31 de octubre de 2011
España, capital de la prostitución europea
EL PAIS
Nombrar la prostitución incita todavía a algunos a defender una teoría de círculos viciosos, de causas y efectos. ¿La prostitución nació por la secular falta de recursos de algunas mujeres o por la perentoria necesidad sexual del cliente? Bajo esta visión subyace cierto fatalismo: para los partidarios de esta actividad, se trata de un comercio inherente a la condición humana y de una libre transacción entre adultos, y la única postura realista es regularla para que discurra dentro de la ley y no se desborde hacia las cloacas. Sin embargo, esta visión de la prostitución como algo atávico choca con los cambios históricos y sociales de las últimas décadas: entre ellos la igualdad entre hombres y mujeres que propicia relaciones sexuales basadas en el respeto y la equidad y el creciente rechazo a toda vulneración de los derechos humanos, incluida la explotación sexual.
En ese contexto, resulta llamativo que los hombres españoles entre los 35 y 55 años sean los ciudadanos de la UE que más frecuentan esta práctica. Los datos los proporciona la Asociación para la Reinserción de Mujeres Prostituidas (APRAM). Según una guía que acaba de dar a conocer la citada organización, un 39% de los varones españoles, algo más de uno de cada tres, ha contratado este tipo de servicios. Les siguen los suizos (un 19%), que se sitúan en la media europea. Esos porcentajes descienden de modo considerable en Austria, Holanda y en especial en Suecia. No es casual que en este país nórdico la compra de sexo solo interese al 13% de sus hombres. La legislación sueca, pionera en la materia, penaliza al cliente. Una corriente legislativa que se va extendiendo a otros países. Sin ir más lejos, la policía local de Sevilla puede aplicar sanciones a los clientes de entre 750 y 3.000 euros para los clientes. la ordenanza municipal para luchar contra la prostitución y la trata con fines de explotación sexual entró en vigor el 28 de octubre.
Los datos de APRAM avivan un debate que suele acabar en otro círculo vicioso: la complejidad de la prostitución y la imposibilidad de erradicarla teniendo en cuenta los intereses encontrados que entran en juego. ¿Hay que resignarse entonces? ¿Los españoles son más machistas o tal vez más reprimidos que los holandeses o los suecos? ¿O será que la crisis no ha hecho mella aún en esos clientes que tan alegremente usan esos servicios?
Ni puede afirmarse que sea así ni hay una sola causa que explique estas diferencias. Los argumentos que esgrimen los que acuden a prostíbulos o mantienen sexo por dinero son conocidos: para algunos es algo lúdico o añadido, un recurso que utilizan en determinadas fiestas y salidas masculinas, una forma más de consumo, tan banal como accesoria, como se lee en este Vida y Artes.
Para otros, los habituales, se trata de una forma de completar su vida sexual con variaciones que no practican con sus esposas o novias y que les permite mantenerse aparentemente fieles a unos lazos conyugales mortecinos. Ambas visiones, la puramente frívola o la que se escuda en “la necesidad de encontrar fuera lo que no se tiene dentro” parecen olvidar que los tiempos han cambiado: nada impide hoy a un hombre o a una mujer buscar una nueva pareja con la que tener una mayor complicidad sexual, y en determinados ambientes, el ligue y el sexo voluntariamente compartido son opciones asequibles.
Hay quien sostiene, pese a todo, que siempre hay excepciones, y que hay varones que por motivos diversos no acceden con facilidad al juego de la seducción –al igual que les sucede a algunas mujeres, por otra parte-, por lo que para ellos la prostitución sería un servicio de auto-ayuda o una terapia. Sin entrar en el fondo de este argumento, no cabe duda que, en todo caso, se trataría de una minoría, lo que haría de la prostitución algo residual y en caída libre. Es lo que sucede en otros países vecinos, pero no en España, en el top europeo del sexo de pago, a tenor de la guía de APRAM que presentó la semana pasada la secretaria de Estado de Igualdad, Laura Seara.
