14 de julio de 2011
Una lamentable manipulación
EL PAIS - SANTOS JULIÁ 13/07/2011
La catástrofe provocada por la rebelión militar de julio de 1936, y por la Guerra Civil que fue su consecuencia, alcanzó tales proporciones que, desde su misma ocurrencia, se le han buscado las causas más variopintas, desde el carácter cainita de los españoles hasta las división metahistórica de España en dos. El primer capítulo de una serie de 13 entregas, que se estrenó anoche en Telemadrid con motivo del 75º aniversario de su comienzo, olvida todas estas zarandajas y va derecha a su objetivo: mostrar que la Guerra Civil fue la inevitable consecuencia del asesinato de Calvo Sotelo por los socialistas. La Guerra Civil, según Alfonso Bullón de Mendoza, director y guionista de la película, comienza la noche en que unos agentes de la autoridad, estrechamente vinculados al PSOE, secuestran en su domicilio al diputado Calvo Sotelo y lo matan de dos disparos en una camioneta de la sección de Asalto de la Policía Gubernativa: ahí están las imágenes de la dramatización del secuestro seguidas de imágenes de documentales de la guerra para demostrarlo; una cosa sigue a la otra sin solución de continuidad.
Se silencia que entre el crimen y la guerra medió una rebelión militar
Esta manipulación de la historia comienza por silenciar que entre el asesinato de Calvo Sotelo, en las primeras horas del 13 de julio de 1936, y la Guerra Civil medió una rebelión militar que se venía preparando desde el mismo día del triunfo electoral de la coalición de izquierdas, el 16 de febrero del mismo año. Pero si desaparece la conspiración, es lógico que desaparezcan también los tratos que Calvo Sotelo y su partido mantuvieron desde el triunfo del Frente Popular con los militares que planeaban el golpe de Estado. El responsable del guion, biógrafo de Calvo Sotelo, conoce bien sin embargo los contactos que su biografiado había establecido con el general Mola y con miembros de la Unión Militar Española, a los que prestó su apoyo y dio su conformidad para el golpe que estaban preparando. En esta ocasión, sin embargo, ha preferido silenciarlos, quizá porque introducían una desagradable complejidad en una narración construida al servicio de una única idea: presentar mendazmente el asesinato de Calvo Sotelo como una acción decidida en alto lugar, el Ministerio de la Gobernación, y transmitida a lo largo de una cadena de mando hasta sus ejecutores inmediatos, militantes del PSOE; una acción que, por tanto, hace inevitable una guerra civil sin necesidad de recurrir a la conspiración militar.
El asesinato de Calvo Sotelo y, más aún, si cabe, la clamorosa ausencia de su condena pública, nítida, sin ambages -y sin buscar una excusa en los asesinatos del capitán Faraudo y del teniente Castillo-por las autoridades republicanas y por los dirigentes del Partido Socialista, no pueden tener justificación alguna: lo primero fue un crimen y lo segundo un error que magnificó el crimen. Pero de ahí a vincular causalmente, por medio de la imagen y la palabra, la Guerra Civil con su comisión hay un salto que ningún historiador que no intente utilizar esa muerte para sus intereses políticos o ideológicos se atrevería a dar.
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