¿Quemamos los teatros de ópera?
Por: Blogs ELPAIS.com | 23 de enero de 2012
Por Goyo Rodríguez
Menuda pregunta. Cuántos de ustedes estarán pronunciando un “Síiiiii” prolongado. La crisis empieza a abatir una nueva pieza: la ópera. Desde El Liceo de Barcelona hasta los teatros italianos, la falta de recursos plantea un poderoso interrogante: ¿Es un lujo prescindible?
La ópera, sin duda, es cara, exigente y exclusiva. Pero también es un símbolo cultural, seña de identidad de una ciudad, foro de debate y confrontación de ideas, cuestionamiento de la vida, mirada globalizada, síntesis de todas las artes y puesta en valor de las emociones. Es el espectáculo más moderno del mundo (algunas veces) y puede resultar terriblemente anacrónico (en otras ocasiones). Así, en esta compleja dualidad, se mueve este universo que, cuando ofrece calidad, recuerda a un pistoletazo directo al corazón.
¿Cómo debemos abordar hoy, con la que está cayendo, un arte fundamentado en la excelencia? Vaya por delante una declaración de intenciones: no se pueden gestionar los nuevos tiempos con los viejos axiomas. Mantener en pie este edificio con los principios de la última década del siglo XX es cuestionable económica y socialmente. Pero hoy (y siempre) la ópera será irremplazable.
Estamos hambrientos de buenas ideas, de proyectos artísticos que gestionen la inventiva. Los buenos proyectos, los edificios intelectuales sólidos, los pilares artísticos bien construidos deben disfrutar de dotación y recursos. No debemos desperdiciar una buena iniciativa por falta de financiación. Pero, ¿hay buenas propuestas? Esa es la cuestión.
La ópera, sin duda, es cara, exigente y exclusiva. Pero también es un símbolo cultural, seña de identidad de una ciudad, foro de debate y confrontación de ideas, cuestionamiento de la vida, mirada globalizada, síntesis de todas las artes y puesta en valor de las emociones. Es el espectáculo más moderno del mundo (algunas veces) y puede resultar terriblemente anacrónico (en otras ocasiones). Así, en esta compleja dualidad, se mueve este universo que, cuando ofrece calidad, recuerda a un pistoletazo directo al corazón.
¿Cómo debemos abordar hoy, con la que está cayendo, un arte fundamentado en la excelencia? Vaya por delante una declaración de intenciones: no se pueden gestionar los nuevos tiempos con los viejos axiomas. Mantener en pie este edificio con los principios de la última década del siglo XX es cuestionable económica y socialmente. Pero hoy (y siempre) la ópera será irremplazable.
Estamos hambrientos de buenas ideas, de proyectos artísticos que gestionen la inventiva. Los buenos proyectos, los edificios intelectuales sólidos, los pilares artísticos bien construidos deben disfrutar de dotación y recursos. No debemos desperdiciar una buena iniciativa por falta de financiación. Pero, ¿hay buenas propuestas? Esa es la cuestión.
No están los tiempos para derrochar el dinero en aidas espectaculares de cartón piedra sin mensaje; ni para traviatas vacías sin nada que llevarse a la boca excepto las gotas de un viejo brindis; ni para jugar a la ópera como quien juega a las casitas. El momento actual demanda agitación, subversión, movilización... Y no hay nada como la ópera para alzar la voz frente a tanta anestesia física y moral.
Necesitamos refundar la ópera. Cambiar leyes y principios.
1) Necesitamos espectáculos de ideas. Platón lo tenía muy claro: hay una diferencia entre el mundo de las ideas y el mundo de los sentidos. Apostemos por una ópera creativa, síntesis de belleza y conocimiento.
Necesitamos refundar la ópera. Cambiar leyes y principios.
1) Necesitamos espectáculos de ideas. Platón lo tenía muy claro: hay una diferencia entre el mundo de las ideas y el mundo de los sentidos. Apostemos por una ópera creativa, síntesis de belleza y conocimiento.
2) Necesitamos élites culturales y no élites sociales. Ha llegado la hora de desterrar la imagen (bien merecida) de los teatros como las últimas reservas de la burguesía y el dinero. Es el momento de integrar a la gente con inquietud, sensibilidad y apetito cultural. Debemos facilitar la renovación de los públicos.
