19 de enero de 2013
Retrato de un rey sin reino
La casa del duque de Braganza está en la parte noble de la noble ciudad de San Pedro de Sintra, a 40 kilómetros de Lisboa, y la cita es en una mañana fría, neblinosa y húmeda. El caserón es grande, viejo, bello, decadente, con un jardín inmenso a la espalda manchado de musgo y verdín. Las habitaciones son oscuras, alfombradas, de techos altos, y se encuentran pobladas de retratos de antepasados de hace muchos años, de armeros con 15 escopetas de caza, de azulejos historiados en los zócalos y de estufas catalíticas. El duque Duarte Pío, el heredero de la dinastía casi milenaria (aunque ya sin trono) de los reyes de Portugal, llega a la hora. Tiene 67 años. Es alto, afable, atento, con cara de aparente buena persona. Habla un español esmerado. Invita a pasar al comedor y enseña el retrato de cuerpo entero de un caballero con armadura y cara de pocos amigos que preside la mesa principal. Es Nuno Álvares Pereira, el condestable que derrotó a los ejércitos españoles en Aljubarrota. Empezamos bien.
—Venció a los castellanos. Pero, ojo, trató muy dignamente al enemigo. Fue santificado hace poco, y yo hice mis intrigas en Roma para conseguirlo, porque los españoles no querían.
La comida es frugal y cada uno (incluido el duque) se sirve a sí mismo. No hay criados. Afuera, más allá de la ventana que da al jardín, comienza a caer la lluvia mansa y triste de muchas mañanas de invierno de Sintra.
Duarte Pío de Braganza nació en el exilio, pero en suelo luso, en la embajada portuguesa de Berna, en 1945. Constituye el hasta ahora último eslabón de una vieja monarquía que instauró el legendarioAlfonso Henríquez en el siglo XII. Las ramas de su árbol genealógico enlazan con todas las casas reales europeas, y en él figuran nombres mareantes como el de la condesa Francisca de Paula Kinsky de Wchinitz y Tettau, el emperador Pedro de Brasil o el conde Johann Nepomuk Dobrzensky de Dobrzenicz. En 1950, el dictador António de Salazar permitió a la familia real portuguesa, que languidecía en el extranjero desde la proclamación de la República en 1910, regresar al país, aunque se propuso —y consiguió— que ninguno de sus miembros le hiciera sombra, ni hiciera mucho ruido. “Una vez, en un acto al que acudí junto a la hija del presidente de la República de entonces, Américo Tomás, nos hicieron fotos para los periódicos, y al día siguiente vi cómo me habían sacado limpiamente de la foto”, recuerda.
Don Duarte Pío, como se le conoce en Portugal, estudió con los jesuitas, fue a la universidad en Lisboa y se diplomó como perito agrícola. Después cumplió el servicio militar en Angola, en plena guerra colonial, pilotando helicópteros de combate. Uno de los retratos que abruman la casa lo muestra, joven y sonriente, con la chupa de cuero de aviador de aquellos años peligrosos.
No descarta la posibilidad de reinar algún día y abomina del "despilfarro de algunos dirigentes políticos del reciente pasado". Viaja en turista y conduce un coche de más de 10 años
La revolución de los claveles le pilló en Saigón completamente despistado. “El presidente del Parlamento de Vietnam del Sur me llamó al hotel para despertarme e informarme. Y como yo le había hablado de que estaba de acuerdo con el general Spínola y la postura de los militares contrarios a la dictadura, me soltó: ‘¡Eh!, que han ganado los tuyos’. Me levanté y envié un telegrama a los vencedores felicitándoles”.
En 1976, tras morir su padre, Duarte Nuno, se convirtió, casi con seguridad para toda la vida, en melancólico heredero sin trono, en rey sin reino, en pretendiente perpetuo a la espera de una oportunidad que no llega nunca en un país con un muy visible presidente de la República que asume las funciones a las que se emplearía un hipotético rey. ¿Frustrante? El duque responde rápido, como si se lo hubieran preguntado muchas veces: “No lo es, creo que hay muchos portugueses que quieren un rey. Y muchos que opinan que es bueno que la Casa Real Portuguesa exista incluso en la República para poder ayudar sin otras obligaciones”. Duarte Pío asegura que los portugueses, según varios sondeos, son favorables a la monarquía en un aproximado 30%, y que el CDS, uno de los partidos que forman la actual coalición conservadora gubernamental, cuenta en sus filas con muchos dirigentes monárquicos.
