1 de mayo de 2018
Las 6.000 fortificaciones sin estrenar de Franco
Las 6.000 fortificaciones sin estrenar de Franco
El régimen levantó
en la posguerra en la frontera con Francia miles de búnkeres y puestos de tiro
por miedo a un ataque exterior
El
sargento Quirós, en una de las fortificaciones defensivas. PABLO
LASAOSA
https://politica.elpais.com/politica/2018/04/26/diario_de_espana/1524751211_669736.html
Desde lo alto del puerto de Otxondo,
al norte de Navarra, se ve Francia ahí abajo, a menos de 10 kilómetros, y un
mensaje en el móvil avisa de que en ese punto la cobertura telefónica ya es la
del país vecino. En esos Pirineos de postal -entre ovejas latxas de las que
sale el queso Idiazabal y ponis pottokas, muy cerca de un lugar mitológico para
el mundo abertzale como el castillo de Amaiur- se esconde
parte de un capítulo muy poco conocido de la historia militar reciente de
España. Es la Línea P, un conjunto de unas 6.000 fortificaciones defensivas que
Franco mandó construir desde Gipuzkoa a Cataluña en los años cuarenta y
cincuenta por miedo a una invasión extranjera o de la resistencia
antifranquista, y que nunca llegó a utilizar.
Excavadas a mano en una roca, al pie de una carretera comarcal o
camufladas sobre una loma, estas construcciones de hormigón impresionan a
quienes se atreven a entrar en ellas. La mayoría no tiene un tamaño excesivo,
suficiente para que dentro se apostaran entre cinco y 30 militares, según el
tipo, dispuestos a repeler con artillería o fusiles un hipotético ataque.
Otras impactan todavía más por sus dimensiones y diseño. En la cuneta
derecha del final del puerto de Otxondo, casi imperceptible para el conductor,
se oculta en el interior de la montaña una de dos plantas, como un dúplex,
unidas por nada menos que 42 escalones, con un amplio espacio para colocar literas
y que los soldados pudieran hacer guardias el tiempo necesario. "Es la
única de este estilo que hay en Navarra", apunta el sargento Quirós, que
hace de guía en medio de túneles estrechos, oscuros y embarrados. Su
regimiento, América 66, ha catalogado en los últimos tres años más de 200 en la
comunidad foral.
El grueso de las
obras empezó en 1943 y duraron tres lustros, hasta que el dictador perdió el
miedo a una invasión de las democracias aliadas
Un poco más arriba, al lado del trazado del Camino de Santiago, se abre
también dentro de la montaña un búnker con tres entradas y dos pasillos de 50
metros de largo por los que hay que andar encorvado. "En verano esto está
imposible de mosquitos", advierte el militar a los más intrépidos. Y casi
enfrente, subiendo por una pista de difícil acceso, la gran joya de la zona,
Alkurruntz, 150 metros de longitud y varios pasadizos laterales excavados a
mano en la roca.
"Esta fue una respuesta del régimen a su aislamiento internacional
y al miedo a una posible invasión de las democracias aliadas", explica el
historiador Diego Gaspar. "De hecho, ya se habían producido incursiones de
elementos antifranquistas, sobre todo en el valle de Arán". La
planificación comenzó en 1939 bajo el nombre oficial de "Organización Defensiva
de la Frontera Pirenaica" (la referencia coloquial de "Línea P"
vino después), el grueso de las obras empezó en 1943 y duraron tres lustros,
hasta que España salió de su aislamiento y el dictador perdió el miedo a un
ataque exterior. Francia había creado una década antes su equivalente, la línea
Maginot, para protegerse de Italia y Alemania.
Franco proyectó unas 10.000 fortificaciones en los 500 kilómetros del
límite con Francia, sin embargo, la cifra final se quedó en alrededor de 6.000
(el número exacto se desconoce porque muchas siguen ocultas por la vegetación).
Nunca se usaron para lo que se construyeron, ya que no se produjo la temida
invasión, pero el plan continuó activo en el Ejército bien entrada la
democracia. "Hasta finales de los ochenta era un tema tabú a nivel
militar", reconoce un portavoz de América 66.
De la ejecución se encargaron miles de militares. También hubo algunos
prisioneros, pero, al tratarse de obras secretas, fueron relegados a labores
auxiliares, como carreteras de acceso. Las condiciones de trabajo resultaron
especialmente duras en invierno. "Nos trajeron camiones Fiat de la guerra
de Etiopía que se helaban y, para arrancarlos, a veces teníamos que prender una
hoguera debajo de ellos", relataba uno de los soldados que trabajó en 1945
en el Pirineo oscense, Manuel Esteban Marco, en el libro Cuando Franco fortificó los Pirineos, de José Manuel
Clúa, experto de la Línea P y creador de tres rutas turísticas en Aragón.
"Hasta finales
de los ochenta era un tema tabú a nivel militar", reconoce un portavoz del
Ejército, que ha catalogado más de 200 en Navarra los tres últimos años
La base de operaciones en esta comunidad se instaló en la estación de
tren de Canfranc. Allí llegaba el material y dormían los obreros en hangares.
Desde ese lugar se desplazaban en vehículos hasta los "nidos" (así
llamaban a las fortificaciones), en mulos cuando la carretera se acababa y
andando si era necesario. "Algunos emplazamientos eran complicados de
alcanzar. Solo daba tiempo a hacer un viaje al día, lo que da una idea de la
distancia que había que recorrer, y en muchas ocasiones con una gran
pendiente", señala.
"El toque de diana lo daban a las siete u ocho de la mañana",
continuaba Esteban Marco, que cobraba 1,50 pesetas al día más 50 céntimos para
aseo. "Desayunábamos un café a la intemperie y, si queríamos un bocadillo,
nos costaba 1 peseta. Parábamos una hora para comer y regresábamos a la base
sobre las seis de la tarde. Tengo que admitir que la comida era buena. En
invierno, dormíamos cuatro o más compañeros juntos para pasar el menor frío
posible. La vida era tan dura que muchos desertaron a Francia y otros se
rompían el calzado para no ir a trabajar".
La vida era tan
dura que muchos desertaron a Francia", explicaba uno de los que realizaron
la obra. La mayoría de los trabajadores fueron militares; hubo pocos
prisionero
se desconoce el dinero que pudo costar la Línea P, o al menos no se ha
hecho público, pero sí existen algunos datos que ayudan a tener una idea del
desembolso. "Una memoria de 1956 contemplaba en una zona de Aragón 11
obras por 689.000 pesetas, y solo una de ellas valía 165.000 más 20.000 pesetas
en imprevistos y redondeo", detalla José Manuel Clúa, que hace años tuvo
acceso a multitud de fichas oficiales en la Capitanía de Barcelona. "El
precio variaba según la ubicación, el terreno o la altitud. Las había desde
5.000 pesetas". La gran mayoría ha resistido este más de medio siglo sin
apenas daños. "Si tuviéramos que usarlas por necesidad de la defensa
nacional, tardaríamos una hora en limpiarlas y ocuparlas", asegura el
sargento Quirós.
Sin embargo, todo el dinero invertido, los miles de hombres empleados y
el esfuerzo por mantener en secreto el plan no se tradujeron en nada efectivo.
Al menos, para lo que se construyó. Con el paso del tiempo, los lugareños han
reciclado algunas en sitios tan peculiares como picaderos o almacén de urnas
funerarias.
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