Jesús Aguirre
LA RAZÓN Madrid 10 Abril 11
El artículo de Ussía
Jesús Aguirre
Alfonso Ussía
Jesús Aguirre está siendo despedazado en una producción de la gran fábrica de basuras italo-española. El último marido de la Duquesa de Alba aparece como un imbécil intolerante e histriónico. Claro, que una serie que pretende ser una biografía de la Duquesa de Alba y no acierta en un solo dato –hasta su primera boda la cambian de ciudad–, más que una serie es una gamberrada. Todo se hace así por estos pagos. Y también yerran en las apariencias, en las personas y en sus circunstancias.
Por razones de amistad heredada, y porque lo traté frecuentemente siendo niño y no tan niño, mi recuerdo del primer marido de Cayetana, Luis Martínez de Irujo y Artazcoz, es el que más me une a su familia. Sus hijos y el que escribe somos amigos desde la niñez. Una leucemia se lo llevó en plena juventud. Luis Martínez de Irujo fue el impulsor de la Fundación y del ordenamiento del archivo de la Casa de Alba. Y era una persona admirable, culta y sencilla, dotada de un particular sentido del humor.
Pero también conocí a Jesús Aguirre. Jesús, que venía de cura, era cultísimo, cínico, divertido, trabajador y sorprendente. Fue el alma de «Ediciones Taurus» durante años. Traductor de alemán, que dominaba a la perfección. Se receló de su categoría intelectual cuando fue elegido miembro de la Real Academia Española, cuando en realidad, su cultura literaria y su pasado editor reunían méritos más que suficientes para ello. Estuvo en la Dirección General de Música. La Música, con mayúscula, una de sus grandes debilidades, y como primer Comisario de la Expo-92 de Sevilla demostró su independencia cuando tarifó con el muro oficial y se fue a su casa.
La cultura de Aguirre era horizontal y vertical, y sus palabras siempre despertaban el interés por su ironía y alto regodeo cínico. Así, una tarde que compartíamos mesa y mantel, me interesé por Cayetana y con expresión de harto dolor me contestó: «Últimamente está muy susceptible, y le he dicho que o cambia o se tiene que ir de casa».
Cuando me llamaba por teléfono, usaba de diferentes títulos de la Casa. Un día era el conde de Aranda y otro el conde-duque de Olivares, según el ánimo de su interés del momento. Su memoria no merece esta bazofia. Y nada tiene que ver la Duquesa de Alba con la mala caricatura que se hace de ella en la lamentable producción. Y menos aún sus hijos, que aparecen como unos malotes exaltados cuando en esa casa todo es buena educación, medida y vieja cortesía.
La serie de esa cadena de televisión dirigida por un comunista millonario al servicio de la ultraderecha italiana no aporta nada porque casi todo es mentira. Además, descalifica a un hombre que hasta trasanteayer podría haberse defendido, pero no en la actualidad. No lo hubiera hecho, porque él también sabía administrar el valor de sus enemigos, y éstos le inducirían al desprecio.
Con todo el respeto que me merece Adriana Ozores, su papel de la Duquesa de Alba se introduce de lleno en la comicidad. Pero ello es culpa del realizador de la serie, cuya identidad ignoro. El resto de los actores –con especial relevancia el que intenta parecerse a Jesús Aguirre– son acreedores a mi mayor afecto, y les deseo lo mejor para el futuro, ya que no lo han disfrutado en el presente.
Supina cutrez.
EL MUNDO.es Madrid lunes 24/01/2011
De Heidegger a Cayetana
Jesús Aguirre, en un salón del Palacio de Liria, en 1992. | Pedro Carrero
- Manuel Vicent rescata la vida intelectual de Jesús Aguirre
Álvaro Cortina | Madrid
Actualizado lunes 24/01/2011 09:53 horas
Tomen aire, que la frase de Manuel Vicent es larga: "Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, duquesa de Alba, y un antiguo clérigo voltaireano de chaqué, corbata gris, gafas ligeramente ahumadas y una sonrisa hasta la tercera muela entraban en la capilla de Liria decorada con pinturas de Sert, bajo la luz cenital de la vidriera redonda del techo, a los sones de un órgano electrónico que atacaba la 'Marcha Nupcial' de Mendelssohn, la misma con que se casa una cajera de supermercado con un chapista de Móstoles en cualquier iglesia de barrio montada en un antiguo garaje". Madrid, marzo de 1978.
