9 de mayo de 2018

PERISCOPIO NACHO ALDAY - POMPA




domingo, 6 de mayo de 2018


NACHO ALDAY - POMPA

La pintura representa a la familia de la emperatriz María Teresa, de la Casa de Austria, casada con Francisco I de la Casa de Lorena, en trajes de la vida de Corte.

El del emperador es todo de oro. Está sentado en un sillón de un terciopelo purpúreo con la corona imperial. Se nota la posición de sus brazos, del cuerpo, de las piernas, de los pies, en una posición elegante, ligera, pero de un hombre acostumbrado a dominar, y a hacerlo sin esfuerzo.

La emperatriz ocupa una posición más sobresaliente en el cuadro, porque ella era propiamente la heredera de la casa de Austria. Él era el emperador consorte. Es digno de nota la gran pompa y la actitud noble de María Teresa, con la cabeza levantada y seria, de una soberana acostumbrada a dirigir multitudes.

El niño, vestido como capitán, lleva una espada. Todos los nobles usaban espada en aquella época, y él asume la actitud de un hombrecito. No es el heredero de la corona. El archiduque heredero, José II, está en medio de la estrella ubicada en el suelo.

Las princesas, graciosas, se presentan con grandes trajes de terciopelo, de brocados y bordados, en una terraza del palacio.

En el siglo XVIII no concebía manifestación de grandeza sin un suplemento de gracia. Era necesario que hubiera un complemento de ligereza, para que la grandeza se manifestase verdaderamente. Y lo que hay de muy noble, de muy elevado en las personas, se compensa con la diversión de los perritos. Se insinúa que esas personas tan poderosas, tan importantes y tan nobles, son capaces de comprender los aspectos graciosos de la vida.

Es un poco de douceur de vivre, la dulzura de la vida vienesa. Podemos imaginar a la familia imperial pasando por las calles, en esplendorosos carruajes, pero en consonancia con ese estilo gracioso de vida. Y al pueblo le gustaba la familia imperial porque era un pueblo que aún practicaba la virtud cristiana de la admiración. Sabía admirar humildemente, desinteresadamente, una cosa que no era para él, sino que reflejaba la gloria de Dios y engrandecía el género humano. Era un patrimonio común de la población.

En sus memorias, Luis XIV comenta que la nobleza tenía que aguantar la carga del lujo para el bien del pueblo. Esto es lo que el hombre revolucionario de hoy no admite y no siente.

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