Parece fácil. Obvio, incluso. Y repetitivo trazar las aristas que diferencian el voto nulo, el voto en blanco, la abstención y el voto oculto, así como sus efectos en la política real española. Pero elección tras elección, surge la misma pregunta entre aquellos que quieren manifestarse disconformes con quienes rigen sus destinos desde el cetro del poder: «¿A quién beneficio si voto en blanco? ¿Qué es mejor: quedarse en casa o votar nulo? ¿Quién acabará ganando con mi resentimiento hacia la clase política actual?».
Parece, además, que estos días está más de moda si cabe a raíz del torbellino formado con los jóvenes que se manifiestan
«indignados, cabreados o hastiados» de los políticos, a quienes les espetan directamente que «no son uno de los suyos». Otros prefieren definirlos
como ácratas, antisistema, anarcoliberales y hay partidos que los consideran fuera de su ideario u otros que quieren «llevárselos al huerto» porque creen que si no votan, les perjudicará a ellos.
Parece que el obispo de Ávila,
Jesús García Burillo, ponía el dedo en la llaga esta semana al emitir un escrito titulado «El 22 de mayo, elecciones» donde consideraba que el voto en blanco «expresa mejor la disconformidad con las propuestas que abstenerse». Pero, en términos reales, no es exacto.
¿Por qué? 1-. VOTO EN BLANCO: Se conoce universalmente, como sugería el prelado abulense, como un voto de protesta, de disconformidad, que depositan aquellos ciudadanos que sí se implican en la democracia y realizan todos los trámites que exige ir a votar o solicitar el voto por correo, pero que no se decantan por ninguno de los partidos que se presentan a los comicios. En el caso del 22 de mayo, en su pueblo o Comunidad Autónoma.
Según la Ley Electoral, «se considera voto en blanco, pero válido (es decir se computa) el sobre que no contenga papeleta, y además, en las elecciones para el Senado, las papeletas que no contengan indicación a favor de ninguno de los candidatos».
El ciudadano quiere votar. Lo hace. Pero no sabe a quién o no quiere hacerlo a quienes se presentan. Para él, ninguna de las opciones es adecuada. En este caso, su voto cuenta, cuenta a todos los efectos en el reparto de escaños debido a la ley D'Hont que rige en España, ya que los asientos se distribuyan entre los partidos en función del total de votos emitidos. Las formaciones políticas obtienen la cuota de representación legal si conquistan el 3% de los votos totales, en el caso de unas elecciones generales, y el 5%, si hablamos de comicios locales. Es decir, el partido que el próximo domingo no llegue al 5% de los votos totales, no tendrá representación ninguna y los escaños se repartirán entre los que sí superen ese listón.
El voto en blanco condena a la desaparición de una corporación al partido minoritario, al que menos votos recolecte. Lo que hace cada papeleta en blanco es elevar el número mínimo de votos necesario para conseguir un asiento en un Ayuntamiento o una Diputación provincial.
2-. EL VOTO NULO: Los votos nulos se contabilizan, pero no tienen ningún efecto a la hora de asignar los representantes a los partidos. Por voto nulo se entiende el que se emite y llega a la mesa defectuoso, con tachones, rasgado, más de un partido señalado, con dibujos o comentarios de cualquier tipo... en suma, en mal estado. Al no cumplir las condiciones mínimas exigidas para que se acepte como válido, se computan sin más repercusión.
Las alteraciones pueden ser también que no esté la papeleta dentro del sobre, un sobre con dos o más papeletas... y terminarán por no sumarse a ningún partido ni al total de votos emitidos, por lo cual no favorecen ni perjudican a un partido en concreto.
Y he aquí la raíz de la confusión: las interpretaciones del voto en blanco y del nulo son casi infinitas. Algunos entienden el primero como voto de adversidad (contra los políticos en la batalla electoral) y otros como de indiferencia. Hay quien piensa que el deseo de protestar contra los políticos solo la expresa el voto nulo, porque si no, acaban pagando los partidos minoritarios. En España, hay un partido, Ciudadanos en Blanco, que para que se entienda el blanco como voto de disconformidad real proponen dejar vacíos los escaños que obtenga esa cantidad de papeletas. A 10.000 votos en blanco, un escaño vacío, por ejemplo, y sin margen para el resto de partidos de maniobrar con ese asiento.
3-. LA ABSTENCIÓN: Si no te sientes representado por ningún partido, pero tampoco confías en el acto de ir a las urnas, entonces simple y llanamente te quedas en casa. No votas en un país en el que el sufragio es un derecho y no una obligación, si bien tu protesta llega hasta el sistema democrático. No crees en la democracia como sistema.
Estos votos abstencionistas no afectan, a efectos contables, en el resultado electoral aunque tienen dos lecturas sobresalientes. La primera lectura es el descontento social que indica y la pasividad ante unos comicios que no logran movilizar al resignado elector.
Por otra parte, hay diversos estudios que apuntan a que, en nuestro país, esta cantidad de votos acaba beneficiando al partido mayoritario de la derecha, el PP, por cuanto estas papeletas provienen de manera más nutrida del arco izquierdo del ideario colectivo.
4-. EL VOTO OCULTO: Un concepto con el que se incurre en errores en ocasiones es el de voto oculto. Solo menta a aquellos ciudadanos que no expresan el verdadero sentido de su voto al ser preguntados en una encuesta o sondeo demoscópico. ¿Por qué lo hacen, por qué mienten o confunden la muestra? Pues sencillamente o porque no quieren, o porque su entorno no entendería su voto y sería mal visto o mal interpretado en cualesquiera de sus sentidos. No aparece reflejado en los resultados electorales, pero condicionan, y a veces mucho, la orientación de las encuestas a pies de urna («israelitas»).
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