6 de marzo de 2010

Garzón, de la megalomanía a la paranoia

EL MUNDO

EDITORIAL

Garzón, de la megalomanía a la paranoia

• 06.03.2010

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RESULTA muy frecuente en la psiquiatría que la megalomanía, caracterizada por los delirios de grandeza, evolucione a una paranoia por la que el sujeto se fabrica una realidad conspirativa que sólo existe en su mente. Es el caso de Baltasar Garzón, que ayer elevó un disparatado escrito al Consejo del Poder Judicial en el que se declara víctima de una «cruel campaña de acoso y desprestigio», encaminada a su expulsión de la carrera judicial.
Dice Garzón que está siendo objeto de «una persecución sin precedentes» por parte de EL MUNDO, que actúa por «resentimiento». El superjuez sostiene que este periódico no deja pasar ninguna oportunidad para buscar su «denigración» desde que un juzgado de Pozuelo de Alarcón condenó en 2007 a su director. Preso de su manía persecutoria, Garzón se refiere a un pleito irrelevante en el que él mismo englobó artículos de diferentes autores de este periódico para presentar una demanda civil contra el director de EL MUNDO. El tribunal se limitó a obligar al periódico a publicar la sentencia. Como es tan chapucero, Garzón subraya en su escrito que ese fallo fue ratificado por la Audiencia de Madrid en la misma fecha en la que se pronunciaba el juzgado de Pozuelo, lo cual es imposible metafísicamente.
Tras descalificar a este periódico, Garzón dedica sus iras al PP, que, según sus palabras, pretende «depurarle» por su papel en la investigación del caso Gürtel. Arremete contra Esperanza Aguirre y Federico Trillo y subraya que el partido de Rajoy no ha cejado con sus «insistentes denuncias» en intentar acabar «a las bravas» con su carrera profesional.
En su escrito, Garzón recusa por enemistad manifiesta a tres miembros del Consejo General del Poder Judicial: su vicepresidente Fernando de Rosa, Gema Gallego y Margarita Robles. A De Rosa le descalifica por ser amigo de Camps. Insulta a la juez Gallego y pone en cuestión su honestidad profesional. De Margarita Robles dice que ha manifestado «una enemistad profunda» desde que él instruyó el caso GAL cuando la vocal era secretaria de Estado de Interior y que, por tanto, no puede ser imparcial al pronunciarse sobre su suspensión.
Habría que recordar a Garzón que fue precisamente Margarita Robles desde su puesto en el Ministerio del Interior quien luchó de forma muy valiente para que la Justicia no dejara impunes los crímenes de los GAL. Entonces estaba de su lado -por razones mucho más puras que las suyas- y no del de Rafael Vera, como parece aviesamente sugerir el juez de la Audiencia Nacional.
Tampoco se libra el Tribunal Supremo de la diatriba de Garzón, que considera que la Sala Segunda ha cambiado de criterio al admitir a trámite las tres querellas contra él, subrayando que siempre ha tenido el apoyo de la Fiscalía. Garzón afirma que las querellas carecen de fundamento, lo que es una manera de poner contra la espada y la pared al Supremo, al que acusa de «priorizar el interés de los querellantes».
La tesis que se desprende de los 26 folios de su escrito es que el PP y varios grupúsculos de extrema derecha, jueces del Supremo, vocales de distinto signo político del CGPJ y este periódico han formado una alianza contra natura para acabar con él, que es al parecer el único paladín de la Justicia en este país.
Pero su problema no es lo que digamos en este periódico ni lo que buena parte de la opinión pública y sus compañeros piensan de él. Su problema son los hechos, como escribía Tomás Vives, ex vicepresidente del Constitucional, que en un demoledor artículo explicaba las razones jurídicas por las que probablemente va a acabar en el banquillo.
Garzón sabe que está al borde del precipicio por sus muchos errores y ha decidido iniciar una huida hacia adelante que sólo está sirviendo para poner en evidencia su desequilibrio personal y su inconsistencia intelectual. El juez ve ahora las mismas conspiraciones de las que le acusaban a él de formar parte cuando instruía el caso GAL.