28 de abril de 2014
Córdoba sin Catedral
mar 1427
ABC | Serafín Fanjul
No van a conseguir nada y lo saben, al menos a corto plazo. En el plano legal está todo demasiado claro y la amenaza de la Sra. Díaz no pasa de flatus vocis, si «estudian la expropiación» a la velocidad con que ella cursó la carrera de Derecho: hablar por no callar y porque su gente espera oír algo, para arropar el anticlericalismo folclórico que la izquierda resucita de vez en cuando, modo de enmascarar su carencia de proyecto y programas globales que resuelvan algún problema ( junto al antimilitarismo y el antimonarquismo), o para distraer, ante nuevas elecciones, la atención de las gentes por la golfería institucionalizada en ERE, enchufismos o paro. Por ejemplo. Por el lado jurídico hay poco que rascar. Y por el histórico. Y por el social. Consecuentemente, periodistas que jamás han expresado preocupación ni creencia religiosa alguna, sino todo lo contrario, andan ahora desatentados pidiendo a la Iglesia que dé prueba de ecumenismo compartiendo voluntariamente el templo con el islam (¿por qué no con los metodistas o los luteranos?), pensando así abrir brecha si no legal por lo menos moral en la opinión y los derechos de los católicos.
El asunto de la catedral-mezquita de Córdoba resurge de tiempo en tiempo porque pedir no cuesta nada, y provocar, en la España actual, tampoco. Por mis noticias, en la presente intentona no son las comunidades islámicas las que están llevando, en apariencia, la voz cantante, sino voces laicas, individuales y espontáneas, aunque, a poco que se escarbe, de seguida asoman las conexiones, ya difundidas. Lo fundamental es expropiar el edificio, desacralizarlo y hacerlo de titularidad «pública» –no dicen estatal–, lo cual entrañaría crudas previsiones sobre su destino inmediato: la ocupación física y meteórica por parte de los moros, que se instalarían por la vía de los hechos consumados, aprovechando la connivencia de la Junta de Andalucía y la relatividad de garantías jurídicas que padecemos los españoles ahora mismo, con un Gobierno incapaz de mantener el orden a la puerta del Congreso o la inviolabilidad de nuestras fronteras en Ceuta y Melilla. El viejo –y desvergonzado– adagio hispano «a río revuelto…» cobra todo su sentido. Reclamar el uso compartido –de momento– de la otrora mezquita no tiene otro objetivo sino enredar y, caso de salirles bien la maniobra, alcanzar un triunfo simbólico sobre la comunidad católica de Córdoba, por mayoritaria que sea, y de la que esta no se repondría en cientos de años. La Iglesia debe ser firme –y lo será– y no ceder un milímetro ante el asalto, porque no solo está en juego el edificio, ni por tener la propiedad del monumento desde el siglo XIII, o porque es del todo inviable armonizar y coordinar dos liturgias tan distintas (por aquello de la supuesta oración conjunta, que refieren cronistas posteriores a los sucesos en varios o muchos siglos: arRazi y al-Maqqari), sino por el fortísimo impacto negativo que tendría en Andalucía la ocupación del monumento por los musulmanes, aunque para el islam resultase mano de santo y bálsamo propagandístico de primer orden, extremo que no sé si calculan los anticlericales decimonónicos que nos aquejan.
No es necesario abundar en obviedades como que en ningún país los musulmanes comparten sus mezquitas con los cristianos (ni por las buenas ni por las malas), o que ni pisar podemos en La Meca. Pero menos aún se debe –como están haciendo los representantes del obispado– incurrir en argumentos típicos del pensamiento débil, dirigidos al tocino social, siempre a la defensiva y denotando inseguridad, tan propios de la España presente: se cobra menos que en la Alhambra, los cordobeses no pagan, los jubilados disfrutan de descuentos, parte del producto se emplea en obras de caridad… Ni arredrarse por amenazas tan bobas como que la Unesco retiraría la calificación de Patrimonio de la Humanidad (pues peor para la Unesco), como si eso hubiera sucedido en los mil y ciento monumentos que ostentan ese título por todo el mundo y son propiedad de esta o aquella confesión religiosa.
Y están las firmas: ¿de quién, con qué autoridad, de qué procedencia e intereses? La Sra. De la Vega sentenció jupiterina: «Son pocas», cuando se presentaron a su gobierno tres millones de ellas contra el proyecto de ley del aborto que sacaron adelante sin atender ni las más razonables objeciones. Pero, en todo caso, que la tropa de los habituales recoja los no menos acostumbrados apoyos (¡por internet, que no exige esfuerzo alguno!) no parece asunto reseñable: el profesor que quiere hacerse un nombrecito de radical, el rector franquista metido a tercermundista porque conviene, el exalcalde de Córdoba para asomar la cabeza y salmodiar de nuevo sus letanías, los eternos comecuras con su frívola generosidad para arrebatar y entregar propiedades ajenas. La irresponsabilidad entreverada de afán atracador. Ya saben, se cuentan como chistes de «La Guerra», pero temo que en el origen no lo fueran: «Con lo que ya tengo y con lo que me toque en el reparto…», «no expropiéis las bicicletas, que bicicleta sí tengo», «ya era hora de que nos tocase a nosotros los pobres», etc.
Esos son los argumentos laicos; los otros, los de raigambre islámica, se basan en la antigua propiedad del templo, pero, en puridad, la capacidad de reclamación de los muslimes al respecto no es mayor que la de los mormones de Orcasitas, los vinateros de Monforte de Lemos o los filatélicos de León, por citar colectivos tan respetables como los primeros. Por lo menos. Pero ni son propietarios del edificio (ellos creen que sí) ni se han encargado de su conservación durante casi ocho siglos, bastante más que el tiempo en que el monumento estuvo en manos de los musulmanes. Con esta lógica depredatoria y simplista (y con mayor proximidad en todos los órdenes), yo me pido, para abrir boca, las catedrales de Zacatecas, Morelia y México, y luego, ya lanzados a la vorágine, el Duomo de Siena, la catedral de Chartres y la mezquita de los Omeyas de Damasco, que, no en vano, antes fue iglesia de San Juan… Seamos serios, que no cuesta tanto.
Pero gracias a los expropiadores de vocación podemos celebrar que en prensa y televisiones se hable de la basílica de San Vicente, de las ampliaciones de ‘Abd ar-Rahman II, al-Hakam II o Almanzor. Si bien con errores –seamos indulgentes– y con la misma autoridad con que el Prestige alumbró en horas veinticuatro una espléndida e inesperada floración de ingenieros navales, oceanógrafos, meteorólogos y demás, ahora todo el mundo parlotea –me alegro sinceramente– sobre 1236, donación a la Iglesia, etc., gracias a los metepatas que han suscitado el conflicto por enésima vez. Y la nostalgia árabe por al-Andalus, que hace veinte años aún nos provocaba una sonrisa sentimental de simpatía (como todas las nostalgias), ha sido barrida por el desembozado proyecto de reislamizar la Península, lo cual ya no tiene tanta gracia. Que lo consigan o no es otro asunto, en el que nosotros tenemos mucho que hacer. Veremos si hay alma para ello, empezando por la población de Córdoba, que debe pronunciarse con rotundidad al respecto.
Serafín Fanjul, miembro de la Real Academia de la Historia.
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