31 de enero de 2020

INTOLERANCIA

jueves, 30 de enero de 2020


INTOLERANCIA – 31/01/2020

Un católico que, delante del pecado o del error, toma una actitud de simpatía, peca contra la virtud de la intolerancia. Es lo que se da cuando se presencia, con una sonrisa, sin restricciones, una conversación o una escena inmoral, o cuando, en una discusión, se reconoce a otros el derecho a abrazar la opinión que quieran sobre religión. Esto no es respetar a los adversarios, sino ser conniventes con sus errores o pecados. Esto es aprobar el mal. Y esto, un católico no puede hacerlo jamás.

A veces, sin embargo, se llega a eso pensando que no hay pecado contra la intolerancia. Es lo que ocurre cuando ciertos silencios frente al error o al mal dan la idea de una aprobación tácita. En todos estos casos, la tolerancia es un pecado, y sólo en la intolerancia consiste la virtud.

Al leer estas afirmaciones es comprensible que ciertos lectores se irriten. El instinto de sociabilidad es natural al hombre. Y este instinto nos lleva a convivir con los otros de modo armónico y agradable. Ahora bien, en circunstancias cada vez más numerosas, el católico está obligado, dentro de la lógica de esta argumentación, a repetir delante del siglo el heroico "Non possumus" de Pío IX: No podemos imitar, no podemos concordar, no podemos callar. Enseguida se crea a nuestro alrededor aquel ambiente de guerra fría o caliente con que los partidarios de los errores y modas de nuestra época persiguen con implacable intolerancia, y en nombre de la tolerancia, a todos los que osan no concordar con ellos. Una cortina de fuego, de hielo, o simplemente de celofán nos cerca y aísla. Una velada excomunión social nos mantiene al margen de los ambientes modernos. Y a esto el hombre tiene casi tanto miedo como a la muerte. O más que a la propia muerte. No exageramos. Para tener derecho de ciudadanía en tales ambientes, hay hombres que trabajan hasta morirse de infartos y señoras que ayunan como ascetas de la Tebaida exponiendo gravemente su salud.

Otra dificultad es la pereza. Estudiar un asunto, compenetrarse con él, tener a mano en cualquier oportunidad los argumentos para justificar una posición. Pereza de hablar, de discutir, evidentemente. ¡Y, sobre todo, la suprema pereza de pensar con seriedad sobre algo, de compenetrarse con algo, de identificarse con una idea, un principio! La pereza sutil, imperceptible, omnímoda, de ser serio, de pensar seriamente, de vivir con seriedad, cuánto aparta de esta intolerancia inflexible, heroica, imperturbable, que es siempre el deber del verdadero católico.

Estar de acuerdo con las tendencias dominantes, es algo que abre todas las puertas y facilita todas las carreras. Prestigio, confort, dinero, todo. Todo se vuelve más fácil y más al alcance si se concuerda con la influencia dominante. Por ahí puede verse cuánto cuesta el deber de la intolerancia. No basta que nos abstengamos de practicar el mal, es un deber que nunca lo aprobemos, por acción o por omisión.

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