logrado ocultar este hecho para el gran público pasando de puntillas por él en sus historias y disfrazándolo (lo llaman "la guerra de la oreja de Jenkins", desviando la atención a un incidente menor acaecido años antes de 1741), y deben estar todavía frotándose los ojos de que los españoles hayamos hecho lo mismo. Salvo en el ámbito de la Armada, donde sí es reconocido (una de nuestras fragatas lleva el nombre de Blas de Lezo), los libros de historia españoles también pasan como sobre ascuas sobre el episodio.

Esta novela pone algo más que un granito de arena en revertir una situación que -es cierto- en los últimos años se ha ido paliando, desde que el escritor colombiano Pablo Victoria rescatase para nuestra conciencia colectiva a un Blas de Lezo que J. Pérez-Foncea recrea ahora en una novela histórica muy bien documentada. De hecho, el volumen incluye la transcripción íntegra del diario del almirante desde el 13 de marzo al 20 de mayo de 1741, un texto clave de nuestra historia.

Entretenida ficción al servicio de la verdad histórica
En El héroe del Caribe el personaje de Lezo aparece muy bien perfilado: tranquilo siempre, leal al máximo a su superior incluso en la ejecución de las órdenes que sabía erróneas, querido por sus hombres y, en su faceta más íntima, de buen católico, buen esposo y buen padre de una familia que no quiso escapar de Cartagena de Indias cuando comenzó el ataque. Prefirieron correr la misma suerte que corriese él.

Junto a esa línea argumental puramente histórica, donde las operaciones de la defensa de la ciudad estan explicadas con nitidez en su justificación militar y sus riesgos de fracaso, Pérez-Foncea crea una historia de amor entre el teniente de navío Fernando de Castro, asistente de Lezo, y la joven Consuelo, hija de una familia principal. Su arpía madre estorbará la relación utilizando a un tenebroso portugués que también pretende su mano.Envidias, celos, espionaje... la trama de El héroe del Caribe añade a la historia real una ficción muy bien engarzada con ella, feliz instrumento para que nos empapemos bien de lo que sucedió en aquellos cien días de 1741 en una costa que aún era española.

Y que siguió siéndolo casi un siglo más gracias a la pericia de un marino de Pasajes (Guipúzcoa) que sólo ahora empieza a ver reconocida la deuda que contrajimos con él entonces y nunca pagamos.

«Antonio Benavides fue un modelo de caballero cristiano español, un templario del siglo XVIII»

Domingo, 30 de noviembre de 2014 | 22:04

El escritor Jesús Villanueva descubre a un héroe de España

«Antonio Benavides fue un modelo de caballero cristiano español, un templario del siglo XVIII»

«Antonio Benavides fue un modelo de caballero cristiano español, un templario del siglo XVIII»
Jesús Villanueva recuerda un hecho protagonizado por Antonio Benavides que pudo cambiar la historia: le salvó la vida a Felipe V. Pero eso fue sólo el principio...
Actualizado 30 noviembre 2014
 
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Cuando uno visita la iglesia de la Concepción en Santa Cruz de Tenerife, el templo más característico de la capital chicharrera, se encuentra con una tumba que porta la siguiente inscripción:

Aquí yace el Excmo. Sr. D. Antonio de Benavides,
Teniente General de los Reales Exércitos.
Natural de esta Isla de Tenerife.
Varón de tanta virtud cuanta cabe por arte
y naturaleza
 en la condición mortal.


Así debió ser, pues recibió sepultura en la mismísima casa de Dios. Pero lo cierto es que, tres siglos despuésAntonio Benavides (1678-1763) es un personaje desconocido... que va a empezar a dejar de serlo.

El escritor Jesús Villanueva Jiménez acaba de consagrarle su segunda novela histórica, La Cruz de plata (LibrosLibres), una obra de acción y aventuras basada en todo lo que se conoce de su protagonista, que no es mucho: ¡ni siquiera existen retratos suyos fácilmente localizables, a pesar de la relevancia de todo cuanto hizo en la vida! Algo de esa injusticia comenzará a repararse con la presentación pública del libro, que tendrá lugar este próximo lunes 1 de diciembre, a las 20.30 horas, en el Real Casino de Tenerife situado en la Plaza de Candelaria de Santa Cruz.

