19 de abril de 2010
Extrema izquierda
ABC
Extrema izquierda
IGNACIO CAMACHO
Lunes , 19-04-10
SI es cierto que existe en España una derecha exaltada, bronquista y autoritaria, que sabotea con su alboroto ultraconservador el proyecto de una mayoría moderada de centro, no resulta menos inquietante el surgimiento de una izquierda extremista y radical que ha cobrado vuelo bajo el impulso complaciente del zapaterismo, cómodo ante cualquier sacudida de agitación que aliente la división frentista y trate de sustituir los consensos de la Transición por una oleada de rupturismo y de discordia civil. Cada vez que ha visto amenazada su hegemonía o embarrancada su gestión al frente del Gobierno, el PSOE de Zapatero ha dado alas a la radicalización política y social con el objetivo de aislar al centro-derecha y alejarlo de cualquier expectativa de regreso al poder. Casi siempre le ha salido bien; desde las algaradas del 13-M de 2004 hasta la reciente resurrección de los fantasmas del franquismo, pasando por el Pacto del Tinell o los «cordones sanitarios», la estrategia de la confrontación funciona como catalizadora de demonios históricos que provocan la movilización de izquierdas y nacionalismos en una especie de frente común del que el presidente acaba sacando rentables réditos electorales.
El precio de esta crecida maniobrera del fanatismo ideológico consiste en el arrinconamiento de la moderación a ambos lados del espectro político y el alejamiento de la vida pública del equilibrio en que ha venido funcionando en los últimos treinta años. Tanto González como Aznar diseñaron sus proyectos de mayoría sobre el eje de la búsqueda del centro sociológico, del que Zapatero huye para dar paso a una España bipolar con graves costes de convivencia. La liquidación del espíritu fundacional de nuestra democracia no significa sólo el surgimiento de un nuevo relato dominante que remplaza el esfuerzo reconciliador de la Transición -contemplada ahora como un pacto vergonzante forzado bajo amenaza de golpe de Estado- por la exaltación de la ruptura pendiente; implica la construcción de un imaginario fundamentalista basado en el bucle melancólico de la legitimidad republicana. Es decir, se trata de abolir el principal logro de la etapa constitucional para volver a un punto crítico caracterizado por el fracaso de la concordia.
El retorno de la radicalidad ha relegado a la izquierda moderada en beneficio de un ruidoso extremismo de fetiches que se apodera de la escena con su efecto de arrastre, buscando -y en parte consiguiendo- un efecto similar en el espejo de la derecha. En este marco de crispación, el prestigio de la serenidad se hace más necesario que nunca para contrarrestar la ofuscación de un desorden intencionado. Por mucha confusión que produzca este griterío inducido, las únicas dos Españas actuales son la de una inmensa mayoría estable y sosegada y la de unas vociferantes y minúsculas facciones de agitadores oportunistas y revisionistas exaltados.
Extrema izquierda
IGNACIO CAMACHO
Lunes , 19-04-10
SI es cierto que existe en España una derecha exaltada, bronquista y autoritaria, que sabotea con su alboroto ultraconservador el proyecto de una mayoría moderada de centro, no resulta menos inquietante el surgimiento de una izquierda extremista y radical que ha cobrado vuelo bajo el impulso complaciente del zapaterismo, cómodo ante cualquier sacudida de agitación que aliente la división frentista y trate de sustituir los consensos de la Transición por una oleada de rupturismo y de discordia civil. Cada vez que ha visto amenazada su hegemonía o embarrancada su gestión al frente del Gobierno, el PSOE de Zapatero ha dado alas a la radicalización política y social con el objetivo de aislar al centro-derecha y alejarlo de cualquier expectativa de regreso al poder. Casi siempre le ha salido bien; desde las algaradas del 13-M de 2004 hasta la reciente resurrección de los fantasmas del franquismo, pasando por el Pacto del Tinell o los «cordones sanitarios», la estrategia de la confrontación funciona como catalizadora de demonios históricos que provocan la movilización de izquierdas y nacionalismos en una especie de frente común del que el presidente acaba sacando rentables réditos electorales.
El precio de esta crecida maniobrera del fanatismo ideológico consiste en el arrinconamiento de la moderación a ambos lados del espectro político y el alejamiento de la vida pública del equilibrio en que ha venido funcionando en los últimos treinta años. Tanto González como Aznar diseñaron sus proyectos de mayoría sobre el eje de la búsqueda del centro sociológico, del que Zapatero huye para dar paso a una España bipolar con graves costes de convivencia. La liquidación del espíritu fundacional de nuestra democracia no significa sólo el surgimiento de un nuevo relato dominante que remplaza el esfuerzo reconciliador de la Transición -contemplada ahora como un pacto vergonzante forzado bajo amenaza de golpe de Estado- por la exaltación de la ruptura pendiente; implica la construcción de un imaginario fundamentalista basado en el bucle melancólico de la legitimidad republicana. Es decir, se trata de abolir el principal logro de la etapa constitucional para volver a un punto crítico caracterizado por el fracaso de la concordia.
El retorno de la radicalidad ha relegado a la izquierda moderada en beneficio de un ruidoso extremismo de fetiches que se apodera de la escena con su efecto de arrastre, buscando -y en parte consiguiendo- un efecto similar en el espejo de la derecha. En este marco de crispación, el prestigio de la serenidad se hace más necesario que nunca para contrarrestar la ofuscación de un desorden intencionado. Por mucha confusión que produzca este griterío inducido, las únicas dos Españas actuales son la de una inmensa mayoría estable y sosegada y la de unas vociferantes y minúsculas facciones de agitadores oportunistas y revisionistas exaltados.