'Aguirre, el magnífico' (Alfaguara), sobre Jesús Aguirre (el "antiguo clérigo voltaireano") se nutre de contradicciones, como la pieza última de la frase anterior. De lo señorial a lo cutre, al otro lado de una coma. Lo turbio arruinando los brillos oficiales en asalto, sin aviso previo. Vicent fue nombrado informalmente biógrafo de Aguirre por el interesado, y el escritor ha correspondido quitando máscaras y capas de cebolla; y al final no se sabe en qué se queda. Hijo de la guerra, no reconocido por su padre (conmovedor el reencuentro), sin una gota de sangre azul. Teólogo, traductor de sesudos alemanes (teología de Rahner, o Walter Benjamin) y promotor de autores de cristianismo progresista del momento, de Teilhard de Chardin a Aranguren. Amigo de García Hortelano, de Tierno Galván, confesor de la 'gauche divine' del barrio de Salamanca (los solanas y los boyeres). Director general de Música, ya de secular. A partir de 1978, decimoctavo duque de Alba. Fumador de cigarrillos Winston extrafinos. Se quitaba años, no se sabe con exactitud cuándo nació, en Santander.
"Tuvo un papel muy importante en la transición. Me interesa mucho su labor de editor, en Taurus. Él trajo a España, por ejemplo, a la Escuela de Frankfurt. Con Pradera, con Carlos Barral y otros, es uno de esos editores personalistas claves en aquellos años. La obra de un editor es su propio catálogo, y ahí está Aguirre", explica el crítico Javier Goñi. En este libro, irónico, de prosa plástica y especiada en lo sensorial, en texturas y materiales, Cela dice de Aguirre que es un escritor de prólogos. Nada más. Prologuista y escritor de artículos en el primer 'El País', que decía que se ponía un mono de obrero para hacer periodismo, en casa. Y nada menos.
Introdujo a los autores de la Escuela de Fráncfort, fue el epicentro del catolicismo progresista y el confesor de los escritores del 36. Y se quitó años sistemáticamente.
Cuenta el catedrático Santos Sanz Villanueva, crítico literario de EL MUNDO: "Es más que nada una estampa literaria colocada en un contexto histórico, no tanto con intención documental. La gran contribución de Jesús Aguirre fue aglutinar la disconformidad de movimientos progresistas de la época. Fue un encantador de serpientes intelectual". Vicent a veces se deja secuestrar por la memoria histórica, por sus cafés y sus esperas en los palacios de Aguirre. Pasa de lo omnisciente a sus propios desconciertos, siguiendo (entre la sombra y la luz) a su presa Aguirre. El joven Jesús conociendo a Heidegger en Friburgo, el más provecto Aguirre paseando entre 'tintorettos', oros historiados y cortinajes por tal o cuál palacete. O charlas ahumadas en el Gijón o en el Boccaccio. O reuniones en casa de Juana Mordó, la Madame Stein del Madrid de posguerra. O una eucaristía, a oscuras, entre candelabros, en casa de Torrente Ballester, con la generación del 36 recibiendo obleas, arrodillados.
Hay turbiedades, hay espectros, como en cualquier biografía meridianamente honesta. Vicent saca a veces secundarios. Ramón Tamames, un ejemplo. Se detiene donde le apetece. Que si donceles fascistas cruzando la calle para pegar a un mendigo, en plan 'El día de la bestia', que si la pobre madre ciega de Aguirre, en un asilo. El linaje glorioso y los fastos de la Casa de Alba y de la viuda duquesa ocupan páginas irresistibles, igualmente. La transformación, la asimilación de tanta sangre azul por cauce político (por boda, recuerden aquel Mendelssohn de órgano eléctrico) en la mente del protagonista es un nuevo asombro del escritor Vicent. Había que esperarle, pidiendo recepción, en el patio de La Dueñas, en Sevilla, o en el de Liria, de la calle Princesa de Madrid. Aunque después, encima, dice Vicent,nunca pagó un café. Andaba escaso de efectivo, la duquesa le daba dinero sólo para tabaco, para Winston. Del seminario de jesuitas, en Comillas, leyendo a Guardini y escolástica de la Alta Edad Media, a las más altas cumbres capitalinas, leyendo heráldicas. Un baile de máscaras con itinerario digno de Julien Sorel, el protagonista de Stendhal.
"Este empeño de Vicent tiene mucho interés porque es recuperar la imagen de cómo funcionó un sustrato de la política del momento. Aguirre se creó una imagen que fue capaz de relacionar a un amplio sector", concluye Santos Sanz. Así, Aguirre, magnífico, y otras cosas más
TRIBUNA: CAYETANA DE ALBA
Carta a Manuel Vicent
CAYETANA DE ALBA 20/03/2011
Cayetana de Alba es duquesa de Alba.
Señor Vicent:
El retrato que pinta de mi marido Jesús Aguirre es el de un personaje que me resulta desconocido
Cuando tuve noticia de la aparición de su obra dedicada a mi difunto marido Jesús Aguirre, experimenté sensaciones encontradas y también una gran curiosidad al saber que 10 años después de su muerte todavía alguien consideraba de interés su persona. Aunque ya el título me hizo desconfiar de sus intenciones cuando decidió acometer lo que usted mismo define como "esperpento literario".