-¿Por qué fue enterrado Antonio Benavides en templo tan principal?
-Además de ser Teniente General de los Reales Ejércitos de España de tan altísimo prestigio –en aquella época ya hubiese sido suficiente-, Antonio Benavides era profundamente católico y un hombre muy piadoso. A lo largo de su vida hizo multitud de obras de caridad de su peculio, por lo que se ganó el cariño y respeto de los más necesitados, tanto españoles como indígenas en Florida, Veracruz y Yucatán; y, cómo no, en su patria chica, Tenerife. Nadie dudó entonces de que el lugar donde debían descansar sus restos mortales –vestido con los hábitos de la Orden Franciscana, tal como pidió en su testamento–, fuera la Iglesia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción.


La segunda novela de Jesús Villanueva rescata a un personaje histórico, Antonio Benavides, de un olvido injusto.

-¿A qué debía esa fama?
-A los logros que Benavides alcanzó a lo largo de su dilatadísima vida, que eran bien conocidos en Tenerife. Su origen humilde -pertenecía a una familia de labradores de un pueblecito del norte de la isla, La Matanza de Acentejo- aún hacía más meritoria su extraordinaria carrera militar.

-¿Cuál fue su hoja de servicios, a grandes rasgos?
-Con veinte años partió a La Habana, en calidad de cadete, con una expedición de mozos de refuerzo para la guarnición de aquella isla de la Nueva España. Tres años después, ascendido a teniente, se incorporó a las Guardias de Corps de Felipe V, en plena guerra de Sucesión, destacando excepcionalmente en varias batallas, de forma decisiva en Villaviciosa de Tajuña. Luchó junto al Rey hasta el final de la guerra.

-¿Y después, una vez que el primer Borbón consolidó la corona?
-A partir de entonces, tal fue la confianza que el Rey tenía en él, que lo nombró sucesivamente Gobernador y Capitán general de la Florida, Veracruz y de Yucatán. En aquellas provincias de la América española, Benavides limpió de corruptos sus administraciones; firmó tratados de paz y colaboración con multitud de tribus locales que terminaron adorándolo; blindó las fronteras manteniendo a raya a los británicos; fue un azote para corsarios y piratas a los que persiguió y ahuyentó de los mares bajo su mandato; en suma, durante 32 años engrosó una extraordinaria hoja de servicio, reconocida tanto por Felipe V como por Fernando VI.

La Cruz de plata: una novela trepidante, que incluye el riesgo de las negociaciones con los indios, combates contra piratas y corsarios, tramas de siniestros criminales e historias de amor y amistad, lealtad y caridad, sobre la base de una rigurosa documentación histórica sobre el protagonista.
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No es sorprendente pues que haya llamado su atencion como novelista...

-No conocía demasiado la figura de Benavides, y un día de hace casi dos años, unos amigos matanceros que habían leído mi primera novela, El fuego de bronce, me hablaron con tanto entusiasmo de su insigne y sin embargo desconocido paisano, animándome a que escribiera sobre él, que investigué sobre su figura y decidí emprender esta nueva novela.


Este cuadro de Jean Alaux, que se conserva en Versalles, representa a Felipe V en la batalla de Villaviciosa de Tajuña.

-Antes ha comentado que su intervención en una batalla de la Guerra de Sucesión fue "decisiva". ¿Por qué?
-Ya como teniente coronel de Caballería de la Guardia de Corps, en la decisiva batalla de Villaviciosa de Tajuña (el 10 de diciembre de 1710), al comienzo de la batalla, al mando de un escuadrón de dragones, cubría parte del ala derecha. Abrió fuego la artillería austracista y Benavides observó los impactos de las balas e incluso granadas de mortero caer delante del montículo desde el cual el Rey -que montaba un espléndido caballo de blanco pelaje, el único de todo el ejército de ese color-, observaba el enfrentamiento, rodeado de sus generales. Ante la clara diana que ofrecía a la artillería enemiga, al galope se llegó a la loma y advirtió al Soberano de tal circunstancia. Al manifestar don Felipe que no llevaba montura de repuesto, Benavides de inmediato cambió su alazán por el blanco equino regio. Fue volviendo a la formación, cuando un certero impacto de granada de mortero destrozó al caballo del Rey, dejando muy malherido al teniente coronel.

