Los obispos españoles están reunidos esta semana en asamblea plenaria en busca de la mejor manera de evangelizar España, convertida ahora en tierra de misión. Es ahora su principal preocupación y el reto al que se enfrenta la
Conferencia Episcopal Española, que cumplirá sus 50 años de existencia cuando los prelados culminen el llamado
Plan Pastoral para los años 2011 a 2015. Lo desgranó esta mañana el cardenal Antonio María Rouco, su presidente, en un discurso en el que apenas dedicó un folio a hablar de los problemas concretos de la sociedad española. Lo dijo expresamente, después de reconocer que la crisis es el factor más preocupante. Añadió: “No es nuestra misión entrar en el análisis ni en las soluciones propiamente económicas y políticas. El plan pastoral no lo hará. Pero sí es nuestro deber de pastores de la Iglesia ayudar al análisis cultural y moral necesario para llegar al fondo de las causas de la situación dificilísima que vivimos. Si no se sigue el camino que hace posible la caridad no será posible una buena solución de la crisis. Sin la caridad, es decir, sin la generosidad sincera, movida en último término por el amor de Dios y del prójimo, será imposible introducir los cambios necesarios en el estilo de vida y en las costumbres sociales y políticas que han conducido a la crisis y que seguirán amenazantes aun cuando hayan sido solucionados los problemas más graves, Dios quiera que pronto”.
Salvo una alusión a la codicia y los brotes de insolidaridad como origen y consecuencias de la crisis, el cardenal Rouco no fue más allá en los análisis, pese a recientes y reiteradas reclamaciones de amplios sectores del catolicismo, como el
Foro de Curas, la
Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), la
Juventud Obrera Católica (JOC) y la
Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, entre otros. Todos exigen de su jerarquía una mayor implicación en la denuncia de las causas y en la búsqueda de soluciones, además de la renuncia a costosos privilegios económicos, entre otros la exención del pago de impuestos como el IBI.
Las recetas del episcopado, en cambio, se limitan a lo espiritual, en síntesis “un deber de ayudar al análisis cultural y moral necesario para llegar al fondo de las causas de la situación dificilísima que vivimos”. El cardenal Rouco fue tajante al respecto. “La cuestión principal a la que la Iglesia ha de hacer frente hoy en España no se encuentra tanto en la sociedad o en la cultura ambiente como en su propio interior; es un problema de casa y no solo de fuera. El plan pastoral que estamos estudiando prosigue con el programa de la nueva evangelización sin perder de vista la situación por la que atraviesa nuestra sociedad, pero, ante todo, poniendo el acento en algunas oportunidades que se nos presentan en estos años como providenciales en orden a la renovación del alma de la Iglesia y, por tanto, de su vigor misionero”.
Entre otras oportunidades providenciales, Rouco citó “los frecuentes viajes del Papa que, en poco tiempo, ha estado en España tres veces; la próxima celebración del quinto centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús; la reciente publicación de la versión oficial de la Sagrada Escritura y la renovación de los libros litúrgicos según la nueva traducción bíblica, así como del Misal Romano, según su tercera edición típica; y la cercana proclamación de san Juan de Ávila como doctor de la Iglesia”.
El meollo del discurso del cardenal arzobispo de Madrid y líder del catolicismo romano en España fue el Concilio Vaticano II, al cumplirse ahora en el quincuagésimo aniversario de su inicio en Roma, en octubre de 1962. Se sabe que los actuales obispos no están satisfechos con las consecuencias de aquel concilio, pero esta mañana el cardenal Rouco lo ha dicho de manera muy directa, escudándose en palabras del actual papa, Benedicto XVI, que fue, sin embargo, uno de los más jóvenes, brillantes y progresistas peritos y asesores de los padres conciliares. “Los problemas han nacido del hecho de que ha habido dos hermenéuticas contrarias que se han enfrentado y han batallado entre ellas. Una ha causado confusión; la otra ha dado y da buenos frutos, silenciosamente, pero cada vez más. De una parte está la interpretación que yo denominaría hermenéutica de la discontinuidad o de la ruptura;es la que con frecuencia ha gozado de la simpatía de los mass-media, y también de una parte de la teología moderna. De la otra parte está lahermenéutica de la reforma, de la renovación en la continuidad del único sujeto que crece y se desarrolla en el tiempo, pero permaneciendo siempre el mismo, el único sujeto que es el Pueblo de Dios en camino”.
Tanto el Papa como Rouco, siempre en comunión, creen que esa “hermenéutica de la discontinuidad” ha estado a punto de crear un cisma, lo que llaman “una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar”. En pocos sitios como en España se ha producido esa ruptura, como demuestra el hecho de que los obispos consideren ahora a España, antaño en la vanguardia misionera, una tierra de misión, necesitada de profunda evangelización. “Ojalá que acertemos a dar un decidido paso adelante en este sentido durante ese Año de la Fe y en todos nuestros planes apostólicos. No debemos olvidar que el núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de la fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real, gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces”.
Rouco subraya, en fin, la necesidad de hacer pública confesión de las creencias. “La falsa recepción del Concilio tiene que ver con la crisis de la fe. La vana pretensión de constituir una nueva Iglesia, distinta de la preconciliar, denota una grave crisis de fe en la Iglesia. La confusión doctrinal, la desmemoria y, en definitiva, el 'analfabetismo religioso' [la expresión es del actual Papa] tan extendido en el seno del Pueblo de Dios y, en particular, en las generaciones más jóvenes, es un serio obstáculo para la fe. Es verdad que el mero conocimiento doctrinal no es suficiente para la vida de la fe. Pero no es menos cierto que la adhesión de fe es imposible si carece de un objeto verdadero. Junto a la confesión de la fe, es necesario la profesión pública de la misma. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado... La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree... de anunciar a todos sin temor la propia fe".
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