Parece mentira que usted haya tenido la osadía de ridiculizarle después de su muerte, y ya que no puede contestarle, lo hago yo. Lógicamente, a lo largo de la lectura del libro se confirmaron mis sospechas, ya que no cabe duda de que resulta más fácil y supongo que más vendible cargar las tintas en determinadas cuestiones y liquidar en apenas dos líneas unas trayectorias vital e intelectual nada desdeñables. Pese a que soy consciente de que esta carta puede proporcionarle una publicidad gratuita, que posiblemente le vendrá muy bien para el objetivo que perseguía cuando decidió escribir sobre mi marido, considero un deber hacia su memoria tratar de precisar aspectos que, en mi opinión, deja en su libro apenas esbozados y, en otras ocasiones, incluso ridiculizados.
Jesús Aguirre, mi marido, fue un magnífico estudiante y si en un momento de su vida decidió inclinarse con plena libertad por la vida sacerdotal, no habría que atribuirlo a oscuras motivaciones freudianas, sino por lo que entonces se llamaba vocación, la misma que le condujo cuando terminó su formación en España a completarla durante varios años en Alemania, donde hasta usted reconoce que conoció a algunos de los más importantes filósofos y teólogos europeos, que le proporcionaron un bagaje cultural y filosófico, evidentemente, muy superior al de la inmensa mayoría de los españoles.
También su época de sacerdocio y su "éxito" como cura de la iglesia de la Ciudad Universitaria parece trivializarlo de forma evidente, ironizando y casi despreciando a aquellas personas, no solo "señoras bien", sino profesores de la categoría de Ramón Carande, Gonzalo Anes, José María Maravall o Tierno Galván y políticos como los hermanos Solana, Miguel Boyer, Felipe González, Ramón Tamames, Fernando Morán, la familia Maravall o Peces Barba, que llenaban la iglesia y seguían sus homilías, porque escuchaban y se identificaban con un discurso pastoral muy alejado de lo que entonces era la práctica de los sacerdotes españoles.
Posteriormente, pese a que usted parezca rebajarla casi hasta el desprecio, su labor al frente de la editorial Taurus ha sido una de las más fecundas empresas culturales de este país, ya que en la década de los setenta, entre sus iniciativas más conocidas y celebradas, incorporó a la bibliografía española, como es bien sabido, a los protagonistas más destacados de la Escuela de Frankfurt, Adorno, Horkheimer y Walter Benjamin. Incluso tradujo y prologó Haschisch y los dos tomos de Iluminaciones de este último, al mismo tiempo que concedió su primera oportunidad a algunos de los más importantes pensadores españoles actuales como Fernando Savater, que años después y con motivo del fallecimiento de mi marido, recordaba con enorme cariño y agradecimiento.
Jesús Aguirre fue director general de Música por su gran cultura musical, no solo por ser amigo del entonces ministro de UCD Pío Cabanillas, y durante su mandato gestionó la creación de la Orquesta y Coros Nacionales de España, el Ballet Nacional Español y el Ballet Nacional Clásico y el Centro Nacional de Documentación Musical. También, aunque esa faceta la trate con evidente sarcasmo, fue conferenciante fecundo, pero las invitaciones que recibía para impartir conferencias no se debían solo al hecho de ser duque de Alba, sino, sobre todo, a su gran cultura, reconocida hasta por sus mayores críticos, cualidad que le permitía hablar y, además muy bien, sobre distintos ámbitos culturales. Y también fue escritor y columnista del diario EL PAÍS, académico de la Real Academia Española de Bellas Artes y de Santa Isabel de Hungría, Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, y comisario durante los trabajos de organización de la Exposición Universal de Sevilla, con otro partido político distinto del de su etapa en Cultura y, además, sin ningún apego al cargo, ya que cuando consideró que tenía que dimitir, lo hizo. Finalmente, para terminar esta faceta de su actividad, le informo de que le fue ofrecida la Embajada en Bonn, pero hubo de rechazarla por mis muchas obligaciones públicas y privadas.
Ignoro el grado de conocimiento o de amistad que pudo unirle a mi marido, pero resulta evidente que no fue lo suficientemente profundo, ya que el retrato que pinta en su libro es el de un personaje que me resulta desconocido, porque durante 20 años fui la mujer más feliz del mundo; nunca conocí un hombre tan apasionado e inteligente; fue un gran duque y gran hombre. A lo largo de ese tiempo de convivencia pude conocerlo íntimamente y, desde luego, tuve la oportunidad de valorar y de querer la gran riqueza de matices de su personalidad y sus grandes servicios a la Casa de Alba, que, en mi opinión, no ha sabido o no ha querido reflejar en su libro.
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