-Salvó entonces su vida... ¡y la de la dinastía que acababa de llegar a España!

-El Rey, que ya apreciaba mucho a Benavides, por razones obvias más afecto le tuvo y le manifestó sin tapujos. Tanto que, en presencia de cortesanos y generales, se refería a él como “padre”.

-¿Por qué en su novela, alrededor de Benavides, siempre pululan sacerdotes y religiosos... y siempre en buen papel?
-Un motivo fundamental es mi admiración por aquellos religiosos españoles de diversas órdenes, que emprendieron y concluyeron una labor evangelizadora y humanitaria extraordinaria, digna del más grande de los elogios y reconocimientos.

-Formaban parte de un empeño civilizador...

-Allí donde se establecía una misión, se levantaba, además de la consiguiente iglesia, un hospital y una escuela. Y en aquellas selvas perdidas –dejando todo atrás, y con el único amparo de su fe- dedicaron su vida a llevar la palabra de Dios y a atender las necesidades de aquellas primitivas tribus. ¿Acaso se puede hacer algo más grande allí donde se llega con los pies descalzos, a pecho descubierto, con la Cruz por única arma?

-¿Tuvo el mismo Benavides algo de apóstol?
-Benavides era un caballero templario del siglo XVIII, mitad monje, mitad soldado. Si había que repartir estopa, bien que sabía administrarla. Fue un militar excepcional, un tirador de extraordinaria puntería y un avezado jinete, además de contar con un carisma y don de mando de primerísimo orden, digno de los grandes generales de los Ejércitos de España. Como rezan los últimos versos de un precioso soneto de Enrique de Mesa, Benavides, ante el enemigo caído a sus pies, antes de expirar le daría a besar la Cruz, la Cruz que forma la empuñadura de su acero. ¡No era cualquiera Benavides!

-¿Cuál era el peso de la Iglesia en la América que él conoció y contribuyó a cambiar?
-Nunca acaba la evangelización, realmente. Pero sí es cierto que la magna obra evangelizadora se lleva a cabo durante los tres siglos posteriores al segundo viaje de Colón, al que ya acompañaron los primeros jesuitas. La obra social de la Iglesia Católica española continuó de manera fundamental. Aun se conservan hospitales y escuelas de entonces. Cuando los británicos fundaron en Norteamérica la primera universidad, hacía doscientos años que lo venían haciendo los religiosos españoles.


Robert de Niro y Jeremy Irons en La misión, de Roland
Joffé (1986) situada en la misma época en la que Antonio Benavides trabajaba codo con codo con los misioneros, aunque miles de kilómetros al sur del Caribe.


-Su labor asistencial aún asombra...
-En las misiones se ensañaba a leer y escribir, que ya eso, para la época, era un inmenso avance; se enseñaba oficios fundamentales para el desarrollo de aquellos pueblos primitivos: carpintería, albañilería, herrería, etc. Y en los hospitales se salvaron miles de vidas de enfermos que sin aquella atención sanitaria hubiesen muerto.

-¿Y en labores como la pacificación de las tribus indias, uno de los momentos más emocionantes de La Cruz de plata?
-Los misioneros españoles fueron importantes mediadores en muchos casos, además de enconados defensores de los derechos de los indígenas. Cierta y penosamente, la Leyenda Negra, hábilmente creada y divulgada por los británicos –vergonzosamente comprada por la progresía española-, ha hecho mucho daño, ensuciando la verdad de lo que en el Nuevo Mundo hicimos los españoles.

-El retrato final que se obtiene entonces de Antonio Benavides es el de un modelo de caballero cristiano español...
-Benavides era un católico de profunda convicción, español hasta la médula, leal y honrado, valiente y arrojado cuando la ocasión lo requería. En suma, ciertamente, un caballero español.

-Y que además fue enterrado con el hábito franciscano y con una bien ganada fama de hombre caritativo.
-Así lo pidió en su testamento, como ya le dije. Y fue tan desprendido de sus bienes materiales a favor de los necesitados, que hasta tuvo que prestarle su amigo el Marqués de la Ensenada un uniforme para que se presentara ante Fernando VI, dado que el único que conservaba estaba muy deteriorado. Benavides fue, fundamentalmente, un hombre bueno y un patriota.