18 de septiembre de 2013
Holanda aboga por sustituir el Estado del bienestar por una “sociedad participativa”
La apertura oficial del año parlamentario en Holanda ha sido el escenario escogido por el actual Gobierno, de centro izquierda, para anunciar la sustitución del “clásico estado de bienestar de la segunda mitad del siglo XX por una sociedad participativa”. Una forma aséptica de advertir a la ciudadanía de que la crisis sigue golpeando, y “cada holandés debe adaptarse a los cambios que se avecinan”.
El entrecomillado procede del discurso de la Corona, pronunciado por primera vez por el nuevo rey, Guillermo Alejandro, pero escrito por un Ejecutivo en horas bajas. “El paso hacia una sociedad participativa es particularmente notable en la seguridad social y en los que necesiten cuidados de larga duración. Es precisamente en esos sectores donde el clásico Estado del bienestar de la segunda mitad del siglo XX ha producido sistemas que en su forma actual ni son sostenibles ni están adaptados a las expectativas de los ciudadanos”, agregó el monarca.
Una coalición de liberales y socialdemócratas, cuyos planes son considerados nefastos por un 80% de la población, según la encuesta más reciente, encargada por la televisión nacional (NOS). Del mismo sondeo de urgencia se deduce que los holandeses confían más en el mundo empresarial, y la propia regeneración de la economía mundial, que en la capacidad de sus políticos para salir de la crisis. La razón de su desánimo responde al anuncio de un nuevo ajuste de 6.000 millones de euros y el duro cálculo económico de la Oficina Central de Planificación para 2014: el paro llegará hasta el 7,5%; el déficit sumara un 3,3%, superando el límite del 3% exigido por Bruselas, y el poder adquisitivo bajará un 0,5%. La Oficina es el órgano de referencia en cuestiones de macroeconomía, y el Gobierno remite los presupuestos generales a sus expertos para su estudio. De ahí que las previsiones hayan sido publicadas sin problemas, y Mark Rutte, primer ministro liberal, y Diederik Samsom, líder socialdemócrata, hayan podido aferrarse a otro dato esencial. El que cifra el crecimiento económico en un 0,5% y ha permitido al rey Guillermo lanzar un tímido mensaje esperanzador. “Si bien la crisis sigue notándose, hay señales positivas que llevan a pensar que está llegando a su fin y hay perspectivas de mejora para Holanda”, ha dicho.
Vestido de gala pero no de uniforme militar, y flanqueado por su esposa, la reina consorte Máxima, el monarca ha querido contribuir a la sobriedad general. Es verdad que había gran expectación por ver a Máxima sentada en un trono, aunque fuera más pequeño. Después de cuatro soberanas seguidas, es la primera vez en 126 años que una consorte real acompaña al rey de Holanda en la apertura parlamentaria. Las calles estaban llenas para verles pasar en carroza, pero dentro no ha habido cortejo. A la Sala de los Caballeros del antiguo Parlamento medieval de La Haya le ha acompañado su hermano, el príncipe Constantino, y su mujer, Laurentien. Solo los cuatro han aparecido luego en la tradicional escena del balcón, su estreno desde la abdicación de Beatriz, actual princesa. Pero que nadie se engañe. El nuevo modelo social que se avecina, cada vez menos ideológico y más cercano a la tecnocracia, afectará a todos.
El rey ha recordado el endeudamiento de las familias, la delicada situación de los bancos y la necesidad de reducir el déficit. Ha subrayado la idoneidad de “unas reformas que requieren tiempo” y ha señalado que su país debe ser “un pueblo fuerte y consciente capaz de adaptar los cambios a su vida”. A continuación, ha explicado por qué se descentraliza de este modo: “La gente quiere decidir por sí misma, organizar su vida y cuidar unos de otros”. ¿Cómo se traduce todo ello a pie de calle?
Parte de los costes de los dependientes y enfermos crónicos, asistencia social y programas de reintegración laboral pasarán a manos municipales. Se trata de mejorar el servicio, pero los ayuntamientos disponen para estas partidas de la mitad del presupuesto estatal. Otro ejemplo son los subsidios para menores de seis años, y a partir de esa edad, que se uniformarán a la baja; el salario de los funcionarios se congela aunque pagaran menos primas sanitarias; el Ejército recortará 2.300 puestos (en 2011 ya se aprobó una reducción de 12.000 militares); el Estado ahorrará 750 millones en medicinas al reducir las pagadas por el seguro; los declarados incapaces para trabajar recibirán menos ayudas extra y todos los ministerios ahorraran, en conjunto, 165 millones de euros, entre otras medidas.
Las reacciones fueron inmediatas y repartieron alabanzas y críticas a partes iguales. Las primeras, para Guillermo, que estuvo “impecable al añadir lo personal recordando a su madre y a su hermano muerto, el príncipe Friso, a un discurso de peso”, según Sybrand Buma, líder democristiano, que resumió el sentir del resto de sus colegas parlamentarios. Las críticas se las llevó la sociedad participativa promovida por el Gobierno. “Es una ofensa para la gente y una política destructiva”, dijo Emile Roemer, jefe del Partido Socialista, radical. “Holanda es el enfermo de Europa porque no se reforma”, añadió el propio Buma, en cuanto pasó del rey a política. “No hay soluciones rápidas e indoloras. La economía se recupera más despacio de lo esperado. Aunque seguimos entre los países más ricos y competitivos del mundo, en términos de bienestar estamos como en 2007. Pero hay perspectivas, y estas reformas sientan la base de una recuperación sostenida”, contestó el ministro de Finanzas, Jeroen Dijsselbloem, al depositar su cartera con los presupuestos en el Parlamento, que la discutirá la próxima semana.
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