4 de abril de 2011
REPORTAJE: IGLESIA CATÓLICA
Irurita, el obispo que no fue mártir
Oficialmente el prelado de Barcelona Manuel Irurita fue fusilado en 1936 por los anarquistas. Por ello ahora aguarda ser beatificado como mártir de la Cruzada. Pero testigos y pruebas documentales muestran que, en realidad, murió después de la contienda. Esta es la historia de un mártir que no fue
FRANCESC VALLS 03/04/2011
EL PAIS
Los dos vestían igual. Tanto Buenaventura Durruti, dirigente de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), como el obispo de Barcelona, Manuel Irurita, llevaban un sencillo guardapolvo. Se trataba de entrar en el palacio episcopal de la capital catalana sin llamar la atención. No era fácil. Las calles de la Barcelona revolucionaria de aquel 20 de julio de 1936 olían a pólvora. Había algo más que eco de disparos en la calle. Los antifascistas, bajo la hegemonía de la Confederación Nacional del Trabajo, habían conseguido reducir a los militares sublevados. Durruti le había prometido al presidente de la Generalitat, Lluís Companys, que nada le pasaría al prelado, cuenta Joan Pons, que sería representante de Esquerra Republicana en el Comité Central de Milicias Antifascistas. Obispo y anarquista retiraron casi tres millones de pesetas en valores y billetes de la sede episcopal. Casi dos millones fueron ingresados y registrados por la Generalitat. El tercer millón podría haber servido para que el prelado no corriera la misma suerte que 2.437 sacerdotes y religiosos asesinados en Cataluña durante el segundo semestre de 1936 y el primero de 1937.
Durruti y el obispo se llevaron tres millones de pesetas del palacio episcopal de Barcelona; la Generalitat ingresó dos
El prelado no fue fusilado el 3 de diciembre de 1936. Fue visto con vida el 28 de enero de 1939
Irurita pasó de la checa de la calle Sant Elies de Barcelona a la prisión de Montjuïc después de mayo de 1937
"No griten, que me comprometen", pidió el obispo a los testigos que lo reconocieron en enero de 1939
Ese millón, pues, actuó a modo de salvoconducto para evitar la muerte de Irurita, cuyo proceso de beatificación como mártir de la Cruzada se halla en el Vaticano. Hasta ahora, la versión oficial daba por hecho que el prelado había sido fusilado el 3 de diciembre de 1936 contra la tapia del cementerio de Montcada i Reixac, vecino a Barcelona. A la FAI no le faltaban ganas. Eran conocidas las visitas pastorales de Irurita por su diócesis acompañado de requetés armados y vestidos con uniforme tradicionalista. Ahora, una obra de Joan Bada, doctor en Historia de la Iglesia por la Gregoriana de Roma y por la Universidad de Barcelona, aporta pruebas de que el obispo no murió fusilado, sino que estaba con vida por lo menos dos años después, cuando los sublevados entraron en Barcelona, en enero de 1939. El ensayo, uno de cuyos capítulos lo copa Irurita, se limita a una exposición de datos sin aventurar interpretaciones. "No quiero contradecir a nadie, sino aportar la luz de los archivos", asegura el historiador.
Societat i Església a Catalunya. Cent anys entre constitucions i dictadures es el título del ensayo editado por la Facultad de Teología de Cataluña que contiene esa perla de la investigación sobre la muerte de Irurita. Se trata de una tesis que agrieta la historia del obispo mártir forjada por la hagiografía nacionalcatólica. Las pruebas que ofrece Bada -profesor emérito de las Facultades de Teología de Cataluña y de Historia de la Universidad de Barcelona- parten de diversas fuentes: el archivo Tarradellas, el archivo Gomá, la correspondencia del canónigo Alberto Onaindía y dos testigos. Documentos de la Cruz Roja Internacional también dan por vivo a Irurita en junio de 1937, fecha en que estaba encarcelado en la prisión de Montjuïc. Los archivos vaticanos se hallan cerrados a cal y canto hasta que se cumpla el embargo de 75 años de la muerte de Pío XII, que falleció en 1958. Tal vez entonces habrá que bajar algún santo de la peana. Pero por ahora nadie da marcha atrás. La aparición del obispo con vida hubiera supuesto un torpedo en la línea de flotación tanto del franquismo como de la Iglesia, a los que les hubiera resultado difícil explicar cómo se las apañó el prelado para sobrevivir en la Barcelona revolucionaria.
