10 de enero de 2013
‘Diccionario biográfico español’, acto II
EL PAIS - TEREIXA CONSTENLA Madrid 10 ENE 2013 - 00:02 CET265
No hay en los 13 nuevos tomos impresos del Diccionario biográfico español, de la Real Academia de la Historia, entradas de grandes figuras históricas del siglo XX tan controvertidas como la de Franco y otras, publicadas cuando salieron los primeros 25 volúmenes de la obra. Las biografías de protagonistas como Pasionaria, Juan Negrín o Largo Caballero están hechas, cuando menos, con pulcritud —caso del historiador conservador Stanley G. Payne escribiendo de Dolores Ibárruri o de su colega Gabriel Cardona retratando al teniente general golpista Jaime Miláns del Bosch— y algunas con reconocimiento a historiadores que son poco del gusto de la casa, como ocurre con Ángel Viñas, citado como fuente prestigiosa por el biógrafo de Negrín. Perdura, eso sí, ese tradicional tono de amabilidad para con los militares sublevados en el 36 contra la República, de quienes se omiten sus episodios siniestros y se glosan sus hazañas.
Dolores Ibárruri. Al poco tiempo abandonó el catolicismo, pero siempre se mantuvo en una actitud de cerrada fe religiosa, en adelante consagrada al socialismo y, a partir de 1920, al comunismo (…) La combinación de elocuencia y pasión, el tono de una voz rica en matices, su estatura alta, su imagen de mujer siempre vestida de negro…, todo se combinaba para formar una imagen ampliamente difundida por el aparato propagandístico del partido y de la Internacional como la comunista española más conocida de la Guerra Civil y luego la española más famosa del siglo XX (…) En 1956, el XX Congreso del Partido Comunista soviético, en que se denunció el culto a la personalidad de Stalin y los grandes crímenes del dictador fallecido, fue un gran golpe para ella (…) Sus funerales fueron apoteósicos, dominados por un gran culto a la personalidad, tanto dentro como fuera del país, únicos en toda la historia de las izquierdas revolucionarias en España”.
Emilio Mola Vida. “El día 21 se entrevistó con Azaña, ministro de la Guerra, que ordenó su detención. Fue encarcelado en las prisiones militares de San Francisco, inhóspito caserón, antaño albergue de tropa (…) Participó en la sublevación de Sanjurjo el 10 de agosto de 1932, por lo que se le separó del servicio y pasó a la segunda reserva. Por entonces, falto de recursos, fabricó juguetes, escribió cuentos para niños y un tratado de ajedrez sin ser jugador (…) Pronto, al elogiar el aire barojiano de las Memorias, se las juzgaba tan excelentes que ‘por sí solas, le hubieran hecho célebre como escritor político y militar’ (…) El Gobierno, que tenía noticias de los proyectos del Ejército, adquirió armamento en el extranjero y concentró en Madrid y capitales de provincia el material militar y aéreo (…) unos petroleros rusos descargaron en Cádiz y Sevilla armas para las Casas del Pueblo (…) En julio todo estaba ultimado para el alzamiento. Los comunistas, temiendo que se les adelantasen los militares, fijaron su revolución para el 21”.
Juan Negrín. “El envío de las reservas de oro a la Unión Soviética tuvo como objetivo salvaguardar esos recursos de la amenaza de que cayeran en manos del ejército franquista y también financiar los gastos de la guerra (…) Las investigaciones de Ángel Viñas han mostrado que un 27,4% del tesoro movilizado por el Banco de España fue adquirido por Francia y el resto fue a la URSS. A pesar de tan controvertida acción —que ha sido sistemáticamente manipulada por los detractores de Negrín y especialmente por la propaganda franquista—, el proceso contó con el consentimiento del presidente del Gobierno, Francisco Largo Caballero, y con el asentimiento del resto de miembros del Gobierno (…) Fue el chivo expiatorio de los males de una República…”.
José Millán Astray. “El código de la nueva unidad fue el Credo legionario, basado según su propio creador en el Bushido, el código moral de los samuráis (…) Las Banderas del Tercio con esa magnífica preparación fueron la baza fundamental de Berenguer que evitaron (1921) la caída de Melilla en manos de Abd el Krim (…) De Millán Astray se cuentan múltiples anécdotas, unas favorables y otras no. En el famoso enfrentamiento que tuvo con Unamuno en la Universidad de Salamanca, la frase de ‘¡muera la inteligencia'’ es criticada por muchos historiadores, pero matizada por otros”.
Francisco Largo Caballero. “A sus malas relaciones personales se añadía la progresiva divergencia de sus proyectos políticos, que en el caso del asturiano (Indalecio Prieto) se dirigía a la salvación de la democracia republicana y en el de Largo Caballero se encaminaba abiertamente a la dictadura del proletariado (…) Ante la sublevación militar del 18 de julio exigió el reparto de armas entre las masas obreras. Él mismo, en los días siguientes, visitó el frente de la sierra madrileña vestido de miliciano y armado con un fusil”.
Juan March. “Llegada la Guerra Civil, March fue uno de los principales sostenedores materiales del Gobierno de Burgos, más allá y muy por encima de la anécdota de la compra del Dragón Rapide para transportar a Franco desde Canarias a Marruecos. El máximo conocedor del tema, José Ángel Sánchez Asiaín, no duda en calificar su ayuda financiera como uno de los elementos de la tríada de factores económicos sobre los que descansó el triunfo del bando nacional. Pese a lo cual las relaciones con el dictador gallego no discurrirían en la década de 1940 por cauces de cordialidad y entendimiento”.
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