19 de diciembre de 2011
Presidente, un ministro por favor
En democracia, la cultura, ese magma informe que alguno denominó por vía romántica “los bienes del espíritu” por contraposición a otros bienes, hoy de más y mucho peor actualidad, ha sido gestionada en España de manera directa tanto por ministros del ramo como por algún que otro (a) secretario de Estado bajo los auspicios de un Ministerio de más amplia potestad.
Los socialistas, tanto con Felipe González como con José Luis Rodríguez Zapatero al frente, siempre prefirieron la figura del ministro: Javier Solana, Jorge Semprún, Jordi Solé Tura, Carmen Alborch, Carmen Calvo, César Antonio Molina y Ángeles González-Sinde(inminente extitular de Cultura) fueron, sucesivamente, los inquilinos socialistas o de Gobierno socialista de la Casa del Rey. Antes de ellos, Pío Cabanillas, Manuel Clavero, Ricardo de la Cierva, Íñigo Cavero y Soledad Becerril lo habían sido como representantes de la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez.
En 1996, cuando el Partido Popular llegó al poder, José María Aznarprocedió a un pragmático aunque muy controvertido dos en uno y fusionó los ministerios de Educación y de Cultura, lo que dio lugar a eso, a un gran Ministerio de Educación y Cultura en el que la palabra “gran” fue, desde luego, mucho más ajustada a la primera que a la segunda disciplina. Esperanza Aguirre, Mariano Rajoy (aunque tanta gente lo haya olvidado) y Pilar del Castillo fueron los ministros populares en ese ámbito. Quienes se ocuparon de forma específica de los dossieres culturales fueron primero Miguel Ángel Cortés y luego Luis Alberto de Cuenca, como secretarios de Estado.
Hasta aquí, el hilo de la historia reciente. La pregunta ahora, cuando estamos en puertas de un nuevo gobierno popular, es: ¿Ministerio de Cultura sí o Ministerio de Cultura no? Nada ha trascendido de las intenciones concretas de Mariano Rajoy en cuestiones de organigrama, aunque algunos responsables del PP sí han dejado entrever de forma más o menos clara que, en tiempos de crisis, se impone ahorrar y que, puestos a recortar, Cultura figura en primera fila de fuego, y que un Ministerio cuesta menos que una secretaría de Estado. A partir de esas premisas, EL PAÍS ha preguntado a medio centenar largo de personalidades del mundo de la cultura su opinión al respecto. Escritores, pensadores, editores, historiadores, académicos, directores y productores de cine, dramaturgos y directores teatrales, artistas plásticos, músicos, gestores culturales y responsables de instituciones ofrecen, en estas líneas, un juicio enérgico, profundo y sobre todo heterodoxo sobre la cuestión.
Las ideas-fuerza que resultan del sondeo son: gasto cultural no equivale a derroche; no está claro que la supresión del ministerio suponga ahorro; hay que reforzar la imagen de la marca cultura española a nivel internacional, incluido su valor económico; es necesario un ministerio central frente a la dispersión ocasionada por la acción cultural de las autonomías y de algunos nacionalismos; no importa el formato, sino un profundo debate sobre qué es la cultura y cómo se protege y refuerza en tiempos de crisis… y es necesario que alguien hable de Cultura en el Consejo de Ministros, es decir, es necesario un Ministerio de Cultura: esta es la opinión mayoritaria, pero salpicada de matices. Tampoco faltan quienes, como el cineasta Manuel Gutiérrez Aragón, verían sin excesiva preocupación la inclusión del Ministerio dentro de una gran estructura transversal de apoyo a la cultura (“no debería ser menos útil una secretaría de Estado con peso”, según la escritora Almudena Grandes). O, quienes, como el productor Eduardo Campoy o el lingüista Manuel Seco, creen que no es importante la existencia o no del ministerio. Y los que opinan (Luis García Montero, Antonio del Real...) que la supresión del ministerio confirmaría que al Gobierno la cultura le va importando menos.
