El hotel
Palace de Madrid se apresta a cumplir su primer siglo estrechamente unido a la historia social, política y financiera de la ciudad. El turismo de lujo resultaría inconcebible sin este establecimiento que ocupa uno de los edificios madrileños más señoriales. Tal como muestran hoy fotografías ya color sepia, Madrid era hace un siglo, en 1912, una urbe donde la mayoría de su población moraba en una ciudad hostil a la salubridad y a la belleza. Las epidemias eran frecuentes. La mortalidad infantil, alta. Las expectativas medias de vida frisaban los 50 años. Muy pocos ambientes, edificios o enclaves presentaban al exterior una mirada grata y amable.
Solo merced a personas cultas y de vocación democrática, como el entonces alcalde y médico higienista José Francos Rodríguez, y a algunos partidos de izquierda, republicanos y socialistas, las condiciones de vida de los trabajadores comenzaban lentamente a adecentarse: el salario medio diario apenas superaba las 5 pesetas.
La aristocracia apenas salía de sus palacios o cotos de caza de la periferia —más de tres centenares— y cuando raramente lo hacía, era tan solo para comer o cenar en un par de restaurantes de lujo de la carrera de San Jerónimo, cuyos accesos congregaban enjambres de personas menesterosas en busca de limosnas que los carruajes de aquellos apartaban con furia de su camino.
Tras confirmarse en 1906 la rotunda insuficiencia de alojamiento para albergar a los más de 3.000 ilustres invitados a las bodas del joven rey Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battenberg, surgió por iniciativa regia la idea de dotar a Madrid de algunos hoteles de lujo.
En aquella situación, prosperó la iniciativa de erigir un gran hotel. El lar elegido sería el que fuera considerado desde el siglo XVII como el mejor predio de Madrid, el solar que ocupara el palacio del duque de Lerma, valido de Felipe III, luego de su hijo el duque de Medinaceli: se hallaba frente al paseo del Prado y al viejo palacio del Buen Retiro; junto a la fuente de Neptuno —la más bella de Europa, según algunos—; ante el Congreso de los Diputados; a un suspiro de donde moraron Cervantes, Lope y Quevedo y a un paso de los templos de los Jerónimos y de Jesús de Medinaceli.
La gran mansión señorial de los Lerma-Medinaceli fue derruida y adquirida a comienzos del siglo XX por una compañía belga, propietaria del Palace Hotel de Bruselas, que encargó al arquitecto Edouard Niermans el anteproyecto de un gran edificio, cuya ejecución ganaron por concurso el catalán Eduard Ferrés y la empresa de ingeniería Leon Mannoyer e Hijos. En marzo de 1911 comenzaron las obras, por cierto, una de las primeras de España en las que las estructuras serían de hormigón armado. Se erigió un edificio de ocho plantas, más tres subterráneas, muy semejante al legendario hotel Negresco de Niza, con una enorme —pero armónica— fachada de más de 150 metros a la plaza de Neptuno, rematada por dos tambores amansardados; otra fachada trasera miraba a la calle del Duque de Medinaceli y dos laterales, a las Cortes y a la calle de Cervantes.
Calendario festivo para un aniversario
M. MARTÍN
- Palace Hotel. Exposición en la que fotógrafos como César Lucas, Marisa Flórez o Javier Salas eligen una de sus instantáneas favoritas tomadas en este edificio.
- 100 años de Palace.Fernando Vicente realiza un libro con ilustraciones de historias del hotel.
- Gastronomía. Cinco museos de la ciudad confeccionarán un menú histórico.
- Las 400 caras del Palace. Pau García ha realizado una obra gráfica con imágenes de los trabajadores del hotel.
- Palace Couture & Brunch.Trajes de diseñadores que han marcado la moda del siglo XX desfilarán bajo la cúpula acompañados de música y brunch.
- Cumpleaños solidario.Cena de gala a beneficio de la Fundación Aladina, que trabaja con niños enfermos de cáncer.
- Gala Fin de Año. Diego Guerrero, con dos estrellas Michelin, asesor gastronómico del hotel, realiza el menú.
Tan solo 18 meses después, tras la encomienda al gran hotelero George Marquet de la organización interior del alojamiento, confort y decoración —primaría el llamado estilo Luis XVI luego integrado en el llamado Belle Époque—, el hotel fue inaugurado. Fue el 20 de septiembre de 1912. El rey acudiría días después a un brindis inaugural.
