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Actualizado jueves 01/01/2009 16:14 (CET)
MÓNICA FOKKELMAN
VIENA.- La batuta del maestro argentino de familia judía de origen ruso Daniel Barenboim hizo retumbar un mensaje de paz en la Sala Dorada del Musikverein de Viena, palabras dirigidas concretamente a los protagonistas del conflicto en Oriente Próximo.
Para ello, y en ese continuo afán que ha caracterizado la carrera de este pianista y maestro argentino, la cita musical más universal empezó este año con la Obertura de Noche en Venecia seguido del vals Cuentos de Oriente, ambos de Johann Strauss.
La primera parte del concierto fue completada con obras consideradas como clásicas para la orquesta Filarmónica de Viena, como son la Annen Polca, la Schnellpost Polca, las Rosas del Sur, capricho expreso de la esposa del maestro, y la polca más veloz de esta edición, la Schnellpost, piezas con las que Barenboim demostró su afinidad profesional con la orquesta vienesa.
Quizás fue la segunda parte donde el maestro cumplió con uno de sus credos que dice que los intérpretes "no existen, sino que lo importante en Strauss es buscar la sutilidad de tal forma que todo suene como si hubiera sido inventado en el momento de tocarlo".
Esta "reinvención" sonora la logró Barenboim con el Vals espanol, una de las piezas inéditas en este certamen que la orquesta quiso añadir al programa por su relación con Espana. La orquesta de Viena, dueña desde hace décadas de un sonido tan adquirido por sus inconfundibles sonidos de oboe y fagot tan vieneses, añadieron para ello las inevitables castañuelas.
De las 18 obras que sonaron desde Viena destacaron la polca Alejandrina, que persiguió ese periplo musical por esos países ligados a la trayectoria del maestro. Esta polca y su caprichoso ritmo fue dedicado a uno de esos grandes amores secretos que Johann Strauss tuvo en San Petersburgo.
El vals Música de las Esferas, de Joseph Strauss, la obra quizás más melancólica de la mañana, fue una muestra de oro del talento que tuvo Joseph, que nada tenía que envidiar a su hermano Johann. De ello era muy consciente el primogénito de la familia, que llegó a decir un día: "Joseph es el mejor de los tres pero yo el más famoso".
La Sinfonía 45 de Joseph Haydn (cuarto movimiento) Presto Adagio Los Adioses dio el pistoletazo de salida al Año Joseph Haydn que Austria conmemora en el 2009 con motivo del 200º aniversario de su muerte. Fue la obra que ofreció esta vez el toque de humor que la formación vienesa insiste en dar todos los años. Según fue transcurriendo la sinfonía, Barenboim se fue quedando solo sin sus músicos, que se fueron levantando poco a poco abandonando el escenario. El primer violin y otro violinista más fueron los únicos que terminaron la sinfonía de los adioses.
Con Haydn como reclamo, y gracias a su trabajo durante más de tres décadas para la familia noble húngara Esterhazy, una de las más influyentes en el imperio austriaco, las coreografías del ballet tuvieron como escenario el palacio y el parque de los Esterhazy de Eisenstadt.
"Lo más grande de la música es la irrepetibilidad", insiste el maestro, cuya fama le vino como pianista desde su debut en el Mozarteum de Salzburgo en 1952. Allí tuvo su primer gran contacto con la obra de Strauss. Desde hace 20 anos trabaja con la Filarmónica de Viena, la primera gran orquesta que el pianista argentino escuchó desde que salió de su argentina natal a los nueve anos de edad para vivir en Israel y después en Europa.
Pero nobleza obliga, y una vez más se repitieron los bises: el danubio Azul, con la aparición de alumnos de la escuela de Ballet de la Opera de Viena, y la inevitable Marcha Radetzky.