El pintor Eduardo Arroyo es uno de los más firmes defensores de la supervivencia del Ministerio: “Sería un error monumental suprimirlo, sería mucho más efectivo eliminar las consejerías autonómicas. Tampoco es solución unirlo a otro ámbito como Educación, porque educación y cultura no tienen nada que ver entre sí… pero no tengo mucha esperanza de que se cambie de parecer”. Y en el mismo sentido se expresan otros compañeros suyos de viaje, artistas o galeristas. Es el caso de Luis Gordillo, quien pregunta: “¿Puede haber alguien del mundo de la cultura que crea de verdad que no es necesario un Ministerio? No lo creo. La cultura es algo inmaterial pero esencial para las personas, y además tiene una vertiente práctica: de hecho representa una parte importante del PIB, y eso se tiene que defender con medidas políticas, y en la primera categoría”. Con él coincide plenamente la comisaria y exdirectora del Reina Sofía María de Corral: “Es fundamental que siga existiendo. Como Secretaría de Estado no tiene el mismo poder económico ni capacidad de decisión”, explica.
Son numerosas las personalidades preguntadas que aluden a la fuerza económica de la Cultura como argumento esencial de la pervivencia de un ministerio. La baronesa Thyssen es una de ellas: “La Cultura no es algo aislado, y produce ingresos para toda la Nación a través del turismo, por ejemplo. Entiendo que haya que ahorrar, pero los asuntos de Cultura se defienden mejor desde un ministerio propio”. Incidiendo en la misma idea, la guionista y directora de cine Iciar Bollain es mucho más explícita al respecto: “En España ya no tenemos ni vacas ni carbón, pero sí tenemos cultura y es la industria cultural la que crea marca de España. Por eso es absolutamente necesario un Ministerio de Cultura con presencia permanente en el Consejo de Ministros, para que pueda incidir en la política del Gobierno. La industria cultural tiene un gran potencial y detrás de ella vienen otras industrias, ya sean las gastronómicas o turísticas”.
El primer ministro de Cultura de la democracia fue Pío Cabanillas Gallas, de UCD. Empezó su mandato en 1977 como titular de Cultura y Bienestar y lo terminó ya con el cambio de denominación a Cultura, que se realizó por un Real Decreto (BOE).
De 1979 a 1982, en los sucesivos gobiernos de UCD, fueron ministros de Cultura Manuel Clavero Arévalo, Ricardo de la Cierva, Íñigo Cavero y Soledad Becerril.
Tras el triunfo electoral del socialista Felipe González, Javier Solana accede al ministerio de Cultura (de 1982 a 1988). Le sucede en el cargo el escritor y gran intelectual europeo Jorge Semprún. Le sustituye Jordi Solé Tura (1991-1993). Después asumió el ministerio Carmen Alborch (1993-1996).
Con la llegada del PP al poder, se cambia el nombre de la cartera a Educación y Cultura y la primera en asumirla es Esperanza Aguirre (1996-1999). Durante el gobierno de Aznar, fueron también ministros Mariano Rajoy(1999-2000) y Pilar del Castillo (2000-2004).
De nuevo con el PSOE, Carmen Calvo fue ministra, también de Educación y Cultura, de 2004 a 2007.
Otro escritor, César Antonio Molina, llega al cargo en 2007. El título del organismo vuelve a ser Ministerio de Cultura.
En 2009 asume la titularidad la ministra ahora saliente, Ángeles González Sinde.
También de las concomitancias entre cultura e industria habla Jaume Balagueró, director de REC y de Mientras duermes, quien incide en la cuestión de las ayudas públicas y las exenciones fiscales: “Está bien que exista un ministerio. Por los problemas que tienen hoy en día las industrias culturales, alguien debería defenderlas, y creo que reducida a Secretaría de Estado la Cultura se diluiría sin objetivo claro. Es cierto que rozamos las competencias de Industria en el caso del cine, y que desde Industria quedaría más claro de qué van las subvenciones: probablemente deberían incentivarse más las ayudas fiscales, insistir en el punto de vista financiero, y no tanto en la subvención a fondo perdido”. De la misma opinión es el productor y presidente de la entidad de gestión de derechos de autor Egeda, Enrique Cerezo: “Es importante que haya alguien que defienda la cultura en un Consejo de Ministros. Si no queremos quedarnos sin patrimonio, el Ministerio debe protegerlo y publicitarlo. En cuanto al cine español, orgánicamente debería estar en Industria, aunque no sé cómo podría organizarse, porque el ideal sería que estuviera equidistante de ambos ministerios”.