Lo cierto es que la capital catalana no contó con un nuevo obispo -Gregorio Modrego- hasta 1942, año en que podría haber muerto o presentado su renuncia Irurita. No deja de ser curioso que el 18 de octubre de 1937 se procediera al nombramiento de siete administradores apostólicos para suceder a otros tantos obispos asesinados. Entre todas esas diócesis no aparece la de Barcelona, cuando Irurita -de acuerdo con el relato oficial- había sido fusilado el 3 de diciembre de 1936.
Los defensores de la beatificación del prelado se apoyan en que las pruebas de ADN realizadas hace unos años a sus presuntos restos son irrefutables. No obstante, el que un sobrino del obispo -también sacerdote- hubiera sido fusilado en Montcada i Reixac ha podido favorecer la confusión.
Los hechos que Joan Bada aporta son que el prelado, después de pasar del centro de distribución de presos del Ateneo Colón, del barrio barcelonés de Poblenou, a la checa de Sant Elies, ingresó en la cárcel del castillo de Montjuïc. En las dos primeras estuvo bajo la protección de la FAI (por el millón de Durruti y por el pago de 24.000 pesetas por parte del vasco Manuel de Irujo, político nacionalista vasco exiliado en Barcelona que fue ministro de la República). "El señor obispo de Barcelona ha aparecido vivo (...). Irujo gastó 24.000 pesetas para conservarle la vida durante siete meses en la cárcel de San Elías. Desapareció de allí en mayo de 1937", escribe el canónigo Onaindía ese mismo año al obispo de Vitoria, Mateo Múgica. El interés del nacionalismo vasco por Irurita se debía, entre otras cosas, a su origen euskaldún.
La estrecha relación de Durruti con Joan García Oliver -faísta que fue consejero de la Generalitat y ministro con Largo Caballero- bien pudo contribuir, por otra parte, a que el obispo no fuera fusilado en el agitado periodo revolucionario.
El prelado llegó a Montjuïc con la restauración de la legalidad republicana, tras los hechos de mayo de 1937 que enfrentaron en las calles de Barcelona a Esquerra Republicana y a los comunistas, por un lado, con los revolucionarios anarquistas y del Partit Obrer d'Unificació Marxista, por otro.
Luego, la pista episcopal se pierde hasta el final de la guerra. El 28 de enero de 1939, cuando las tropas de los generales Yagüe y Solchaga ya habían entrado en Barcelona, el médico Josep Raventós i Sanromà y Francesc Aragonés vieron salir del palacio episcopal de la capital catalana al obispo Irurita acompañado por dos personas. "Señor obispo, creíamos que lo habían fusilado", le dijeron sorprendidos y alborozados. "No griten, que me comprometen", respondió el prelado.
El médico Raventós fue a comentar que había visto al obispo con vida a las monjas del dispensario de la calle de Floridablanca de Barcelona. El caso es que al día siguiente, un domingo por la tarde, fue convocado telefónicamente a la Diputación de Barcelona por el conde de Ruiseñada a petición del presidente de la entidad provincial, el conde de Montseny. En el edificio de la Generalitat, ya convertida en Diputación Provincial, Raventós fue recibido por los dos condes citados, el alcalde de Barcelona, Miguel Mateu Pla, y José Ungría Jiménez, jefe del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM), coordinador de la quinta columna en la España republicana. De esa reunión hay pocos detalles. Ungría, que apuntó la posibilidad de que Irurita, aun después de la entrada de los sublevados en Barcelona, hubiera sido asesinado por los rojos, dijo: "Quizá lo han matado en alguna de las checas que aún funcionan", una frase curiosa proviniendo del encargado de la represión en la posguerra.
Este grupo de autoridades también visitó el domicilio de Aragonés, el otro testigo, quien ratificó que había identificado al obispo. El 1 de febrero de 1939, la agencia de noticias francesa Havas enviaba un despacho a sus abonados: "Apareció hoy el obispo de Barcelona, doctor Manuel Irurita y Almándoz, quien manifestó que al iniciarse la revolución fue detenido, pero logró fugarse y desde entonces vivió oculto en un sótano. Cuando abandonaba su refugio, lo hacía vestido de obrero, y así logró ponerse en relación con otros sacerdotes mediante los buenos oficios de personas de absoluta confianza. Agregó que al principio lo apedrearon e intentaron asesinarle cuando acudía a prestar ayuda espiritual a un enfermo. Su excelencia reverendísima monseñor Irurita Almándoz cumplirá el próximo 19 de agosto 73 años y se hallaba al frente de la diócesis de Barcelona desde el 13 de marzo de 1930". Hasta aquí otra de las pruebas de que no había sido fusilado. Más definitivos resultan, sin embargo, los testimonios de quienes lo vieron vivo después de la guerra: el médico Raventós, que dejó una carta antes de morir; y Josep Maria Aragonés, que fue monaguillo de Irurita, y que es canónigo emérito, biblista y en la actualidad rector de Torrelavit, en la diócesis de Sant Feliu de Llobregat.
