Un grito de terror y sorpresa recorrió toda la plaza cuando Iván Fandiño soltó la muleta y se perfiló espada en ristre frente a las puntas del toro. Como el suicida al que le falla el gatillo, Fandiño dejó pasar a cuerpo limpio una arrancada imprevista. Y volvió a perfilarse sin arrepentirse de la decisión tomada, a armar el acero, a echar el percutor hacia atrás. Marcó los tres movimientos que hace siempre como un ritual, sólo que con el brazo izquierdo desnudo de muleta, la mano yerta sin nada a lo que asirse, ni siquiera al miedo. El silencio sepulcral enterró Las Ventas. El kamikaze de Orduña enfiló la amplia cuna del quinto toro de Parladé. La desesperada determinación de dinamitar la Puerta Grande, entreabierta con la oreja del anterior, ya no tenía vuelta atrás. Entre los astifinos pitones apoyó el codo y echó todo el cuerpo sobre el morrillo con el estoque por delante: a la vez que se hundía el acero, la testuz del juampedro izó al torero a las alturas y lo catapultó como en un salto mortal sin red, un salto olímpico con toro por plinton. El golpazo último contra la dura arena venteña no se oyó porque el alarido de las 18.000 almas que contemplaban la escena de Tauromaquia atávica, goyesca y brutal, celebraba la victoria. Si clava la caída cual atleta, todos los jueces levantan las cartulinas del 10 a la vez: 10, 10, 10... No se trataba de eso, sino de una heroicidad, una moneda al aire, un barrena en picado de kamikaze sin trago de sake ni chupito de meta: ¡banzai! Una decisión que por su consciencia aparta del cáliz la palabra locura, inmolación y derivados.
Salieron las cuadrillas al quite. El momento dramático daba paso al de la felicidad. Faltaba que el toro se echase para la eclosión definitiva, y parecía que por la trayectoria algo atravesada de la espada no lo hacía. Iván Fandiño pidió el descabello; el presidente, entre tanto, enviaba un aviso de angustia. Dos golpes de cruceta y el toro se entregó en los brazos de la muerte como antes Fandiño lo había hecho entre sus dagas. La pañolada no daba lugar a la duda. En el palco asomó el pañuelo que daba la orden de descerrajar la Puerta Grande, que concedía la oreja que no dejaba ni un resquicio a la duda como sí la anterior. El manto de la heroicidad lo cubrió todo.
El viento que azotó toda la tarde condicionó terrenos, pero no impidió admirar la extraordinaria corrida de Parladé, encastada y brava, entipada y armada. ¡Si es de otro hierro hay corrimiento de tierras! Fandiño aprovecho su lote con determinación sobre todas las cosas.Buen pitón derecho el del cinqueño segundo, al que Iván dejó enterito -se repuchó tímidamente en el peto- y permitió galopar con toda su badana y su expresión en generosa distancia en los medios. Marcó el juampedro de Parladé el ritmo; los derechazos surgían largos pero sin el embroque que ha llevado a este torero al reconocimiento de todos. La faena jugó con todo a favor de la embestida, menos con el ajuste. Como ocurre en caso de duda, el espadazo puso a (casi) todos de acuerdo.
Después vendría el gesto de la tarde con un castaño de amplia cuna -de pitón a pitón cabía Fandiño- que se movió mucho, pero a diferencia de sus hermanos soltando la cara. Iván eligió los terrenos del «6», a refugio de Eolo, y apostó por la izquierda con un par tras un impactante inicio de cambiados. La serie más redonda surgiría sobre la mano derecha, muy por abajo y arrastrada. El ataque sorpresa final reventó el portón de la gloria. Un ataque que Antonio José Galán -el loco Galán- convirtió en su bandera y en suerte fundamental de su repertorio; otros lo hicieron antes con un pañuelo; y el último al que uno vio fue a Gómez Escorial con un miura en Pamplona.
La turba enloquecida zarandeó de un lado a otro, en procesión, a Iván Fandiño como el héroe que fue. Lejos quedó El Cid, muerto en combate. Igual que a veces cuando un victorino ha embestido pastueño se le ha dicho que parecía un juampedro, el toro de Juan Pedro Domecq que sumó cuarto embistió como un victorino de la vieja escuela. Qué manera de arrear, repetir, revolverse tobillero y humillar... Desbordó a El Cid por todos los flancos. Su lote lo había abierto un encastado primero de tralla por el derecho, pero de soberbia embestida descolgada por el izquierdo. También en los tendidos de sol buscó refugio, pero eran sus vientos interiores los que no encontraban asiento. Cid, que ya no anda para batallas, como para mandarlo a la guerra.
Ángel Teruel contó con un tercero de hechuras maravillosas, calidad e irregulares apoyos. Teruel tiene torería pero no sale de detrás de la mata. Al grandón y noblón sexto le dibujó algunos muletazos. Insuficientes a todas luces cuando el rugido de la marabunta ya esperaba en Alcalá a Fandiño. La calle es de los héroes.
Ficha del festejo
- Monumental de las Ventas. Martes, 13 de mayo de 2014. Quinta de feria. Tres cuartos largos de entrada. Toros de Parladé, dos cinqueños, entipados, armados y serios; bravo un 1 de excelente pitón izquierdo; encastado el 2, notable por el derecho; con calidad un 3 de irregulares apoyos; encastadísimo el repetidor 4; de gran movilidad pero soltando la cara el 5; noble el grandón 6º
- El Cid, de coral y oro. Dos pinchazos, estocada tendida y dos descabellos. Aviso (silencio). En el cuarto, media estocada (algunos pitos).
- Iván Fandiño, de caldero y oro. Estocada (oreja). En el quinto, estocada sin muleta y dos descabellos. Aviso (oreja). Salió a hombros por la Puerta Grande.
- Ángel Teruel, de marfil y oro. Estocada atravesada. Aviso (silencio). En el sexto, media estocada y descabello (silencio).
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