NOVEDADES
CONTRA-REVOLUCIONARIAS
miércoles, 1 de enero de 2020
PERFECCIÓN - 02/01/2020
Si admitiésemos que en una población la generalidad de los individuos practicase la Ley de Dios, ¿qué efecto se podría esperar de eso para la sociedad? Equivale a preguntar, si en un reloj cada pieza trabaja según su naturaleza y su fin, ¿qué efecto se puede esperar de eso para el reloj? O, si cada parte de un todo es perfecta, ¿qué se debe decir del todo?
Siempre existe un cierto riesgo en utilizar en asuntos humanos analogías mecánicas. Atengámonos a la imagen trazada por San Agustín de una sociedad en que todos sus miembros fuesen buenos católicos.
Imaginemos un ejército constituido de soldados, como los forma la doctrina de Jesucristo, gobernadores, maridos, esposas, padres, hijos, maestros, siervos, reyes, jueces, contribuyentes, cobradores de impuestos, como los quiere la doctrina cristiana. ¡Y osen entonces decir los paganos que esa doctrina es opuesta a los intereses del Estado! Por el contrario, les cabe reconocer sin vacilación que si es fielmente observada es una gran salvaguarda para el Estado.
Y en otra obra el Santo Doctor, loando a la Iglesia Católica exclama: Conduces e instruyes a los niños con ternura, a los jóvenes con vigor, a los ancianos con calma, como comporta la edad, no sólo del cuerpo sino del alma. Sometes las esposas a sus maridos, por una casta y fiel obediencia, no para saciar la pasión, sino para propagar la especie y constituir la sociedad doméstica. Confieres autoridad a los maridos sobre las esposas, no para que abusen de la fragilidad de su sexo, más para que sigan las leyes de un sincero amor. Subordinas los hijos a los padres por una tierna autoridad. Unes no sólo en sociedad, más como una fraternidad los ciudadanos a los ciudadanos, las naciones a las naciones, y a los hombres entre sí, por la memoria de sus primeros padres. Enseñas a los reyes a velar por los pueblos, y prescribes a los pueblos que obedezcan a los reyes. Enseñas con solicitud a quién se debe la honra, a quién el afecto, a quién el respeto, a quién el temor, a quién el consuelo, a quién la advertencia, a quién el ánimo, a quién la corrección, a quién la reprimenda, a quién el castigo y haces saber de qué modo, si ni todas las cosas a todos se deben, a todos se debe caridad y a ninguno la injusticia.
Sería imposible describir mejor el ideal de una sociedad enteramente cristiana.
¿Podrían en una sociedad el orden, la paz, la armonía, la perfección, ser llevadas a un límite más alto? Si hoy en día, todos los hombres practicasen la ley de Dios, ¿no se resolverían rápidamente todos los problemas políticos, económicos, sociales, que nos atormentan? ¿Y qué solución se podrá esperar para ellos mientras los hombres vivan en la inobservancia habitual de la Ley de Dios?
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