Hilari Raguer, historiador, monje de Montserrat y prologuista del libro de próxima aparición, destaca la calidad de los testimonios aportados por Bada: "Nótese que no son declaraciones de anticlericales, de rojos partidarios de la República ni de personas que conocieran únicamente de oídas al obispo, sino de buenos cristianos que lo conocían personalmente y que quedaron atónitos y desconcertados cuando se hizo el traslado de los supuestos restos mortales de Irurita y se aseguró que había sido asesinado el 3 de diciembre de 1936. Pero no quisieron montar un escándalo". Quizá cuando los archivos vaticanos echen luz sobre el asunto se sabrá lo que falta: cuándo, cómo y dónde murió el obispo Manuel Irurita. -
Este es el relato del encuentro con el obispo Irurita que ofrece Josep M. Aragonés i Rebollar, rector de Torrelavit y canónigo emérito de Barcelona. Entonces tenía 13 años.
"Era la mañana del día 28 de enero de 1939. Mi padre, Francesc Aragonés, y el señor Joan Arbós -ambos antiguos congregantes de la Congregación Mariana de Nostra Senyora del Carme y de Sant Pere Claver del Clot-, mi hermano mediano Joan y yo salimos de casa con intención de asistir a la misa de campaña anunciada en la Plaça de Catalunya. Hacía unos días que la guerra había acabado en Barcelona con la entrada a la ciudad de las tropas franquistas. (...) Estando delante del palacio episcopal vimos que se abría la puertecilla del portal grande y salían dos señores, uno alto y otro más bajito. Los dos iban con abrigo y la cabeza cubierta. Detrás de ellos salió el que seguramente les abrió la puerta y se quedó de pie mirando a los dos señores cómo se dirigían por la calle del Bisbe hacia arriba en dirección a la plaza de Sant Jaume. Tan pronto como nuestro grupo vio a los dos señores que acababan de salir del palacio episcopal, tanto el señor Arbós como mi padre exclamaron sorprendidos: '¿Verdad que este es el señor obispo? ¿Pero no se decía que lo habían matado?'. Y nos acercamos a aquellos dos señores. Para no entorpecer el paso de los que pasaban por la calle del Bisbe, nos apartamos un poco hasta delante de la capilla de Santa Llúcia, de la catedral, que evidentemente estaba cerrada. Mi padre y el señor Arbós saludaron al señor más bajito diciéndole: 'Señor obispo, creíamos que lo habían fusilado', e hicieron el gesto de besarle la mano. Por toda respuesta este señor suplicó: 'No griten, que me comprometen'. Los dos niños, Joan que entonces tenía 11 años, y yo, 13, también le besamos la mano. (...). Después de esto se despidió pidiéndonos que no hablásemos alto. (...). Nuestro grupo permaneció de pie delante de la capilla de Santa Llúcia. Fue entonces cuando se nos unió el doctor Raventós: (...). ¿Verdad que era el doctor Irurita? [era doctor en teología] Y mi padre y el señor Arbós le contaron cómo habían visto salir del palacio a estos dos señores y cómo ellos habían reconocido al más bajito como el señor obispo (...). Al cabo de pocos días, el sacerdote militar nos dijo que los hermanos de Irurita tenían un gran interés en hablar con nosotros. Fuimos citados a un piso del paseo de Gràcia, donde nos recibió. A cada uno de nosotros -el señor Arbós, mi padre, Joan y a mí- nos interrogaron aparte, en habitaciones diferentes. Acabado el interrogatorio nos encontramos todos en el recibidor de la casa. Los dos hermanos Irurita comentaron delante de nosotros: 'Todos cuentan lo mismo y del mismo modo'. Entonces el hermano laico exclamó: 'Manuel era un santo', a lo que el otro hermano, fraile capuchino, replicó: 'Déjate de santos, lo que nos interesa saber es si Manuel sigue vivo y dónde está'. Después, dirigiéndose los dos a nosotros, nos comentaron que estaban pasando una gran angustia ya que además de nosotros había algunas otras personas que decían que lo habían visto (...). Nos dijeron que no difundiéramos lo que habíamos visto delante del palacio episcopal, porque después podía dar paso a crear confusión (...)".
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