El recién reelegido presidente de los productores de cine españoles, Pedro Pérez, quiere recordar el propio argumentario expresado sobre la cuestión cultura/industria por responsables del PP: “Atendiendo a las declaraciones de José María Lasalle, el encargado de la Cultura en el PP, que cifraban como objetivo del próximo Gobierno que las industrias culturales supusieran al menos el 10% del PIB, no solo debe existir ese Ministerio, sino que además tiene que ser fuerte”. ¿Fuerte? De “doblar el presupuesto de Cultura” habla un diríase que utopista Lluís Pasqual. El director del Teatre Lliure lo reivindica así: “En una época como esta, yo le doblaría el presupuesto al Ministerio, porque los beneficios que produce en una sociedad desmoralizada no son tangibles… el teatro, por ejemplo, se consume mucho más en épocas de crisis”.
Una de las razones más repetidas y argumentadas en defensa de la supervivencia del Ministerio es la que entronca con la propia cuestión del rango político y del peso específico en la toma de decisiones dentro de un gobierno. Es la que mueve a Pedro Almodóvar a exigir al nuevo Gobierno un Ministerio de Cultura: “Me parecería una pésima noticia que el Ministerio de Cultura pasase a ser una Secretaría del Estado. En los consejos de ministros se debaten las leyes que después se presentan al Parlamento para su aprobación. Si no existe un ministerio, inevitablemente la cultura se convierte en un tema de rango inferior. Y no me puede parecer más inoportuno, la cultura vive ahora mismo uno de sus momentos más críticos. La realidad nos demuestra hasta qué punto resulta difícil en España establecer medidas de protección de la propiedad intelectual en la red, por ejemplo. Vivimos un cambio de época y necesitamos que esta realidad se refleje también en las leyes. La cultura no puede ser un problema accesorio”. En parecidos términos pero así de rotundo se expresa al respecto el presidente de la Fundación Arte y Mecenazgo, Leopoldo Rodés: “El que se sienta en el Consejo de Ministros, que es donde se toman las decisiones, [TEX]nes, es el ministro, y no el secretario de Estado… eso está claro”. “Un segundo grado no supondría menos coste pero sí mucha menos eficacia en la toma de decisiones”, sostiene la galerista Soledad Lorenzo, que encuentra apoyo en las palabras de Consuelo Císcar, directora delInstituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), convencida de que “la cultura tiene que tener sus propios planes, presupuestos e identidades”, y que se pregunta: “¿Por qué tiene que perder categoría la cultura?”. “Si hay que ahorrar en tiempos de crisis, pues yo prefiero una autopista menos y un camino cultural más, sinceramente”, reivindica por su parte Javier Viar, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao. En lo referente, precisamente, a responsables de museos españoles, hay que señalar que los representantes de los dos centros artísticos más importantes de España, Miguel Zugaza (Museo del Prado) y Manuel Borja-Villel (Reina Sofía), declinaron responder a la pregunta de este diario sobre si es conveniente, inconveniente o irrelevante la existencia de un Ministerio de Cultura.
Una de las mayores preocupaciones del mundo de la cultura en torno a esta cuestión estriba en el peligro de dispersión creciente de “lo culturalmente español”. La heterogeneidad idiosincrática reflejada en el propio Estado de las Autonomías —y mucho más allá de eso, la capacidad de los partidos nacionalistas de generar políticas culturales propias y ajenas del todo al tronco común— tienen, según algunas voces, una sola respuesta: un ministerio central y con poder efectivo. El editor Chus Visor esgrime un juicio particularmente feroz en este tema: “Lo tengo clarísimo, es imprescindible tener un Ministerio de Cultura. Sin él corremos el peligro total de acabar siendo aún más provincianos y paletos todavía. La cultura no puede estar en manos de los ayuntamientos y de los gobiernos regionales. Y Rajoy, que fue ministro de Cultura, sabe que eso es una locura”. Y en muy semejantes términos habla el último Premio Nacional de las Letras, Marcos Giralt Torrente: “Hay una parte sustancial de la gestión pública cultural que no debería caer en manos de las administraciones autonómicas, a menudo con visiones muy sesgadas y provincianas de mero proteccionismo de lo propio, independientemente de su valor real”.