3) Necesitamos elevar el umbral de exigencia. Muchas veces los proyectos empiezan a entrar en barrena por la calidad del espectador. Un aficionado exigente, preparado y comprometido con la grandeza de este arte debe entrar en cólera con tanto dinero mal empleado, propuestas vacías y orquestas (pilar sobre el que se levanta todo el edificio) mediocres.
4) Necesitamos construir proyectos solidarios. Crear un circuito internacional donde los grandes espectáculos roten por todo el mundo para compartir la calidad de las propuestas y los inmensos gastos de ponerlas en pie.
5) Necesitamos una educación musical desde la escuela. Creemos la NECESIDAD de la música desde la niñez. Desterremos la idea de la música como una CASUALIDAD familiar o económica. (Hoy Educación y Cultura conviven juntas en una cartera ministerial en España. Que se note. Monten un plan coordinado de educación musical, construyan futuro, inviertan en talento emocional, remuevan sensibilidades).
6) Necesitamos gestores-fabricantes de recursos. El dinero del Estado no da para más. Hay que inventar vía patrocinios, mecenazgo, fundaciones.... (El Teatro Real de Madrid es un buen ejemplo de cómo gestionar el patrocinio).
7) Necesitamos que el sector deje de vivir en un lamento permanente. “Ya no es como antes”, dicen un día sí y otro también. ¡Señores!, nada es como antes. Cambien. Dejen de reclamar espacio en los medios de comunicación solo por el afán de ver su nombre en papel e inviertan esa energía en plantear propuestas imprescindibles (esto último vale para el mundo de la Cultura en general). No utilicen a los medios como cómplices de sus viajes. Los periódicos, revistas y otros espacios solo deben ser cómplices del arte. Sin más. Los medios no son ongs, ni buzones de reclamaciones, ni cartas de peticiones al lector. No somos escaparates del todo vale. El relato cultural cada vez es más plural, compartido y democrático. Quizá, la brújula y los códigos de antaño ya no sirven para los viajes del presente.
8) Necesitamos democratizar este arte. Se acabaron las jerarquías. La ópera no puede mirar hacia abajo. La ópera debe convivir en horizontal, codo con codo, con otras artes.
9) Necesitamos librarnos de los fardos de siempre. De los listillos de turno que se creen los dueños del cotarro, que atemorizan desde panfletos y blogs bajo el anonimato o el seudónimo. Aquí y en todas las partes del mundo. Dejen vivir a los artistas y a los gestores culturales.
10) Necesitamos revolucionarios. Maria Callas sacudió en su época los cimientos del género e implantó una forma de interpretar creíble y verdadera. Nadie como Karajan entendió las posibilidades económicas y el marketing. Con la batuta de Carlos Kleiber viajamos ensimismados por mundos infinitos, diferentes, exuberantes, repletos de creatividad. Mortier amplió (y ahí sigue) el horizonte intelectual del espectáculo. ¿Quién da más? Busquemos nuevos héroes. Gente con capacidad de desafío. Bienvenidos sean losdudameles repartidos por el mundo.
11) Necesitamos la complicidad de todos los estamentos para revisar unos convenios colectivos de otra época.
12) Necesitamos una ópera de las EMOCIONES. Necesitamos SENTIR. Emoción y sentimiento son VIDA.
No hay que quemar los teatros de opera. Todo lo contrario. Hay que echar leña al fuego de la imaginación para ser imprescindibles. Sí, que ardan los teatros, pero de emoción.
P. D. Los máximos responsables de todo este tinglado son los políticos. Ellos nombran desde los directores de las instituciones y de las orquestas hasta los directores generales de las diferentes unidades del Ministerio. Los políticos, por lo tanto, son corresponsables de su gestión.
No hay que quemar los teatros de opera. Todo lo contrario. Hay que echar leña al fuego de la imaginación para ser imprescindibles. Sí, que ardan los teatros, pero de emoción.
P. D. Los máximos responsables de todo este tinglado son los políticos. Ellos nombran desde los directores de las instituciones y de las orquestas hasta los directores generales de las diferentes unidades del Ministerio. Los políticos, por lo tanto, son corresponsables de su gestión.
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