15 de marzo de 2011
EL PAIS
15 de marzo de 2011
Por: Gonzalo Fanjul
Carlos Prieto promueve desde la Universidad Comillas la solidaridad y el compromiso social de los estudiantes, que llegan en algunos casos a tomar opciones profesionales en estos campos. En su primera colaboración con 3.500 Millones reflexiona sobre las razones que mueven a los jóvenes con los que trabaja.
Seguro que han oído hablar de él: la editorial Destino acaba de publicar en España un librito titulado ¡Indignaos!, firmado por Stéphane Hessel, un diplomático francés de 93 años con una biografía increíble y el único redactor todavía vivo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Más de un millón y medio de personas lo han leído en Francia en los últimos meses. Hay quien dice —Maruja Torres entre ellos— que también contribuyó a prender la mecha de las esperanzadoras revoluciones populares en el mundo árabe.
En su breve obra de apenas sesenta páginas,Hessel y su prologuista español, el inmenso José Luis Sampedro, agitan contra la indiferencia y abogan por la insurrección pacífica, enumerando las causas que pueden mover a la indignación: el desmantelamiento del Estado de Bienestar, la brecha entre ricos y pobres, la violación de los derechos humanos, el trato a los inmigrantes y minorías étnicas, la degradación medioambiental…
Hessel, un venerable nonagenario, se ha convertido en estos últimos meses en la vanguardia del activismo juvenil. ¿Qué les sucede a nuestros jóvenes? ¿En qué creen? ¿Por qué no se indignan?
¿O sí lo hacen? Lo cierto es que, a pesar de ciertos retrocesos en su atención a los principales problemas sociales, como refleja el informe Jóvenes españoles 2010, de la Fundación SM, esta generación cree más profundamente que las anteriores en la igualdad entre hombres y mujeres, en la democracia como sistema de organización social, en la necesidad de ordenar el mundo de forma sostenible, en la radical injusticia que supone hacer diferencias entre personas en función de su etnia, en que la guerra es siempre la demostración de un fracaso y un mal en sí misma.
Paradójicamente, el mismo informe refleja el acusado descenso en la implicación de los jóvenes en causas concretas, ya sea desde el asociacionismo, el voluntariado o, por supuesto, la política.
La causa de esta incongruencia tiene mucho que ver con el modelo de relaciones sociales que hemos erigido, en el que la suerte de los excluidos del sistema no nos afecta en nuestra vida diaria. Por eso, desde la universidad, donde mi labor es promover el compromiso social y la participación ciudadana, intentamos romper esa brecha conjugando el conocimiento informado, la capacidad crítica y, sobre todo —y esta es la clave—, proponiendo acercamientos concretos. Así, alumnos de los últimos cursos de Derecho acompañan las situaciones de personas migrantes con Pueblos Unidos, estudiantes de Psicología o Trabajo Social se implican con personas sin hogar a través de RAIS. En nuestros programas de voluntariado internacional en Perú, Kenia o la India, los estudiantes de distintas titulaciones trabajan codo con codo con profesionales de su área de conocimiento. Formamos profesionales, pero también ciudadanos. Y, como profesionales y como ciudadanos, intentamos que se acerquen a la realidad, que se impliquen con personas concretas. Funciona.
Hay que poner los pies en el barro. Pero no desde la caduca perspectiva caritativa que atiende las consecuencias y se olvida de las causas, sino para hacer renacer los vínculos sociales. Para ser capaces, finalmente, de indignarse por la suerte del vecino. Y eso solo puede lograrse si para mí ese vecino es alguien, si Su causa es Mi causa.
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