Es probable que haya por medio todavía una brecha educativa y cultural, una persistente concepción de la mujer como objeto sexual anclada en ciertas mentalidades masculinas. No hay que olvidar que la prostitución tiene una evidente carga sexista (que no sexual): es un servicio que mayoritariamente usan y reciben los hombres. No es un tema demasiado estudiado, pero el porcentaje de mujeres que recurre a la prostitución masculina es muy bajo, casi anecdótico. De hecho, ese tipo de prostitución suele estar enfocada por igual a la clientela masculina y femenina. Las nuevas generaciones de mujeres son cada vez más conscientes de su cuerpo y de su derecho a una sexualidad satisfactoria. Pero son muy pocas las que llamarían a un teléfono de contactos para pedir un servicio. Cuando se ven abocadas a pagar por sexo, eligen en todo caso a alguien de su entorno o a una pareja que ya conocen previamente y con la que están dispuestas a ser generosas. Una figura que estaría más cerca del mantenido que de la prostitución de viejo cuño.
Lo paradójico es que cada vez que se lanzan campañas contra la prostitución o sus negocios afines, las primeras en salir a protestar son las propias profesionales. Temen por su trabajo y su supervivencia y algunas, en su nombre o en el de sus patronos, aseguran que si les multan a los clientes, los espantarán y se quedarán sin empleo. Es comprensible que las mujeres que se dedican a la prostitución como única fuente de ingresos y que no cuentan con posibilidades de reciclarse se resistan a esta especie de reconversión industrial que países como Suecia lideran. Pero el que muchas se aferren a esta forma de subsistencia no significa si pudieran elegir otra actividad que les compensara o que les diera parecidos ingresos, se aferraran a su condición de prostitutas.
De vez en cuando surgen testimonios de meretrices denominadas de lujo que aseguran haber optado por la prostitución para ganar independencia y librarse de jefes o condiciones laborales insufribles. Sin embargo, bajo esa aparente elección afloran otros objetivos más realistas: la necesidad de ganar dinero rápido para establecerse en otra actividad o el empeño en ofrecer una educación de pago y a sus hijos. Por no referirse también a que algunas de estas elecciones se basan en la dependencia afectiva respecto a uno de sus promotores o hacia ese mundo de aparente bienestar económico en el que se mueven.
Pero incluso aunque hubiera una entre mil que eligiera conscientemente este oficio, no puede generalizarse tal decisión. Ni olvidar las ramificaciones de un negocio que, en buena parte, se nutre de la indigencia y la desesperación de tantas mujeres inmigrantes o en situaciones vulnerables. Y cuya espiral puede llegar al extremo de traficar con ellas o explotarlas de forma inhumana, como han denunciado la policía y las asociaciones de derechos humanos. En ese sentido la prostitución no se reduce siempre a un mero acuerdo entre cliente y trabajadora del sexo. A menudo, alimenta y sostiene una nueva esclavitud. No en vano crece el número de hombres defensores de los derechos humanos y alejados del machismo que no contemplan la prostitución en su horizonte. Aunque algunos de ellos todavía mantengan la contradicción de pensar en progresista y actuar de forma atávica. El caso Strauss-Kahn ha puesto de manifiesto lo arraigadas que están ciertas prácticas depredadoras en el inconsciente masculino, al igual que la doble moral.
El turismo sexual es otro subterfugio en el que se amparan algunos occidentales, en general hombres, pero también mujeres, para tener sexo fácil dejando un rastro de dinero o de favores a su paso. Es una práctica ambivalente: en algunos casos puede ser una versión suave de la prostitución, ya que suele darse una atracción real y a menudo sin intermediarios, aunque haya objetivos económicos de por medio. Pero podría derivar en algo más grave y repulsivo si el cazador o cazadora de sexo se saltara la frontera de la edad y utilizara a menores.
Para algunos expertos es cuestión de tiempo: a pesar de la pujanza del negocio del sexo y del retroceso que implica la crisis, las leyes contra la explotación sexual se intensificará y la prostitución tradicional decaerá en España, al igual que en Europa. De hecho, los datos de APRAM señalan que el 61% de los varones españoles no recurre a la prostitución. Los que no acuden, casi dos de cada tres, son más.
Foto: Pere Durán
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