Tanto Fernando Savater como Félix de Azúa comparten esos temores a cierto nacionalismo cultural. “Me parece que debería mantenerse el Ministerio como elemento centralizador, vertebrador y protector de lo cultural a escala nacional”, explica Savater, “a mí me resulta ofensivo el hecho de que la idea de la cultura en este país consista en un mosaico donde caben la cultura gallega, la catalana, la vasca, etcétera… pero no la ‘cultura española’. En España hay una dispersión cultural que resulta patética, y hace falta una respuesta a escala nacional, y para eso, creo que es conveniente un Ministerio”. En cuanto al poeta, novelista, ensayista y profesor barcelonés, señala: “En un país con un estado fuerte, como Francia, Alemania o Reino Unido, es posible que el Ministerio de Cultura no sea necesario; pero en un lugar como España, donde se está dando un tremendo ataque de desmembración por parte de los nacionalismos periféricos, el Ministerio es políticamente imprescindible”. La reciente ganadora del Premio Nacional de Historia, Isabel Burdiel, reivindica la puesta en marcha de un debate más profundo acerca de lo que tiene que suponer el rol de un estado central: “Hay que pensar en el patrimonio cultural común y en su dimensión exterior; en realidad es un tema muy serio que tiene que ver con nuestra concepción de qué es la cultura y qué es y para qué sirve el Estado central en este país”.
Otros nombres, como el exsecretario de Estado de Cultura Luis Alberto de Cuenca (“es necesario que alguien certifique la existencia de una cultura común que es algo más que la suma de las diversas del Estado”) o la del escritor Javier Marías abundan en estos temores o antipatías al nacionalismo cultural. Esta es la postura del autor de Los enamoramientos: “El Ministerio de Cultura es una de esas cosas más bien inútiles que es mejor que existan que que no. Si España fuera un país normal no sería necesario. Como no lo es, me temo que su desaparición, teniendo en cuenta que las autonomías no iban a seguir su ejemplo eliminando consejerías, supondría que habría 17 pequeños ministerios a cual más aldeano, amiguista y corrupto. No es muy útil, insisto, pero es mejor que exista y que no sea degradado a secretaría de Estado”. Esa apreciación es compartida por el que fuera director general del Centro Dramático Nacional con el PP en el poder, Juan Carlos Pérez de la Fuente. De “cortafuegos contra la actividad propagandística de las autonomías” califica por su parte la necesidad de un ministerio el escritor Juancho Armas Marcelo.
El debate es complejo, sus matices también. Hay quienes, como el historiador Santos Juliá, el presidente de la Academia del Cine Enrique González Macho o el dramaturgo y académico Francisco Nieva apelan a cuestiones entre románticas y terriblemente prácticas: “El Ministerio es necesario, yo lo veo un poco a la francesa… es algo esencial para el ciudadano" (Nieva); “es importante por nuestro heritage, por la presencia de nuestra lengua en Internet y por nuestra presencia en Europa (Juliá); “No me creo que suprimiéndolo en aras de mayor efectividad haya ahorro de verdad” (González Macho).
Por último, no faltan quienes consideran que lo importante no es la dicotomía ministerio sí/ministerio no, sino echar los cimientos para un debate nunca puesto en pie. Un debate acerca de los modos y cantidades de los recursos públicos (y privados) que han de apoyar la cultura en España. La cineasta Inés París, la escritora Soledad Puértolas (“lo que sí hace falta es un organismo que coordine la política cultural, más que una institución concreta”), el ex director de la RAE Víctor García de la Concha, el director de La Casa Encendida José Guirao, el director teatral Miguel del Arco, el dramaturgo Juan Mayorga, el cocinero Ferran Adrià y el historiador Julián Casanova (“ese ministerio debería abrir un debate sobre los usos y abusos de las subvenciones y los patronazgos”), el director de la Orquesta Nacional Josep Pons, Antonio Moral, director del CNDM, y el músico Santiago Auserón (“lo determinante no es que haya un ministerio o una secretaría de estado, sino reclamar un tratamiento similar de la cultura al que tengan otros asuntos esenciales como la educación o la I+D”) forman parte de esa avanzadilla en pos de un debate en profundidad.
Con información de: Iker Seisdedos, Javier Rodríguez Marcos, Gregorio Belinchón, Rocío García, Elsa Fernández-Santos, Jesús Ruiz Mantilla, Daniel Verdú, Antonio Fraguas, Ángeles García, Tereixa Constenla, Rosana Torres y Manuel Morales.
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