16 de junio de 2009

Tren-Hotel a Francia

EL MUNDO

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Tren-Hotel a Francia

Si para ir a París el tren es una opción, para conocer Poitiers y su entorno casi no queda más remedio. Se puede ir en coche y se puede utilizar el avión hasta Nantes. Pero en realidad lo más práctico es subirse en un tren Elipsos, que es como se llaman los trenes-hoteles entre España y Francia desde 2001.
Javier Mazorra

Actualizado lunes 15/06/2009 09:55 horas

Para cumplir mi sueño de conocer el país de Pierre Loti, lo tuve muy claro desde un primer momento. Cogí cita con Francisco de Goya, que es el nombre que tiene el tren que hace el trayecto entre Madrid (desde Valladolid, Burgos y Vitoria también) y París, con paradas intermedias en Poitiers, Blois y Orleáns).
A las siete de la tarde, el tren deja la estación de Chamartín. Después de ponerme cómodo en la cabina de este TALGO de sexta generación y mirar por la ventanilla lo verde que está el Monte del Pardo, me fui al bar a tomar el aperitivo. Si se viaja en Gran Clase está incluido en el precio pero sino tampoco arruina a nadie tener este pequeño lujo, con el telón de fondo de la imagen de El Escorial.
Para los que como en mi caso la hora de levantarse rondaba las cinco de la mañana, cenar a las ocho es la hora perfecta y como premio se tiene la suerte de ver Avila y sus murallas con luz de atardecer. La carta del restaurante no está mal. Creo que incluso ha mejorado en los últimos años y el servicio es impecable. Después sólo queda cogerle el ritmo al bamboleo del tren, creerse que alguien está meciéndolo y dejar que llegue el sueño, o si no, recurrir directamente al Soñodor o cualquier otro relajante para estar seguro de no enterarse de nada hasta que el telefonillo interno suene hacia las cinco y cuarto.
La cabina puede ser de tres tipos. La de Gran Clase es especialmente cómoda, cuenta con cuarto de baño completo, una ducha que funciona muy bien y todo tipo de detalles como un neceser morado (el color de la casa) al estilo de los que dan en clase business en los aviones, chocolate en la almohada y alguna sorpresa más . Como valor añadido incluye en el precio la cena, el aperitivo y el desayuno que se sirve incluso a las cinco y media de la mañana. La cabina Preferente es muy parecida pero no tiene ducha y el precio no incluye la cena. Tanto una como otra tienen capacidad para una o dos personas y los servicios son prácticamente idénticos.
La tercera posibilidad es la Turista con cuatro literas, aunque existe la opción de que dos personas que viajen juntas, puedan tenerla para ellos solos a un precio razonable.
Porque... ¿cuánto cuesta? Desde 70 euros (108 euros en preferente) ida y vuelta con tarifa mini a 712 (en este tren en particular), pero sin ningún tipo de rebaja. Esa misma tarifa máxima para una persona sola que desea viajar en Gran Clase se puede reducir a 356 euros. Algo alcanzable con cierta facilidad, a pesar de que el nivel de ocupación supera el 80%. Lo corriente es pagar unos 130 euros ida y vuelta. Teniendo en cuenta que el viajero se ahorra dos noches de hotel, resulta perfectamente asequible.
¿Y qué se hace en Poitiers a las seis de la mañana y ya desayunado? En mi caso, tenía dos opciones. Por un lado coger un tren hasta Rochefort, que es donde se encuentra el Museo Pierre Loti y desde donde parten sus rutas por la zona. Por otro, alquilar un coche para tener más libertad de movimiento. En ese caso, hay que prepararlo con antelación pero no hay ningún problema ya que en el Hotel Moderne, justo en frente de la estación, se ocupan de dar los papeles del coche y la llave a esas horas tan intempestivas.
Una hora más tarde, me paseaba por un Parthenay fantasmagórico, con sus murallas intactas. Una ciudad medieval espectacular de la que nunca había oído hablar antes y que, según comprobé por su excelente señalización, ha sido desde hace mucho siglos un punto clave en el Camino de Santiago que viene desde París. El Puente y la puerta de St-Jacques no pueden ser más impresionantes. Parece una estampa salida de un cuento de caballerías.
Más tarde Niort se mereció otra parada. Tiene castillo, picota, iglesia gótica y arquitectura contemporánea de diseño, pero sobre todo un dragón de cuatro cabezas, 728 vértebras y cuatro colas en la rue Ricard que nos recuerda que, hace ya mucho tiempo, un condenado a muerte por deserción llamado Jacques Alloneau sacrificó su vida para matar a un dragón salido de las marismas o marais que aterrorizaba a los campesinos.
A las diez ya estaba en Rochefort.
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Sobre el blog
Ventanilla o pasillo: El éxito de un viaje no sólo depende de las bondades del destino a donde uno se dirige...
Sobre el autor
Javier Mazorra es historiador del arte y cuentaviajes, dos vocaciones que comparte tanto en diarios, como en radio, revistas o en la web www.javier-mazorra.com.