Era un edificio plurifuncional, con comercios de lujo, restaurantes, oficinas y, posteriormente, cine, a sumar a su condición de hotel. En el interior —hoy cuenta con 467 habitaciones, 50 de ellas suites— disponía de puertas de caoba, mobiliario en maderas nobles, ajuares de lino, cortinas de organza, baño con bañera de fábrica, además de centralita y teléfono individualizado en cada estancia, así como cubertería de plata y selecta cocina. Todo ello otorgaba al hotel un gran atractivo, incrementado por un servicio esmerado, racionalizado al máximo por sus empleados —hoy llegan a 360 los fijos, más 140 eventuales, de 20 nacionalidades—. Sus salones de café y de baile; sus pasillos alfombrados con labores de la Real Fábrica de Tapices y sus vitrales de la casa Maumejean, como la enorme bóveda acristalada que cubriría su rotonda columnada, seducían a sus huéspedes.
El primer cliente, Leopold Ghende, belga, ocupó el 21 de septiembre de 1912 la habitación 141 y pagó 7 pesetas con 5 céntimos. La pensión completa costaba 12,50 pesetas. Hoy, el precio básico aproximado de una habitación es de 230 euros (casi 40.000 pesetas). Entre 1920 y 1930, uno de los clientes habituales del hotel sería Juan March, que realizó allí jugosos tratos de compra de crudo ruso.
Durante 16 años, el escritor y periodista Julio Camba, amigo de March, se alojó en la habitación 383. La vida privada de los huéspedes era celosamente sellada por un servicio uniformado generalmente de azul celeste, botones de gorro plano y porteros de librea de entorchados, discretos y silenciosos.
En 1915, se había hospedado en el hotel la holandesa Margarita van Zeele (1876-1915), conocida como Mata Hari y experta en sugerentes danzas javanesas; tan solo unos meses después sería ejecutada en el penal de Vincennes por supuesto espionaje a favor de la Alemania del káiser Guillermo. Por el hotel desfilaron Albert Einstein y Marie Curie, conferenciantes invitados por la Institución Libre de Enseñanza. Posteriormente lo harían Salvador Dalí, García Lorca y Buñuel, huéspedes burgueses de la Residencia de Estudiantes que comparecían allí en la escena social madrileña.
En 1936, al estallar la Guerra Civil española, el hotel fue transformado en hospital de sangre para las tropas republicanas. Clientes y visitantes contemplaron con horror el bombardeo por parte de escuadrillas de la Legión Cóndor de la Luftwaffe, la aviación nazi, contra un circo instalado en el cercano paseo del Prado, con bombas incendiarias como las que arrojaron sobre el techo del tan próximo Museo del Prado y la Biblioteca Nacional. Hubo numerosas víctimas. Los animales que no fueron despedazados huyeron aterrorizados por las calles aledañas. Al concluir la guerra el hotel fue incautado por las tropas carlistas.
Con el tiempo, el edificio del Palace iría incorporando innovaciones. La compañía aérea Iberia fijó durante décadas en la planta baja sus oficinas madrileñas, de donde partía una línea de autobuses hacia el aeropuerto de Barajas. En la fachada que mira a la carrera de San Jerónimo abrió sus puertas el selectísimo cine Palace.
María A. Uría, de 70 años, relata su boda en Los Jerónimos en 1963 y el ágape en el salón Medinaceli del Palace. “En verdad, fue un cóctel, bebidas, canapés y baile con orquesta de 16 músicos. El convite costó 31.000 pesetas, exactamente”.
El carácter cosmopolita del hotel atraía hacia sus huéspedes la avidez de intercambio privado e informal de dólares durante los años de crudas carencias de divisas. Era habitual ver frecuentar el Palace a actores como Edward G. Robinson y actrices como Lauren Bacall y, años después, a estrellas del rock como Bruce Springsteen. El protagonismo histórico estelar lo adquirió el Palace durante el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, convertido en cuartel general de la prensa —la habitación 109 fue para TVE— y de los negociadores.
Las estancias del Palace han procurado durante 100 años a sus clientes el confort silencioso y la voluptuosidad estimulante que el lujo brinda solo a quien —tan discriminadamente por la fortuna— puede pagárselo.
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