Sus ocupaciones consisten, según explica, en presidir una fundación monárquica, asistir a las espaciadas citas del Consejo de la Confederación Nacional de Cooperativas Agrícolas y de Crédito, reunirse de vez en cuando en su palacete con una suerte de consejo privado del reino al que pertenecen algunos exministros, rectores de universidad e intelectuales, y en visitar la cincuentena, más o menos, de localidades portuguesas que le invitan al año. Y opinar ocasionalmente, con desigual éxito mediático, de lo que acontece en su país. Ahora también escribe un opúsculo sobre la historia de Portugal dedicado a los extranjeros y toma notas para redactar sus memorias. El Gobierno portugués (que no paga ninguno de sus gastos, según aclara) le proporcionó hace tiempo un pasaporte diplomático que, en cierta manera, le libera de esa especie de limbo jurídico e institucional en el que vivía. Todo, incluido el gabinete técnico que le asiste, sale de su propio patrimonio personal.
“Viajo en turista y tengo un coche que tiene más de 10 años”, precisa, para tratar de dejar claro que se opone al despilfarro, algo de lo que acusa a algunos dirigentes políticos del reciente pasado de un país ahora ahogado por la crisis: “Aquí ha habido Gobiernos, de varias tendencias políticas, que gastaron mucho en cosas inútiles, en autopistas o en la Expo. No se puede pedir prestado para pagar esos lujos cuando Portugal no tiene con qué pagarlos. Salazar nunca pidió prestado. Solo para pagar el puente del 25 de Abril. La mentalidad republicana es muy de mirar al corto plazo. La monarquía lo hace más a largo plazo”.
Conoce desde siempre a la familia del Rey de España. “No nos vemos lo que a mí me gustaría, pero es que no hay tiempo”, explica. Asegura que al príncipe Felipe le ve, sobre todo, en las bodas de las casas reales europeas.
Es católico, abomina de los Gobiernos portugueses que han “animado al aborto en vez de animar a las mujeres a que den el hijo en adopción” y dice admirar a los partidarios de formaciones políticas minoritarias: “Persiguen un ideal, sin interés personal, lo que no se puede decir de los que pertenecen a partidos más grandes”.
Terminada la comida, don Duarte Pío invita a conocer el jardín, el auténtico lujo de este palacete comprado en tiempos convulsos con buen ojo de mercader. “Se lo adquirí, a muy buen precio, a sus dueños, que, tras la caída de la dictadura, se apresuraron a irse a Brasil. ¡Fue mi particular conquista revolucionaria, je, je!”. El jardín es interminable, húmedo, descuidado y decadente, con una fuente cegada llena de verdín y musgo y un lago. Hay una leñera, una huerta (“biológica”, precisa), una trama masona de arriates en la que los miembros neófitos de la logia, hace cientos de años, desfilaban como fantasmas en dirección a la fuente con los ojos vendados. Don Duarte Pío pasea a grandes trancos contando más historias sobre la finca envuelto en un enorme capote alentejano, defendiéndose de la lluvia con un paraguas típico de aldea portuguesa también apto para uso de un gigante. Un perro originario de Tras-os-Montes perteneciente a una raza típicamente portuguesa y del tamaño de un burro pequeño (aquí todo es típico y enorme, por lo que parece) avanza cabalgando inquieto desde las frondas lejanas de este bosque privado con vistas a las montañas siempre verdes del parque natural de Sintra.
El duque se casó a los 50 años con Isabel Inés de Castro Curvelo de Herédia, cuando muchos cronistas le auguraban un desolado porvenir de solterón sin remedio y un futuro dinástico sin descendencia, circunstancia que abocaría a la Casa Real Portuguesa, con una peligrosa tendencia a autodevorarse, a otro suicida litigio sucesorio como los que ha mantenido el propio Duarte Pío. No ha sido así. El matrimonio tiene tres hijos. El mayor, Alfonso de Santa María de Braganza, tiene ya 16 años; en la web de la institución aparece pegado a un iPad, y, según su padre, estudiará algo cercano a la biología. El duque asegura que su hijo mayor anda ya preocupado sobre su futuro sucesorio, sobre si quiere o no convertirse en otro abstracto, difuminado y accesorio rey sin reino de un país republicano. “Es una responsabilidad: asumir la cabeza de una casa real con casi mil años de historia. Y servir al pueblo donde el pueblo diga, reinando o no”.
—¿Y querrá?
—Yo creo que sí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario